jueves, 31 de mayo de 2012

C. DE T. 1 - 10: ANATOLE


Seguimos los caminos hacia el este, hasta casi llegar a la cuna de nacimiento del río Muresul, donde prosiguiendo con mis anteriores embustes, exploré aquellas tierras salvajes buscando manantiales de poder, que mis compañeros de las órdenes herméticas denominan "concentraciones de vis". No hallé ninguna por esos parajes, pero advertí la presencia de una energía extraña e inquietante. Después de perder numerosas noches en esos esfuerzos, atravesamos las montañas, deteniéndonos en todas las cuevas, bosques y saltos de agua peculiares para continuar con mi falsa investigación. En todos esos lugares volví a notar la presencia de esa energía anómala. Empezaba a sentir cada vez más curiosidad e inquietud por aquel fenómeno. Sin embargo, la tardanza en nuestro viaje me exasperaba, aunque me negaba a provocar las sospechas de Yulásh, que seguramente tendría órdenes de su amo de espiar todos mis actos.

Por fin, alcanzamos un tramo del camino que nos conduciría inevitablemente al Paso de Tihuta. Nuestros exploradores hallaron allí una aldea abandonada en extrañas circunstancias. El Tzimisce y yo, que habíamos decidido adelantarnos para investigarla, observamos que los únicos edificios en pie eran cuatro casuchas y un granero desvencijado. El aroma de la putrefacción flotaba pesadamente en el aire. Seguido de Lushkar, me decidí a entrar en una de las casuchas. En ella, había dos cadáveres: a simple vista, parecía que se habían arañado a sí mismos diversas partes de sus cuerpos hasta llevarse la piel. No pude asegurar la causa de su muerte. En ese momento eché en falta los grandes conocimientos médicos del hermano William. Yulásh también entró en la casucha para no perderme de vista. Intentando que su presencia no interrumpiese mi concentración, saqué mi daga de su funda y la hundí en el pecho de uno de los muertos con poco esfuerzo, intentando atravesar su pútrido corazón y alcanzar algún resto de su sangre. Mis esfuerzos se vieron coronados por el éxito cuando al extraer la daga comprobé que en su punta colgaban unas gotas rojas que deposité en un cuenco de arcilla. Luego, pasé mi lengua saboreando aquella sangre corrupta al tiempo que usaba mis conocimientos de la taumaturgia de la Rego Vitae, la senda de la sangre. Así supe que el fallecido disponía de toda su sangre en su cuerpo cuando encontró la muerte y que había algo extraño concentrado en algunas partes de su cuerpo a través de sus humores sanguíneos.

Yulásh me miró con gran suspicacia, atando todos los cabos. Supo sin ningún género de duda que era un Tremere, uno de los odiados enemigos de su clan, pero no trató de atacarme en ese momento. Percibí que su humor estaba empeorando, pero al menos me escuchó cuando le expliqué que los habitantes de esa aldea habían muerto víctimas de un contagio. De mala gana, dio órdenes a sus soldados para que quemasen los edificios sin acercase a los cadáveres. De vuelta a mi carromato, di instrucciones precisas a Lushkar y Derlush para vigilasen los hombres del Tzimisce, ya que podrían atacarnos en cualquier momento. Si Yulásh era más listo de lo que parecía, ordenaría a sus lacayos que nos atacasen durante el día, exponiéndome a la amenaza del sol. En cualquier caso, poco más podía hacer que trazar planes y esperar al curso de los acontecimientos. Nuestro grupo continuó su lenta marcha dejando atrás las llamas y los muertos.

A la noche siguiente, noté un dolor agudo y un extraño calor en mi garganta, que luego se extendió al hombro y al brazo izquierdo. Me di cuenta aterrado de que las gotas de sangre contaminada me habían transmitido de algún modo la peste que había matado a esos desdichados. Ninguna enfermedad natural podía debilitar o dañar a un Cainita, pero esta no parecía ser una peste común. Por tanto, tomé la precaución de no alimentarme de mis criados durante las noches venideras para no contagiarlos a ellos también. Esperaba que mi sangre maldita se impusiera a la enfermedad antes de que mi ayuno forzoso inquietase a mi Bestia Interior y que esta tratase de obtener sustento por sus propios medios. Afortunadamente, no tuve que esperar mucho tiempo. Al cabo de tres noches, el calor y el dolor cesaron tan rápido como habían aparecido. Yulásh no echó en falta mi ausencia durante esas noches imaginando, supongo, que debía estar oculto en el carromato para no provocar su ira con mi presencia.

Finalmente, después de tantos peligros y dificultades, llegamos al Paso de Tihuta. Estaba contento por haber alcanzado por fin la meta de nuestro viaje, pero también estaba muy preocupado pensando en cómo podría deshacerme de Yulásh y sus guardias para reconstruir la fortaleza, que era el verdadero motivo de mi azaroso periplo. Mas estas cavilaciones desaparecieron de mi mente cuando el Tzimisce vino a mí preocupado para contarme que sus exploradores le habían informado que alguien habitaba allí abajo. Yulásh estaba enfadado por la posibilidad de que algún Cainita estuviese habitando en las tierras de su señor, el Príncipe Radu, sin su obligado permiso. Decidí acompañarle para obtener algunas respuestas antes de que su ira lo destruyese todo... o nos pusiera en peligro a los dos. Tomé otra decisión arriesgada. Derlush se quedaría protegiendo el carromato y nuestro tesoro para costear la construcción de la fortaleza y Lushkar me acompañaría abajo. Luego descendimos por un pequeño camino hasta las ruinas de la antigua fortaleza que había protegido el paso en épocas mejores.

A unos doscientos metros de dichas ruinas, alguien había trabajado muy duro para hacer una gran excavación. Cuando nos acercamos, del pozo surgió un Cainita de aspecto fiero. Tenía una larga melena, sucia y enmarañada. Su aspecto era joven y bello. Llevaba puestas varias piezas de armadura y prendas usadas e iba armado con una espada oxidada y manchada con sangre seca. El Cainita, a todas luces un extranjero, nos habló en latín de sus visiones místicas y de ángeles que le encomendaba realizar una gran empresa. Interesado por sus palabras, me mostré agradable hacia el extraño; además, sentía una gran curiosidad por saber qué estaba buscando. Yulásh, con el rostro arrugado por el enfado, no perdió el tiempo en proferir palabras educadas, sino que descendió con sus hombres al interior del pozo. Allí, había una enorme  y redonda losa de piedra, recién desenterrada. Entre todos, logramos moverla lo suficiente para poder introducirnos uno a uno al otro lado.

La cámara a la que daba acceso contenía tres ánforas antiguas y un montón de pergaminos apilados y revueltos. El extraño, que decía llamarse Anatole, rompió las ánforas desvelando trece tablillas escritas en un idioma perdido junto con una inscripción en latín. Anatole pareció extasiado al tocar con la punta de sus dedos cada una de las tablillas. Entretanto, Yulásh cogió uno de los pergaminos, que se deshizo rápidamente en sus manos, a la vez que yo gritaba y lo insultaba indignado por la pérdida de tan preciado conocimiento. Ese fue un gran error por mi parte. El Tzimisce me miró con cara iracunda y salió al exterior. Anatole y yo lo imitamos al cabo de unos minutos, sacando con nosotros las tablillas. Yulásh debió de haber dicho algo a sus hombres, puesto que nos rodearon de inmediato con las espadas desenvainadas mientras dos de ellos tenían inmovilizado en el suelo al pobre Lushkar, que se debatía inútilmente bajo su peso.

miércoles, 30 de mayo de 2012

C. DE T. 1 - 9: LA HOSPITALIDAD DE UN DEMONIO


Tardamos una semana en llegar a Bistriz, que parecía más civilizada y ordenada que las comunidades por las que habíamos pasado ya, aunque lo que me impresionó verdaderamente de la ciudad fue su castillo y las líneas arquitectónicas que ostentaba. Esa fortaleza era la morada del Príncipe Radu. Mi compañero nos llevó directamente al baluarte y, una vez en su interior, me condujo por sus corredores con mucha confianza, por lo que no tuve ninguna duda de que Myca Vykos conocía muy bien este lugar. Nuestro anfitrión nos esperaba en una gran comedor, dominado por una enorme mesa de madera y numerosos tapices con escenas de cacerías y luchas sangrientas entre soldados. La apariencia de Radu me decepcionó por completo. Desde que me convertí en aprendiz del maestro Jervais, había escuchado múltiples historias de horror sobre los Tzimisce, la más conocida de todas era su poder sobrenatural para moldear la carne propia o ajena hasta adoptar aspectos monstruosos que fusionaban carne, cartílago y hueso en una amalgama caótica y feroz. El Príncipe Radu no encajaba en ninguno de esos moldes. Delgado y de estatura media, parecía incluso débil físicamente. Tenía el pelo corto y de un color rubio aguado y unos ojos semejantes a las mismas profundidades del Danubio. Únicamente sus ropajes ofrecían una pequeña muestra de su poder e influencia.

El Príncipe parecía ser buen amigo de Myca Vykos y lo trató con extrema cordialidad, incluso para compañeros de un mismo clan. También a mí me brindó un trato privilegiado, por lo que deduje rápidamente que, para mi gran fortuna, debía desconocer mi linaje. De nuevo, Radu demostró ser todo lo contrario a la imagen que me había hecho de los Cainitas de su clan. ¿Me había convertido en una inesperada víctima de la propaganda de mi Casa? Era pronto para decirlo. Sin embargo, todo aquel recibimiento podía ser una elaborada farsa. En cualquier caso, debía observar con atención y aprender todo lo que pudiese. El Príncipe se interesó por mi viaje y me "ofreció" parte de su séquito para escoltarme por sus tierras, sin que yo pudiese encontrar una negativa cortés que ahuyentase cualquier sospecha sobre mí. Llegado el momento, ambos Tzimisce quisieron tratar sus asuntos en privado y el propio Radu me acompañó hasta mis aposentos.

En aquella cámara, temí toda clase de traiciones. Me imaginaba a los retorcidos criados del Tzimisce echando abajo la puerta y sacando a rastras mi cuerpo para que se consumiese bajo la luz del día o para encerrarlo en los calabozos a la espera de los peores tormentos que me pudiera imaginar. ¿Qué podía hacer? Disponía de ciertos conocimientos en rituales taumatúrgicos defensivos, pero si los utilizaba mi anfitrión descubriría mi engaño si no lo había hecho ya. Además, razoné, me hallaba en el interior de un baluarte lleno de lacayos y guerreros del enemigo; por tanto, cualquier intento de fuga o de resistencia estaba condenado al fracaso más estrepitoso. No, pensé, debía llevar esta mascarada hasta el final y rezar porque Myca Vikos no revelase mi secreto. Él sería la llave de mi salvación o de mi condena.

Sólo había transcurrido una pequeña parte de la noche cuando llamó a mi puerta una joven doncella, enviada por mi anfitrión para alimentarme de ella. Su belleza era delicada, una hermosura sin parangón realzada por finas sedas que acentuaban las curvas de su piel y de su juventud. La fragancia de su perfume hizo volar mi imaginación hacia lugares exóticos más allá de los reinos cristianos en Tierra Santa. No pude resistirme después de tantos meses controlando mis apetitos y alimentándome con tanta moderación. Nos acomodamos en el lecho y paseé mis dedos por su fino cuello, acariciándolo y apartando con delicadeza sus dorados mechones. Ella gimió con anticipación, deseando impaciente lo que iba a acontecer. Despacio, besé con suavidad su piel cálida y hundí con dulzura mis colmillos en su tierna carne. El calor de su sangre fue una recompensa magnífica. Sus gemidos fueron ganando intensidad como el crepitar de las olas del mar. Su pequeño corazón batió fuerte y joven al ritmo de mi ansia, hasta que tuve que abstenerme de continuar bebiendo por temor a lastimar el bello presente de mi anfitrión. Lamí la herida que habían provocado mis colmillos y la carne se cerró sin dejar marca alguna. Satisfechos ambos, permanecimos tumbados en el lecho un buen tiempo, en el que ella se durmió apoyada en mi frío pecho. La contemplé seguro de que jamás volvería a verla y, cuando noté que mis fuerzas se debilitaban, señal de que el sol volvía a ocupar su lugar en el firmamento, la desperté para que me dejase solo. Lo hice avergonzado para que no me viese dormir como un monstruo, del único modo en que lo hacen los descendientes de Caín.

A la noche siguiente, me desperté sobresaltado. Me hallaba en los mismos aposentos, sin daño ni perjuicio alguno. Por ahora, parecía que nadie había descubierto el engaño. Un criado llamó a la puerta y me condujo al patio de armas. Allí me esperaban el Príncipe Radu, los soldados que iba a cederme para mi protección en las tierras salvajes y mis sirvientes. Me tranquilizó comprobar que Lushkar y Derlush se encontraban bien. Los consideraba unos compañeros muy queridos y me hubiese provocado un gran dolor si los sirvientes del Tzimisce les hubieran hecho algo. Radu también me presentó a su chiquillo Yulásh, que también me acompañaría durante mi viaje.Tenía un porte fornido y noble, mas no pudo ocultar años de fría arrogancia en su mirada. Llevaba puesta una armadura completa de caballero con tanta naturalidad como si fuese una segunda piel. Apenas nos dirigimos unas pocas palabras que confirmaron nuestra mutua antipatía. En ese momento eché en falta la ausencia de Myca Vykos, pero mi anfitrión me comunicó que mi nuevo aliado debía finalizar unas delicadas negociaciones y que no podría despedirse personalmente de mí. Así pues, tras las adecuadas formalidades de despedida, emprendimos nuestro viaje de nuevo. Ni por asomo dudé en ningún momento que las siguientes noches estarían plagadas de peligros.


martes, 29 de mayo de 2012

C. DE T. 1 - 8: MYCA VYKOS



Después de unas horas, el hermano William y yo emprendimos nuestra marcha de nuevo, recorriendo el camino del este, que discurría en paralelo al río Muresul, un afluente menor del Danubio. Durante las siguientes noches me sumergí en mis estudios taumatúrgicos para olvidar a Sherazhina y, pese a mis mejores esfuerzos, no logré abstraerme de su recuerdo por completo.

Pasó un mes hasta que llegamos a Klausenburg. La ciudad no consistía más que en unas pocas calles embarradas entre casas de maderas y chozas de paja y argamasa. En su calle principal sólo se encontraban un puñado de talleres y una iglesia descuidada. No obstante, la ciudad estaba rodeada por una recia muralla de piedra, con un baluarte central anexo a ella. El hermano William y yo entramos en una de las tabernas, mientras nuestros criados se ocupaban de los caballos y de comprar las provisiones necesarias. Sin embargo, no fuimos bien acogidos por los lugareños, que nos exigieron que nos marchásemos. A mi parecer, ellos y todos los aldeanos con los que nos habíamos encontrado con anterioridad pertenecían al mismo tipo de persona ruin y mezquina: el transilvano típico. Viendo que sería peligroso quedarse en una ciudad tan hostil hacia los forasteros, emprendimos nuestro camino de nuevo esa misma noche para evitar cualquier posible amenaza durante el día.

En nuestro flanco derecho había un alto barranco desde el que se divisaban las turbulentas aguas del río Muresul, mientras que en el margen izquierdo del camino había un tenebroso bosque de árboles retorcidos y sombras siniestras. La única buena noticia era que la carretera se ensanchaba, pero nuestra suerte no duró por mucho tiempo.

La primera señal de peligro fue el relinchar de un caballo que se encabritó inesperadamente. Los carros se detuvieron a pocos metros entre sí y todos permanecimos tensos y expectantes. Entonces nos atacaron los lobos. Eran bestias enormes de pelaje oscuro como la noche y ojos brillantes que atravesaron velozmente el follaje del bosque para asaltarnos. Logré matar a dos de esas bestias inmundas invocando el poder de la sangre para fortalecer mi cuerpo, al mismo tiempo que los soldados eran heridos y lo caballos caían muertos o huían. Derlush también demostró su valía hiriendo gravemente a otra bestia con un certero tiro de su arco. Me dirigí raudo al primer carromato y cerca de él vi a un Cainita alimentándose de un soldado caído. Vestido con una larga capa de lana negra, una camisa y unos pantalones gastados, el Cainita aparentaba ser un joven cazador de poco más de veinte años, de pelo corto y enmarañado y barba descuidada. Sus ojos brillaban rojos como ascuas en una hoguera, de lo que deduje que me enfrentaba a un Cainita del clan Gangrel, lo que le convertía en un oponente extremadamente mortífero para mí. Temiendo que quizás tuviese aliados ocultos, huyó corriendo a una velocidad sobrenatural de vuelta a la seguridad del bosque. 

Aproveché esos valiosos segundos para mirar a mi alrededor. Derlush acababa de rematar con su espada a la bestia a la que había herido antes y se estaba poniendo a cubierto detrás de un carromato junto con otro guardia. No veía a Lushkar, por lo que deduje que había seguido mis órdenes y estaba protegiendo mi carromato. Por su parte, el hermano William estaba tendido sobre el cadáver de uno de los lobos muertos, alimentándose con su sangre. No tuve tiempo a reunirme con él para explicarle la naturaleza de nuestros asaltantes, ya que empezaron a llovernos flechas negras. Nuestro enemigo tenía numerosos lacayos. Una de esas flechas, cargada de brea, se quedó clavado en el carromato tras el que me estaba cubriendo, pero logré arrancarla antes de que lo prendiese pese a los atemorizados golpes de la Bestia Interior ante la presencia del fuego. Viendo lo apurado de nuestra situación, dibujé en el suelo embarrado del camino los símbolos de los espíritus del viento y del agua y, junto con las palabras adecuadas, liberé el aliento del dragón en la zona. Una repentina niebla comenzó a cubrir poco a poco la carretera.

El caballo superviviente del carromato que había salvado trotó desbocado, arrastrando consigo el carromato. Maldiciendo mi fortuna, volví a invocar los poderes de la sangre, saltar sobre el carro, aferrarme a él y detenerlo usando mis pies como freno. Aún así, el caballo rompió las riendas y escapó aterrado. Pude verlo alejarse mientras la niebla cubría ahora todo el lugar. Dejaron de caer flechas y el lugar pareció presa de una pesada calma. No se oyeron más gritos ni relinchos de caballos. Sin embargo, pronto vino un montañés armado con una antorcha para prender fuego al carromato, mas logré derribarlo al suelo y saciar mi hambre con él.

Nuestra situación era desesperada, pero antes de que recibiésemos nuevos ataques, escuché a lo lejos el estruendo provocado por los cascos de los caballos de un numeroso grupo de jinetes. Nuestros atacantes también pudieron oírlos y volvieron a los bosques para esconderse. Hice un rápido balance de nuestra apurada situación: dos carromatos habían sobrevivido al asalto, sólo nos quedaba un caballo, y Lushkar, Derlush y un guardia eran los únicos sirvientes que nos quedaban con vida. Cuando pregunté dónde estaba el hermano William, Lushkar respondió que lo había visto luchando contra dos asaltantes y que se precipitó con ellos por el barranco.

Los jinetes alcanzaron nuestra posición y nos rodearon, inspeccionándonos y comprobando que no formásemos parte de una emboscada para atacarles. Eran hombres bien armados, lo que me hizo pensar que su señor podría convertirse en un valioso aliado si obraba con inteligencia. Hablé con el líder del grupo y este me condujo hasta su señor, que llegó al lugar en su propio carromato cerrado. Su belleza ultraterrena me hizo sospechar rápidamente de su naturaleza Cainita. Vestía ricos ropajes negros de bordes dorados y mostraba un porte noble y altanero. Así fue cómo conocí a uno de los Cainitas que cambiaría muchos de mis puntos de vista a cerca de la no vida de forma irrevocable. Así fue cómo conocí a Myca Vykos. Pasé bajo su hospitalidad gran parte de la noche conversando con él en su carromato. Nuestra charla fue una lucha dialéctica e la que Myca intentaba obtener información de mí y yo le respondía con medias verdades, desinformándole tanto como pude. Le conté con sinceridad que era un Tremere que viajaba por esta región buscando lugares de poder ocultos e investigándolos. Eso le divirtió y compartió su siniestro humor conmigo al explicarme que él pertenecía al clan Tzimisce. Y a pesar de nuestras lealtades, continuamos dialogando de forma serena, tanteándonos mutuamente, explorando nuestros límites intelectuales como rivales en un torneo de espadas. Hasta donde yo sabía, los Tzimisce eran famosos por su hospitalidad, pudiendo llegar a grandes extremos por proteger a un invitado en sus dominios. Sin embargo, dudaba mucho de que esa protección se extendiese a los míos y esperaba una traición en cualquier momento. A Myca debió divertirle aún más mi recelosa cautela al intentar ocultarle ciertas cosas a la par que trataba de entretenerlo hablándole de otros temas importantes. Al final, me confesó que iba a visitar al Príncipe Radu de la ciudad de Bistriz, otro Tzimisce, y se ofreció a escoltarme hasta allí de una forma que no pude rehusar sin llegar a una violencia inútil y suicida. Al finalizar esa noche, me ví atrapado en una fina y sutil telaraña, pero mi mente no puedo apartar la fascinación que empezaba a sentir por Myca Vykos, pese a sus intenciones ocultas.

lunes, 28 de mayo de 2012

C. DE T. 1 - 7: UNA DESPEDIDA AMARGA


A la noche siguiente, nos encontramos en las puertas de Pest a la hora acordada. La noche encapotada ocultaba la luz de la luna y de las estrellas del firmamento, anunciando la venida de una fuerte tormenta. El hermano William se había encargado de reunir los suministros ofrecidos por nuestros patronos: tres carromatos cubiertos, cuatro mercenarios ghoul adictos a la sangre Cainita y un pequeño tesoro, suficiente para comprar los materiales y la mano de obra necesaria para la construcción de la fortaleza. Preparados de este modo, emprendimos nuestro viaje a las malditas tierras transilvanas.

Durante la primera etapa de nuestro viaje, seguimos el cauce del río Danubio, del mismo modo que los marineros siguen a las estrellas en sus fatigosas travesías. Mis artes arcanas nos concedieron el favor del tiempo, evitando los nubarrones que amenazaban a Praga y a los pueblos de los alrededores. El hermano William y yo aprovechamos cada parada durante nuestro viaje para alimentarnos con moderación, bien de nuestros criados bien de los campesinos que encontrábamos en las aldeas. Tras aproximadamente un mes, llegamos a las Puertas de Hierro, el paso que nos introduciría en la región montañosa oriental del reino de Hungría. El carro que me transportaba parecía brincar como un potro salvaje a causa de los hoyos o de las piedras del camino, los caballos estaban constantemente nerviosos y las mismas montañas se alzaban orgullosas hacia el cielo, desafiantes, a la vez que nos mostraban sus rostros heridos por el tiempo.

Los caminos eran estrechísimos, de tal suerte que nuestros carromatos a duras penas podían transitar por ellos. Los habitantes de las aldeas a nuestro paso observaban suspicaces nuestra pequeña comitiva y no pude evitar fijarme en las ristras de ajos que colgaban en las puertas de sus humildes casuchas. Mis únicos consuelos en este penoso viaje fueron que no hubo incidentes graves durante esa parte del camino y el tiempo que pasaba en compañía de Sherazhina. Solía conversar más con ella que con mis propios sirvientes, hablando de temas tan diversos como los debates entre los emperadores germanos y los papas por la autoridad temporal sobre los reinos cristianos, la fallida revolución iconoclasta en la iglesia ortodoxa bizantina, las obras de Platón y Aristóteles, las fábulas eslavas, el amor cortés y muchas cosas más. Ambos parecíamos disfrutar cada vez más de nuestra mutua compañía. Ella incluso dio muestras de conocer la naturaleza de mi maldición, pero nunca pude afrontar esa cuestión abiertamente en nuestras conversaciones privadas. Por mi parte, me daba cuenta de que mi pasión por ella se estaba convirtiendo en un fuego voraz cuyas llamas podrían ponerla en peligro. Incluso en varias ocasiones me descubrí ardiendo en deseos de hundir mis colmillos en la calidez de su cuello y sentir el dulce sabor de su vida inundando mis labios mientras que su corazón palpitante bailaba al son de mis deseos; mas me contuve haciendo uso de todas las fuerzas de mi voluntad y nunca la toqué. Por primera vez en mucho tiempo, sentía una emoción pura y sincera y no quería mancillarla con los instintos bestiales del monstruo que se escondía en mi interior.

Fueron esos impulsos los que reafirmaron mi decisión de apartarla de mí antes de que la tragedia se presentase sin invitación. Si no podía contenerme en su presencia, ella correría constantemente un peligro mortal. Aproveché una breve parada que hicimos en la ciudad de Giurgiu. Ordené a Derlush que comprase el mejor caballo que encontrase y víveres para un viaje de varios días, mientras que Lushkar tuvo que alquilar los servicios de unos soldados mercenarios serbios de paso para que escoltasen a una joven dama de vuelta a su feudo familiar. Los preparativos fueron breves y satisfactoriamente rápidos. Como esperaba, Sherazhina no estuvo de acuerdo. Aquella fue una despedida amarga, cargada de reproches. Sin embargo, tuvo que claudicar, aunque fuese a regañadientes. Aceptó mis regalos de despedida y emprendió el viaje de regreso que la devolvería con su hermano pequeño, Dragomir, y su abuelo, el señor valaco Vintila Basarab. En aquel momento, no tenía forma de saber que Vintila era de hecho un poderoso vampyr del clan Tzimisce, los peores enemigos de la Casa Tremere. Y sin embargo, aún hoy me pregunto si de haber tenido ese conocimiento, hubiese actuado de un modo distinto. ¿Intentaría quedarme a su lado al amparo de la peregrina excusa de protegerla de su familia o la seguiría apartando egoístamente para evitar que fuese yo quien la hiciese daño? 

En cualquier caso, nunca olvidaré la mirada agradecida y triste de Sherazhina en el momento de su partida. Esos ojos me devoraron por dentro. ¿Era posible el amor entre un Cainita y una mortal? ¿Podía un Cainita, un monstruo bebedor de sangre, conservar siquiera la capacidad de amar? ¿Cómo explicar si no el interés que ella había despertado en mí y la angustia que sentía ante la posibilidad de no volver a verla?

Aquella fue una despedida amarga pero necesaria. Curiosamente, en aquel momento me sentí más humano de lo que había sido nunca desde mi iniciación como magus de la Casa Tremere.

domingo, 27 de mayo de 2012

C. DE T. 1 - 6: LA CONSPIRACIÓN


Esa segunda noche, crucé el río en una pequeña barca y me adentré en las calles de Buda. No esperaba que un Cainita enloquecido saliese a mi encuentro. Daba grandes voces hablando en una mezcolanza de idiomas, pasando sin pausa alguna del magiar al latín, el griego e incluso el bávaro. Era alto y musculoso, con un pelo salvaje y enmarañado de color rojo fuego y una larga barba que le llegaba hasta el pecho. Vestía pantalones de cuero y una sucia túnica cubierta de piezas sueltas de armadura. El extraño me habló de algo que iba a despertar y de ocho signos en las noches venideras que eran inevitables pero que, al mismo tiempo, se podían transformar. También me dijo que Zolot mentía y que debía evitar sus mentiras. Dicho esto, quedó en silencio con la mirada turbada, sin verme realmente. Supuse que esta alma atormentada debía pertenecer al clan Malkavian, pues el peso de la locura es el escudo de su linaje, pero sus palabras me conmocionaron en gran media. ¿Era un truco o la alucinación de una mente desquiciada? ¿Una prueba? De ser cierto lo que decía, ¿sería también Zolot un Cainita?

Antes de que pudiese hacer cualquier cosa, vino una pequeña turba con antorchas corriendo en nuestra dirección. Frustrado y temeroso, me alejé cuanto pude, pero los mortales no me persiguieron, sino que se quedaron junto al loco y muchos de ellos se arrodillaron ante él. Lo llamaban Havnor, como el antiguo dios del trueno y el relámpago de los paganos magiares. ¿Era ese loco el antiguo Havnor? De ser así, llevaba existiendo desde hacía más de mil años. En caso contrario, el Cainita estaría usando a los mortales como su culto de sangre particular. Ambas posibilidades eran muy peligrosas para mí, por lo que aproveché la oportunidad para perderme de nuevo en las calles y llegar de forma segura al distrito del castillo.

La reunión se celebró en un sótano oculto, excavado bajo uno de los establos de la plaza del mercado. Allí me esperaban mi sire Jervais y otros poderosos Cainitas con los que nunca me había encontrado, pero de los que había oído hablar con respeto. Mi antiguo maestro me comunicó lo que se esperaba de mí. Debía afrontar un penoso viaje a la frontera oriental del reino de Hungría, a una región al norte de Transilvania. Allí,  más allá de la ciudad de Bistriz, había un paso natural, el Paso de Tihuta, donde debía dirigir la construcción de una fortaleza defensiva que vigilase dicho paso montañoso. Naturalmente, me ofreció el servicio de criados, guardias, carretas y las suficientes monedas de oro y plata para afrontar una empresa como esa. Si seguía bien sus instrucciones, reforzaría la posición de la Casa Tremere en esa región e incrementaría nuestros apoyos entre los Cainitas presentes en esa reunión.

He de decir que mi sire Jervais me conocía mejor que nadie y supo elegir muy bien los argumentos que necesitaba para convencerme de la necesidad de semejante empresa. Ello me hizo reflexionar en las razones reales por las que él participaba en dicho envite. Cabía la posibilidad, por supuesto, de que esta reunión, y lo que allí se decidió, formase parte de una conspiración entre los principales líderes Ventrue y Tremere contra los señores Tzimisce del este. Había escuchado con anterioridad rumores que hablaban de la necesidad de formar una alianza semejante. Ambos clanes empezaban a compartir enemigos comunes. Los Tremere nos convertimos en Cainitras haciendo oscuros experimentos mágicos con cautivos Tzimisce y, cuando ese clan tuvo noticia de nuestros actos, nos declaró una guerra sin cuartel que proseguía hasta hoy en día. Por su parte, los Ventrue del Sacro Imperio Romano Germánico, guiados por el gran señor Hardestadt el Viejo y su chiquillo Jürguen, que a la sazón gobernaba como Príncipe en la ciudad germana de  Magdenburgo, querían expandir sus dominios tradicionales hacia el este, donde los Tzimisce tenían sus dominios. Así pues, una alianza entre mi Casa y el clan Ventrue sería muy beneficiosa para ambos y propiciaría con seguridad la caída de nuestros enemigos, rompiendo además el aislamiento político que habíamos sufrido los Tremere tras la destrucción del Antediluviano Saulot.

Tampoco se me escapaba el hecho de que al incluirme en dicha conspiración, Jervais utilizaba a un peón prescindible. Si yo fracasaba, se habría librado de un chiquillo molesto al que no lloraría y si, por el contrario, me alzaba con el éxito en mi empresa, la Casa Tremere aumentaría su esfera de influencia y él se llevaría todos los méritos y las alabanzas, puesto que habría trazado el plan desde sus orígenes. Y yo, aunque fui consciente de sus tretas, acepté el reto sin poner traba alguna a sus planes por el bien de nuestra Casa.

En esa reunión, también me presentaron al que sería mi compañero de viaje, el hermano William Arkeenstone, un delgado sajón de pelo castaño con tonsura y de aspecto demacrado y enfermizo, que mostraba evidentes marcas de ojeras, mejillas hundidas y una piel pálida como la de un cadáver. No me costó reconocer su decrépita apariencia como la maldición particular de los Cainitas del clan Capadocio. Vestía unos deshilachados ropajes de alguna orden monásticas menor. Hablamos durante poco tiempo, pero pareció que nos entendimos con rapidez. Al igual que yo, el hermano William era joven en la sangre y había sido elegido para esta tarea por medio de oscuras negociaciones para segurar el equilibrio político de los intereses implicados. Él era consciente de su delicada situación y me aseguró que me ayudaría con todos los medios disponibles a su alcance para conseguir que ambos saliésemos bien parados de la peligrosa tarea que nos aguardaba. Al final, acordamos reunirnos a la noche siguiente en la puerta principal de Pest para iniciar nuestro viaje.

viernes, 25 de mayo de 2012

C. DE T. 1 - 5: SHERAZHINA


Mi nombre es Dieter Helsemnich y soy un monstruo maldito. Mi legado son décadas y centurias de conspiraciones, muerte y sufrimiento. Siendo un monstruo, no tuve más opción que comportarme como un monstruo para sobrevivir, pero mi conciencia no ha permanecido ociosa. Al contrario, he sido plenamente consciente de cada decisión tomada y de sus terribles consecuencias. Es el peso de esta culpa lo que me mueve a compartir en estas páginas parte de la carga que asola mi alma. He deliberado mucho tiempo sobre su conveniencia y, no obstante, creo que todos los recuerdos atesorados harán un mayor servicio si pueden ofrecer consuelo o consejo a los recién llegados a la maldición de Caín. El lector prudente sabrá ejercer un razonamiento equilibrado en la maraña de verdades y mentiras que forzosamente forman una memoria de siglos de antigüedad... 

Pero, ¿por dónde debo iniciar mi relato? ¿Por mis años mortales? ¿Por mis primeros y torpes pasos en la senda de la maldición de Caín? No, nunca dejaría constancia de esos recuerdos a nadie. Serían una herramienta demasiado útil para un mal uso. Entonces, ¿en qué momento y lugar debo iniciar este diario? En la encrucijada en que la rueda del destino se puso inexorablemente en marcha, por supuesto.

Todo empezó cuando fui enviado a Buda-Pest para reunirme con cierto grupo de Cainitas. En aquellos tiempos del año 1.198 de nuestra era, la primavera se estaba despertando perezosa del frío abrazo invernal y el tormentoso Danubio separaba ambas ciudades, que acogían alegremente a los esforzados comerciantes venidos de tierras lejanas. Tras cruzar las puertas de Pest antes de que sus guardianes mortales las cerrasen,  mis criados y yo seguimos avanzando por la calle principal hacia el oeste.

Lushkar era el que llevaba más tiempo a mi servicio. Era un joven bávaro, de constitución desgarbada, alto para su peso, y con un corto pelo rubio ensortijado. Hijo segundo de una pequeña familia de la nobleza, había estudiado durante años con los grandes maestros de la universidad eclesiástica de Bolonia, y después, había conseguido un puesto como escriba al servicio de un embajador húngaro cuyo nombre no es importante. Conocí a Lushkar durante una visita a la pujante ciudad de Viena y decidí ponerlo a mi servicio por sus amplios conocimientos académicos y su viva perspicacia. Mi otro criado se llamaba Derlush, un infiel maometano de origen anatolio, con un oscuro pasado, que había huido de la compañía de los suyos y buscado fortuna en los reinos cristianos más allá de los últimos dominios del Imperio Bizantino. Pese a sus maneras rudas y bárbaras, era un excelente jinete y usaba el arco como pocos cazadores. Destacaba fácilmente entre el gentío por su piel morena, sus largos bigotes,  y sus ropas hechas con pieles de animales. En aquellos tiempos, necesitaba a un criado que supiera defenderse con las armas y su ayuda me fue muy útil en numerosas ocasiones.

Ambos sirvientes me eran extremadamente fieles gracias al poder de la sangre Cainita. Ello garantizaba su lealtad y les proporcionaba cierto vigor y fuerza del que carecían el común de los mortales. Sin embargo, los años pasados junto a mi maestro y sire me habían inculcado una sana desconfianza, por lo que preparaba un bebedizo que ellos ingerían una vez cada luna llena sin conocer el origen del preciado líquido al que eran adictos. Toda precaución era poca para sobrevivir en aquellos peligrosos tiempos.

Como iba diciendo con anterioridad, nos internamos en las malolientes calles de Pest y llegamos al mercado de ganado, donde se estaba celebrando una subasta de esclavos, de todas las edades y géneros, que iban a ser vendidos a los mejores postores. Comerciantes y curiosos salidos de las tabernas cercanas miraban al nutrido grupo de esclavos. Asqueado por este triste espectáculo, iba a alejarme cuando me percaté de la presencia de otro Cainita en la multitud. Era un apuesto hombre de mediana edad, vestido con los elegantes y llamativos ropajes de un comerciante que ha alcanzado el éxito en su oficio. Parecía contemplar la subasta con un aburrimiento evidente. Movido por la curiosidad, encargué a Lushkar y Derlush que buscasen una posada donde pasar las próximas horas del día, pagando generosamente por tener un espacio privado, y les advertí que tomasen las medidas adecuadas para proteger el interior de la habitación de los rayos del sol. Me uniría a ellos más tarde.

De este modo, seguía observando al extraño desde la distancia cuando una de las esclavas, una apuesta muchacha de larga melena negra y retales de ropas que hablaban de una familia importante caída en desgracia, derribó al suelo al vendedor y salió corriendo entre la multitud, que estaba complacida por el gracioso e inesperado espectáculo. Sin ayuda, no pasaría mucho tiempo antes de que los guardias de la ciudad diesen con ella y se la entregasen de nuevo al esclavista a cambio de alguna pequeña recompensa. Sin embargo, sus ansias de libertad me conmovieron y corrí tras ella, dispuesto a auxiliarla.

Corrimos juntos entre las casas hasta que la llevé a un oscuro callejón. Sus sombras despistaron a los guardias, pero no al Cainita que había visto entre el público. Estaba allí, en la entrada del callejón, pero sin atreverse a adentrarse en él. Debió de darse cuenta de que yo también compartía la maldición de Caín, porque actuó de forma extremadamente cauta. Se identificó como el senescal del Príncipe de Buda-Pest, el Vencel Rikard del clan Ventrue, y exigió que le fuese entregada la muchacha, pues era propiedad del señor de la ciudad. Sus palabras me parecieron cargadas de autoridad, pero hubo algo en ellas que me hizo dudar, por lo que hice gestos a la joven para que permaneciese en silencio y me arrodillé en el suelo para convocar el aliento del dragón. Una repentina niebla inundó el callejón y las calles vecinas, cubriéndolas con un pesado manto espectral. Iba a utilizarla para encubrir nuestra retirada, pero el supuesto senescal se puso nervioso y decidió alejarse. Aprovechando la oportunidad, hicimos lo mismo por el camino contrario antes de que tuviese tiempo a avisar a alguien más.

La muchacha me confesó más tarde que se llamaba Sherazhina y que pertenecía a la antigua y noble familia valaca de los Basarab. Estaba muy agradecida por mi inesperada ayuda y se ofreció a acompañarme hasta su hogar, donde sería recompensado con generosidad. Yo rechacé su oferta, por supuesto. Pese a que parecía que había recibido una educación esmerada e insólita fuera de los muros de los monasterios y conventos de la Iglesia, y pese a que me sorprendió descubrir que su conversación me resultaba muy grata, sospechaba en cambio que mi compañía podría ponerla en graves peligros. Sin embargo, consentí en darle protección y ayudarla a volver a su hogar sana y salva.

Descansamos todos juntos en la misma habitación de la posada. Mientras yo dormía el sopor propio de los no muertos, Lushkar y Derlush nos protegieron durante las horas del día. Al despertarme a la noche siguiente, les encargué a los tres que me esperasen aquí de nuevo. Por mi parte, tenía una importante reunión a la que debía acudir.

jueves, 24 de mayo de 2012

C. DE T. 1 - 4: UNA DESAPARICIÓN MISTERIOSA


Consejero Etrius,

Siguiendo vuestras órdenes, acudí a Alba Iulia inmediatamente. Allí pude confirmar vuestros peores temores. La ciudad está inmersa en el caos y la confusión. Han llegado los rumores de matanzas en los caminos y de bandas de proscritos y cosas aún peores que aguardan a los viajeros indefensos por estos parajes. Las autoridades mortales han logrado suprimir una revuelta popular, pero a duras penas logran imponer su ley a los hombres.

Por su parte, la corte nocturna se ha desintegrado. El Príncipe ha desaparecido y la mayoría de sus súbditos han corrido la misma suerte o han encontrado la muerte definitiva. Los Cainitas rebeldes han dejado a algunos de sus jóvenes en la ciudad, mientras ellos siguen extendiendo la anarquía a los territorios vecinos. Sin embargo, nuestros escasos compañeros de clan sobrevivían ocultos en la capilla local. La desaparición del regens Dieter Helsemnich perjudica gravemente nuestros planes en la región. Su aprendiz de mayor grado, un magus llamado Lushkar, afirma que su maestro le dio instrucciones concretas para que se ocultasen todos en los sótanos de la capilla mientras él hacía frente a un antiguo mal que debía ser vencido. No hay rastro mundano o mágico suyo más allá de las colinas y montes que rodean la ciudad. No obstante, mi intenso escrutinio sacó a la luz unos manuscritos ocultos, escritos de su puño y letra a modo de diario personal. Su estudio podría revelar de algún modo el destino del regens y Príncipe de Alba Iulia, a la vez que puede contribuir a aclarar sucesos más oscuros. Os los envío junto a sus aprendices y siervos de confianza que esperan vuestro veredicto.

Mi señor, la situación en Alba Iulia aún no es desesperada. La capilla cuenta con buenas reservas de vitae, recolectadas pacientemente por sus aprendices durante siglos, y mantiene sus salvaguardias mágicas intactas. No sería bueno para nosotros perder este baluarte en territorio enemigo. Además, la permanencia de nuestra capilla sería un magnífico recordatorio para nuestros aliados de nuestros legítimos derechos sobre el gobierno de la ciudad, cuando los rebeldes sean finalmente derrotados. Por estas razones, encomiendo encarecidamente su defensa. Esperaré en ella vuestras instrucciones y trataré de reducir la influencia de esos bellacos que se han atrevido a mancillar los dominios de nuestro clan.

Vuestro fiel  servidor,
August von Siert,
chiquillo de Peter Schloss,
chiquillo de Filaereus,
chiquillo de Etrius,
del clan Tremere.

martes, 22 de mayo de 2012

C. DE T. 1 - 3: LA TRANSFORMACIÓN


Finalmente, llegó el día en que mis méritos y esfuerzos obtuvieron su justa recompensa. Llevaba ya cuarenta años de fiel servicio, demostrando constantemente mi valía a mi cruel maestro. Una fría noche de invierno, Jervais me ordenó que le acompañase a una de las criptas de Ceoris, la gran capilla de la Casa Tremere y sede de nuestro poder, para asistirle en la elaboración de un complejo ritual. La cámara a la que me condujo no estaba vacía. Había media docena de figuras vestidas con túnicas carmesíes y con capuchas ocultándoles sus rostros. Alguien ya se había dedicado a preparar unos símbolos arcanos en su suelo, enmarcados por unas velas dispuestas que seguían un complejo patrón que no pude reconocer en ese momento. No tuve tiempo para prepararme. La daga plateada de mi maestro me atravesó a traición, hiriéndome gravemente en el cuello.Caí de rodillas a causa del dolor, mientras intentaba detener inútilmente la sangre que fluía incontrolada con la mano.Miré a mi maestro desesperado, pero sólo encontré una fría satisfacción en sus ojos. Me volví hacia las figuras encapuchadas, que se estaban colocando en una posición de semicírculo junto a nosotros. Sus voces eran un coro de múltiples lenguas que bailaba la misma canción, en idiomas antiguos y perdidos muchos de ellos. El dolor se hizo más fuerte y me derrumbé en el suelo rocoso. Mi sangre se derramó sobre las inscripciones arcanas como una marea sanguinolenta. Lo último que vi fue la sombra inmisericorde de mi maestro cerniéndose sobre mí.

Volví a cobrar consciencia poco después. Tenía calambres por todo el cuerpo, así como el frío y el cansancio de los moribundos, mas por encima de todo sentía un hambre desconocida e insaciable que no me abandonaría jamás. El olor de la sangre, de mi sangre derramada en el suelo, me enloquecía. A duras penas logré imponer mi voluntad por encima de esa necesidad imperiosa que insistía en mi cabeza para que me pusiera de rodillas y lamiese todo ese líquido. Apenas conservé el suficiente raciocinio para advertir que mi maestro se acercaba a mí con un cáliz dorado entre sus manos.

"Repite conmigo", ordenó imperioso. "Yo Ludwich Helsnitch, por este acto juro mi imperecedera lealtad a la Casa Tremere y a todos sus miembros. Soy de su sangre y ellos de la mía. Compartimos nuestras vidas, nuestros objetivos y nuestros logros. Obedeceré a aquellos que la Casa juzgue oportuno nombrar como mis superiores y trataré a mis inferiores con todo el respeto y el cuidado que  se hayan ganado."

Repetí débilmente las palabras y unas nauseas repentinas me provocaron un vómito sanguinolento. La mano de Jervais sujetó con fuerza mi mandíbula y acercó la copa, cuyo contenido carmesí ardió en mi boca. Había probado innumerables veces la sangre de mi maestro en ocasiones anteriores, pero el contenido del líquido, caliente y viscoso, convirtió esas experiencias placenteras en recuerdos borrosos, pálidas sombras del acto sagrado que experimenté en ese momento.

La voz continuó. "No arrebataré ni ni intentaré arrebatar su poder mágico a ningún miembro de la Casa Tremere. No mataré ni intentaré matar a ningún miembro de la Casa Tremere, salvo en defensa propia o cuando un magus haya sido declarado proscrito por un tribunal formalmente constituido, ni ahorraré esfuerzos en llevar ante la justicia a dicho magus."

Repetí el juramento palabra por palabra, aunque la fuerza de la sangre ingerida me inundaba y me compelía a tomar más por mi propia mano; a beber toda la sangre del que fuera mi torturador durante aquellos interminables años; a beber la sangre de todos los que estaban en la cripta; a beber la sangre del mundo entero hasta ahogarme en ella. Por supuesto, no eran más que cantos de sirena y, pese a su fuerza, pude contenerme estremecido. Jervais sonrió cruelmente al ver mi lucha interna y me ofreció el don del cáliz nuevamente. Su voz me siguió acompañando durante la iniciación.

"Continúa. Repite conmigo. Acataré las decisiones de los tribunales y honraré la voluntad del Consejo Interior de los Siete y los deseos de mis superiores. Los tribunales estarán vinculados por el espíritu del Código de Tremere, completado por el Código Periférico e interpretados por un organismo apropiadamente constituido por magi. Tengo el derecho a apelar una decisión ante un tribunal superior, si acceden a escuchar mi caso."

El recitado continuó durante toda la noche, interrumpido por pequeños tragos del valioso líquido del cáliz. Mi sed fue menguando y el hambre perdió sus fuerzas, aunque no desapareció del todo. La voz de Jervais siguió atronando en mi cabeza pronunciando el resto juramento hasta su final.

"No pondré en peligro a la Casa Tremere con mis actos, ni interferiré en los asuntos de los mundanos de cualquier forma que acarre la ruina a mi Casa. No trataré con demonios ni hadas de ninguna forma que les haga cobrarse venganza sobre mi Casa. No usaré mi magia para espiar a otros miembros de la Casa Tremere, ni la usaré para espiar sus asuntos. Está expresamente prohibido."

"Sólo enseñaré a aprendices que juren este código y , si alguno de ellos se volviera contra la Casa Tremere, seré el primero en llevarle ante la justicia y darle muerte. Ningún aprendiz mío será llamado magus sin jurar primer cumplir el código. Trataré a mis aprendices con el cuidado y el respeto que se merezcan. Concedo a mis superiores el derecho a tomar a mi aprendiz si ese aprendiz fuese valioso para sus obras. Todos los miembros de la Casa Tremere se deben en primer lugar a estos preceptos. Acataré el derecho de mis superiores a tomar dichas decisiones."

"Aumentaré el conocimiento de la Casa y compartiré con todos sus miembros todo lo que encuentre en mi búsqueda de sabiduría y poder. No guardaré secretos sobre las artes de la magia, ni mantendré en secreto los actos que puedan poner en peligro a la Casa Tremere."

"Pido que de violar este juramento, se me expulse de la Casa. Si soy expulsado, pido a mis hermanos que me encuentren y acaben conmigo, para que mi vida no continúe en la degradación y la infamia."

"Reconozco que los enemigos de la Casa Tremere son mis enemigos, que los amigos de la Casa son mis amigos y que los aliados de la Casa son mis aliados. Trabajemos unidos y hagámonos fuertes y robustos."

"Por la presente, hago este juramento en el año 1.174 de nuestra era. ¡Ay de aquellos que traten de tentarme para que rompa este juramento y ay de mí si sucumbo a la tentación!"

Las siguientes noches fueron de gran regocijo y pena para mí. Al ser iniciado, se abrían nuevas puertas en mi ascenso al conocimiento mágico y al poder dentro de la Pirámide Tremere. Jervais me explicó que la sangre maldita que corría ahora por mis venas me concedía la inmortalidad en un mundo moribundo en el que la magia se extinguiría hasta convertirse en un desierto infecundo. El hambre devoradora era un pequeño precio a pagar a cambio del poder eterno. Parecía un sueño dorado hecho realidad. Por supuesto, ya conocía lo suficientemente bien a mi maestro y sire para sospechar de los matices ocultos de sus palabras. Pronto descubrí la verdad de esta manzana envenenada. La luz de Helios y el fuego serían los mayores peligros a mi existencia. Además, el hambre, a la que algunos llaman la Bestia Interior, y sus coléricos efectos, me condenarían para siempre a robar la vida de los mortales para obtener sustento y fuerza, así como a actos más atroces que sólo podría eludir manteniendo sobre mí mismo la disciplina más férrea en todo momento. Lloré lágrimas sangrientas de frustración y tristeza en mis nuevos aposentos privados al contemplar todo lo que había perdido para convertirme en el monstruo que ahora era. En mis pensamientos, sabía que estaba condenado, pero seguía siendo un sirviente leal de la Pirámide y consagraría mi existencia a servir a la Casa Tremere con mis mejores esfuerzos, no por sus recompensas, ni por el poder, ni por la sabiduría mágica que atesoraba. No., lo haría porque ese había sido mi destino como mortal y consagraría mi existencia antinatural a salvaguardar todo lo que pudiese de mi vida anterior.

Esa determinación provocó el distanciamiento final entre mi sire Jervais y yo. Él era un practicante de la Via Diabolis, cuyas enseñanzas espirituales, que rechazaban la moral cristiana, se amparaban en sus profundos estudios sobre el valor del individuo en las escuelas epicúrea y cirenaica, y le impulsaban a seguir sus monstruosos apetitos siempre que se presentasen. Complaciendo a la Bestia Interior, lograba dirigirla con mayor eficacia cuando ésta se desataba. Sin embargo, mi deseo de renunciar a mis ambiciones personales y de conservar los pocos retazos que permanecían de mi antiguo yo mortal le parecieron no poca ofensa. Por tanto, y por mi propia seguridad, busqué el consuelo de algunos magi Tremere de ideas semejantes y recorrí mi propio sendero espiritual, la Via Humanitas. La tutela de mi antiguo maestro Jervais fue más breve de lo esperado y, a pesar de seguir siendo su aprendiz y chiquillo, fui casi abandonado como un fracaso indeseable a sus ojos. Me convertí en una broma risible para sus muchos rivales y enemigos, y en un traidor para sus aliados más cercanos.

No obstante, perseveré donde tantos otros fracasaron y tomé un nuevo nombre, Dieter Helsemnich.

domingo, 20 de mayo de 2012

C. DE T. 1 - 2: BREVE HISTORIA DE UNA VIDA PASADA


Aequam memento rebus in arduis servare mentem. Escucha estas palabras. Siete son los astros móviles que iluminan la bóveda celestial. Tres son los ojos que observan la perfección de los acabado. Uno es el  gran principio creador universal. Mis recuerdos se esconden en la magia de estos números, esperando pacientemente la llegada de este momento. Concéntrate. Repítelos despacio. Ahora lee y comprende. Veritas filia temporis.

Mis días mortales comenzaron en Praga, capital del reino de Bohemia. La ciudad disfrutaba por aquel entonces de grandes riquezas, gracias a las minas de plata de las montañas vecinas, y de un enorme prestigio entre los reinos cristianos. Praga está dividida en dos por el río Vltava, que separa a la Ciudad Vieja del Pequeño Barrio. Únicamente el Puente de Judith une las dos orillas del río, salvo en los tres meses más fríos del invierno, en los que el Vltava se congelaba hasta tal extremo que incluso los caballos podían cruzar el hielo. Y, oteando todo el paisaje desde un promontorio que domina la orilla oriental del río, se alza el siniestro Castillo de Praga, cuya sombra omnipresente se extiende por toda la ciudad.

Así pues, nací en esta austera ciudad a mediados del siglo XII del calendario cristiano, tal vez en el año 1.134, aunque no podría asegurarlo con total certeza. Fui el tercer hijo de una familia acomodada que vivía en la calle de los plateros. Mi padre, Iacobus Helsnitch, fue un diestro artesano, de mente aguda y pulso preciso, al mismo tiempo que un amante esposo y un padre terrible. Procedente de la ciudad de Ratisbona, en el Alto Palatinado germano, había enviudado en el pasado y huido a Praga para rehacer su vida lejos de los recuerdos de su doloroso pasado. Gertrude Helsnitch, mi querida madre, era doce años más joven que él. Severa pero justa, discreta e incansable, puso el mismo celo en el cuidado de su familia como en revisar en secreto las ventas y los gastos del taller de mi padre. Mi abuelo materno, un astuto sajón tratante de lana, le había inculcado el amor por los números y las cuentas, amor que supo transmitirme desde mis primeros años bajo su cuidado.

Yo era un niño harto retraído y extremadamente tímido, ausente. Ello me fue separando de mi padre, al tiempo que incrementaba las atenciones que me prodigaba mi madre, lo que provocó a su vez los celos de mis hermanos mayores, Hans y Susanne, que me sometieron a numerosos abusos y burlas. Dado que pronto descubrí que no disponía de la pericia o del empeño de Hans para trabajar la plata en el taller familiar, me esforcé por ayudar a mi madre en las tareas hogareñas siempre que podía, causando más problemas que sirviendo de alguna ayuda. Cuando tuve cinco o seis años, mis padres comenzaron a preocuparse al verme jugar solo en el pequeño huerto que teníamos detrás de nuestra casa, hablando a personas que nadie más veía excepto yo. Mis hermanos creyeron que estaba loco, mi padre temía que pudiese estar poseído por un espíritu maligno y madre quedó desconsolada. Yo no podía explicarles que era normal, que no debían preocuparse por mí.

Fueron días muy difíciles para mis padres. Los oía discutir todas las tardes. Mi padre empezó a quedarse a dormir en el taller y yo podía escuchar los lamentos y lloros de mi madre durante toda la noche hasta que se quedaba dormida de puro cansancio. Pese a mi tierna edad, percibía su dolor y trataba de consolarla con besos y abrazos, pero sólo era un niño pequeño y no podía hacer nada más.

El Destino intervino una noche de verano. Mi padre me despertó de mis sueños junto a mis hermanos para llevarme a su taller. Allí, esperaba un hombre, un varón de alta alcurnia por sus elegantes ropajes, que quería conocerme. Así fue como conocí al que sería mi mentor y maestro, mi amo y señor, la criatura que condenaría mi alma para toda la eternidad. Sé bien que has escuchado muchos rumores de mi infame creador, e incluso que lo has visto en persona durante alguna embajada diplomática, así que ahorraré detalles al describirlo. Baste decir que para un infante como yo, su figura nocturna era aterradora. Su altura y corpulencia dominaban el taller. Una gran calvicie y una barba perfilada al filo de la mandíbula enmarcaban los lindes de su duro rostro. Pero lo más aterrador de su persona eran sus ojos, unas frías dagas listas para zaherir en cualquier momento. Fueron esos rasgos los que me subyugaron en ese primer momento. Su mera presencia asfixiaba detalles vanos como la ostentación de sus elegantes ropajes o sus anillos de oro y plata coronados por piedras preciosas.

Él me miró con hosca frialdad y ofreció unas pocas monedas de plata. Mi señor padre no regateó en ese ejercicio ni se despidió de mí cuando el extraño me sacó violentamente a la empedrada calle, donde nos esperaba un siniestro carruaje. Quise gritar pidiendo ayuda, suplicar a mis vecinos, despedirme de mi madre, pero estaba demasiado asustado para pronunciar cualquier otra cosa que un breve sonido quedo. Su mano, férreamente clavada en mi hombro, me subió sin dificultad al interior del vehículo, cuyos bancos de madera pulida me ofrecieron una dolorosa bienvenida. Mi nuevo amo se sentó frente a mí, silencioso, mientras el criado cerraba nuestra puerta. Así comenzó mi viaje a las tinieblas de la noche.

Los siguientes años fueron los más duros de toda mi existencia. Me había convertido forzosamente en aprendiz de Jervais, el Cosechador de Vis de la capilla central de Ceoris. Mi maestro era un poderoso magus de la Casa Tremere, la más grande y poderosa de las casas herméticas y mis obligaciones fueron muchas y muy penosas. Debía asegurarme de mantener ordenado el sanctasantorum de mi amo, su laboratorio mágico, así como su biblioteca personal y sus dependencias más privadas. Debía preparar los ingredientes mágicos de sus rituales con extremo cuidado, así como a las víctimas, humanas y no humanas, que tuvieron la desgracia de caer en nuestras manos. Por supuesto, recibí dolorosos castigos por mis errores. Mi amo no era un maestro bondadoso y muchos fueron los aprendices que murieron a su servicio. Pese a todo, me enorgullece decir que sobreviví bajo su tutela y mi aprendizaje en las artes de la magia fue rápido y satisfactorio. Los escritos de los sabios antiguos no pudieron resistirse a mi incansable curiosidad. La alquimia fue desvelando lentamente sus secretos, revelándome sus claves y enigmas ocultos. Los misterios de la vis, la energía primordial que satura cualquier acto mágico, cobraron fuerza en mi interior y demostré rápidamente un gran potencial en el control de la Rego Tempestas, la taumaturgia mágica que somete el clima a la voluntad del magus. Sin embargo, mis avances en la Rego Vitae, la magia de la sangre y una de las artes arcanas más importantes para el ingreso en los escalones superiores de la Pirámide de la Casa Tremere, fueron más pausados, para disgusto de mi señor.

C. DE T. 1 - 1: UNA CARTA INESPERADA


Señora de mi alma,


El tiempo no ha sido piadoso con nosotros. Os debo demasiadas disculpas y explicaciones. Muchas veces he querido sincerarme completamente, derribar los muros del silencio cómplice y cruzar el indómito abismo que nos ha separado. ¿Es justo atreverme a abrigar tales esperanzas ahora que el tiempo deja caer sus últimos granos de arena? Solo vos podéis juzgarlo con justicia, pues, ¿acaso no hemos interpretado siempre la misma danza una vez y otra y otra? Siempre he sido leal a mi Casa, a mi sangre, tanto que os perdí antes de haberos ganado. Y vos, mi dulce señora, víctima consciente de mi tiranía interna, habéis consentido en este juego fraudulento que nos ha separado durante varias centurias.
Comprendo vuestra incredulidad al leer estas líneas. Soy distinto, lo sé muy bien. Hay un cambio manifiesto que no puedo explicar con simples palabras. Pero el tiempo apremia y temo que nunca más tendré la posibilidad que aquí se presenta. Os ruego, os suplico, que tengáis a bien cumplir mi último deseo: leed los escritos que acompañan a esta misiva. Sólo entonces podréis comprender la imposibilidad de ver satisfechos mis deseos para con vos. Esta es la senda que hube de andar, donde nunca hubo posibilidad de volver hacia atrás.

Vuestro fiel confidente y amigo,
Dieter Helsemnich,
chiquillo de Jervais,
chiquillo de Malgorzata,
chiquillo de Goratrix,
de la Casa Tremere.

sábado, 19 de mayo de 2012

LAS CRÓNICAS TRANSILVANAS


Nuestros amigos de White Wolf se esforzaron mucho por buscar una saga histórica para su línea principal. Sin duda, lo consiguieron con sus Crónicas de Transilvania, una saga de cuatro volúmenes que nos sumergían en las disputas vampíricas entre el año 1.193 y el final del siglo XX. Eso es, ¡casi mil años en el tiempo de juego! Fue una apuesta muy arriesgada, pero el resultado final mereció la pena.


 

Cada suplemento incluía una serie de historias interconectadas que a su vez estaban vinculadas a una metatrama que no desvelaría sus repercusiones hasta el mismo final. ¿Intrigante? Aún había más. Los personajes de los jugadores participarían, e incluso tendrían la posibilidad de protagonizar, algunos de los sucesos más importantes de la historia vampírica del juego, tales como los inicios de la ascensión del clan Tremere, la Revuelta Anarquista, la fundación de la Camarilla o el Concilio de Thorns. Y, por supuesto, a lo largo de esas historias veríamos la aparición de los personajes no jugadores más importantes creados por los diseñadores de juego: la fiera Lucita y el perturbado Anatole, el peligroso Vykos, el poderoso Hardestadt el Viejo, Etrius, Francois Villon y una larga lista de Cainitas. ¿Sugerente? Aún quedaba lo mejor. Los fans iban a poder descubrir algunos de los secretos más oscuros de la línea, secretos tan capitales que cambiarían nuestra percepción de la historia del Mundo de Tinieblas. Esas ya eran palabras mayores. Sin embargo, me complace confesar que cumplieron todo lo que habían prometido con creces.

El proyecto era muy ambicioso. Los suplementos tuvieron que incluir amplias referencias históricas y geográficas de la historia mortal de la época, que complacieron a un modesto historiador como yo, para que los directores de juego pudiesen ubicar correctamente a los personajes y ambientar el mundo que les rodeaba. También incluyeron numerosos consejos de todo tipo y tablas para actualizar los Trasfondos de los personajes con el paso de los años. En resumen, hicieron un trabajo monumental.

Y por si eso no fuese suficiente, publicaron un suplemento enciclopédico aparte, llamado Transilvania Nocturno, que podía emplearse al margen de las citadas Crónicas de Transilvania, para ambientar todo tipo de partidas e historias en esta región del mundo. Personalmente, creo que es el mejor suplemento de un juego de rol que he leído en mi vida… y eso que reconozco que he leído ávidamente todos los libros de rol que han caído en mis manos.


Pero todo este caudal de información y magníficas ideas se hubiese quedado en nada si no fuese por el esfuerzo de los directores de juego. Reunir este maremágnum en una historia coherente y bien definida es digno de mérito. Me alegra decir que fue uno de mis mejores amigos, al que llamaré aquí Lasombrilla, quien dirigió con maestría esas partidas. Desde este blog le envío mis más sinceras felicitaciones por aquellas tardes cargadas magia y entretenimiento.

Una vez hechas las presentaciones oportunas, es hora de ponernos nuestras máscaras y entrar en el escenario del juego. El nombre de la mía es Dieter Helsemnich. Es un vampiro joven, idealista, leal y fiel al Clan Tremere. Veamos qué destino le reservan las Parcas en su eterno tapiz.

Se levanta el telón. Comienza el juego.



viernes, 18 de mayo de 2012

UN MUNDO DE TINIEBLAS



En 1991, nació White Wolf Inc., una compañía de origen estadounidense que se dedicó a la publicación de juegos de rol. La editorial se convirtió casi de inmediato en todo un éxito en este negocio. Sus juegos se desarrollaban en un universo ficticio de su propia creación: Mundo de Tinieblas (World of Darkness en su título original).


En muchos aspectos este mundo ficticio era muy parecido al nuestro en la década de los 90. Existían los mismos países, las mismas identidades sociales-culturales, los mismos eventos históricos, etc. Sin embargo, la atmósfera encajaba en un estilo “gótico punk”, un escenario cuyo mejor representante es el filme The Crow (El Cuervo en España) estrenado en 1994. En el Mundo de Tinieblas los conflictos sociales son más agudos, las autoridades más opresivas, los movimientos contestatarios más violentos, las ciudades están superpobladas, etc. Al mismo tiempo, el entorno urbano es más sombrío y lúgubre, cargado con grandes dosis de desesperación fatalista. Pero sin duda, lo que más caracteriza al Mundo de Tinieblas es la presencia secreta de criaturas sobrenaturales: vampiros, hombres lobo, magos, fantasmas… Cada juego de rol editado por White Wolf estaba protagonizado por una de estas criaturas y se vio acompañado de multitud de suplementos (de calidad variable), que enriquecían enormemente el trasfondo del Mundo de Tinieblas o de las criaturas sobrenaturales que lo poblaban.

Otra de las interesantes novedades introducidas en los juegos publicados por White Wolf fue el abandono del sistema de reglas basados en dados de veinte (d20) y en tiradas porcentuales, sustituyéndolos por el sistema (d10), basados en tiradas de dados de 10 caras con los que se medía el éxito o fracaso de las tiradas de juego.


Pero lo que verdaderamente catapultaría a esta editorial fue la publicación de juegos con un potencial de interpretación enorme y muy individualista respecto a otros anteriores como Dungeons & Dragons. Su joya de mayor éxito fue sin duda Vampiro: La Mascarada, un juego de rol donde los jugadores interpretan a vampiros en el mundo contemporáneo.


Vampiro encandiló a cientos de jugadores en todo el mundo. La primera versión del juego se editó en EE.UU en 1991. La segunda edición se publicó al año siguiente, enganchando a los fans por la complejidad de sus historias y la rapidez del sistema de juego. El éxito del juego llevó a probar una expansión centrada en la edad media conocida como Vampiro: Edad Oscura. Finalmente, en 1998 se publicó la segunda edición revisada de Vampiro: La Mascarada, en la que se irían estableciendo los últimos arreglos del juego y preparando su futuro cierre, que nos llegó a España en el año 2004 con las historias apocalípticas de la Gehena. Después de eso, se cerró la línea de juego y se empezó una nueva completamente distinta, Vampiro: Requiem, que siguen publicando en la actualidad.


Los juegos de rol de White Wolf fueron publicados en España por una editorial madrileña conocida como La Factoría de Ideas. Aunque comprendo que la venta de libros es un negocio legítimo como cualquier otro, la verdad es que no guardo un buen recuerdo de esta editorial. Iban publicando los libros con cuentagotas, imponiéndonos precios exagerados y exprimiendo los beneficios hasta la última moneda. Además, en cuanto a la elección de los libros que traducían, la mayoría de las veces ésta dejaba mucho que desear… uno podía preguntarse si los genios maestros de la editorial publicaban algunos libros visiblemente “absurdos” como estrategia de marketing para vender mejor los libros más solicitados o, si por el contrario, no era más que una muestra de ineptitud por parte de los únicos editores con el permiso legal para publicar los libros de White Wolf en España. La respuesta a este enigma nunca fue completamente satisfactoria para nadie.

En cualquier caso, deseo agradecer la contribución de estas dos editoriales al mundo del rol en general y a las tardes de mis sábados en particular. Sin ellas, este blog no podría existir y es justo reconocerles su merecido mérito.


jueves, 17 de mayo de 2012

¿QUÉ DIABLOS ES UN JUEGO DE ROL?


Para los que nunca habéis jugado, quizás todo esto os suene extravagante. Antes de nada, intentaré aclarar algunas ideas básicas. Empecemos por el principio: un juego de rol es un juego en el que se desempeña un determinado papel o personalidad.

Su historia comienza en 1966, cuando el profesor de sociología William A. Gamson, del Boston College, creó el SimSoc (Simulated Society), un juego utilizado en universidades y otros grupos para enseñar diversos aspectos de sociología, ciencias políticas y habilidades de la comunicación. Este primer juego no tenía ni fichas, ni tablero ni unas reglas estrictas. Se basaba enteramente en la interpretación, el diálogo y la imaginación. Este concepto fue tomando forma en Sociología y Psicología hasta hoy en día, usándose en entrevistas colectivas de trabajo, estudios sobre el comportamiento social y cultural, etc.

No obstante, la parte de la historia que más nos interesa aquí es su aplicación lúdica. En 1974, un grupo de autores publicaron Dungeons & Dragons, que estaba basado en la mecánica de los juegos de estrategia (wargames), introduciendo elementos de la denominada fantasía heroica. Tuvieron que publicarlo por cuenta propia porque ninguna editorial confiaba en que se vendiera con suficiente éxito. A esta nueva modalidad del juego se la llamó "juego de rol", de la palabra francesa rôle, que significa "papel" en el sentido del personaje interpretado por un actor. Este nuevo tipo de juego conoció un éxito sin precedentes, en especial entre el público juvenil. Hoy en día, hay miles de juegos de rol diferentes.

Su mecánica es bastante sencilla. Los participantes son jugadores, excepto uno que es el director del juego (también llamado guía, master, árbitro, narrador y un largo et cetera). El director de juego cumple varias funciones: diseña el argumento general de la trama, describe los escenarios, interpreta a los personajes no jugadores y es el árbitro de las reglas del juego.

Por su parte, los jugadores asumen el "rol" de personajes imaginarios en una historia. Ellos mismos eligirán cómo es físicamente su personaje, sus capacidades sociales e intelectuales, sus habilidades para realizar diversas acciones... con las limitaciones establecidas en el libro de juego y el consenso entre los participantes. Para definir mejor los rasgos que caracterizan a sus personajes, los jugadores elaboran una hoja del personaje, que varía según el juego. Aquí tenemos un ejemplo:


La mecánica de juego es muy sencilla. El director de juego diseña una trama, el hilo argumental de la historia, en la que se verán involucrados los personajes de los jugadores. Estos interactúan entre ellos y con personajes secundarios, interpretados por el director, hasta que consiguen una meta preestablecida o llegan al final de la historia. Los jugadores toman libremente sus propias decisiones en todo momento a través de sus personajes, limitados únicamente por las reglas de juego o el marco ficticio pactado en el que se desenvuelve la historia. Sin embargo, habrá situaciones en las que querrán hacer acciones ficticias cuyo resultado es incierto: una carrera, saltar de una terraza a otra y escuchar una conversación al otro lado de una puerta sólo son unos pocos ejemplos de todas las posibilidades que pueden darse. Los juegos de rol resuelven estas situaciones mediante tiradas de dados; las reglas establecen cuándo tiene éxito una tirada y cuándo no, y a veces también fijan otros resultados inesperados para los jugadores.


Todo ello contribuye a la emoción del juego. El director ha diseñado una historia, una trama general y unos escenarios, pero las decisiones de los jugadores para con sus personajes y los resultados del azar pueden originar numerosos cambios en la historia. En definitiva, no hay un final claramente preestablecido, sino que los jugadores y el director lo van creando poco a poco. Algunas historias serán buenas, otras no tanto, pero sin duda todas serán únicas.



EL COMIENZO DEL SUEÑO


La primera vez que compré un libro de rol fue en 1994, con poco más de 14 años recién cumplidos. Aquel año fue bastante movido para mí: nuevo instituto, nuevos amigos, nuevas reglas, nuevos retos, etc. Todo el mundo pasa por ello antes o después, todos conocéis muy bien ese tipo de historias y no voy a aburriros con ellas.


Sólo os pido un breve ejercicio de imaginación: una pequeña tienda de cómics con un espacio minúsculo para todos los tebeos, posters, manga, figuras coleccionables y cintas de VHS y CD, que abarrotaban las estanterías; un adolescente algo introvertido y de futuro incierto que miraba con curiosidad tantas excentricidades; unos libros apartados del resto por alguna razón imperceptible… El título del primero es El Libro del Clan Brujah de algo llamado Vampiro: La Mascarada y, cuando el chaval comienza a hojearlo, descubre un mundo de ficción y entretenimiento que sólo puede comenzar a atisbar.


Hoy en día, han pasado 15 años desde ese momento mágico. Han sido años cargados de partidas con amigos todos los sábados, de juegos donde la imaginación puede desbordarse libremente de sus ataduras e interpretar papeles (roles) que nos son ajenos. En definitiva, han sido tardes inolvidables para mí, que recordaré siempre con mucho cariño.


Y sin embargo, los años han pasado. Algunos viejos amigos han recorrido nuevos caminos. Otros cambiaron sin darse cuenta. ¡Incluso algunos de nuestros juegos de rol favoritos han desaparecido para siempre en las librerías! Tempus fugit, decían los romanos. Yo estoy plenamente de acuerdo con esta máxima y por esta misma razón me decidí a crear este blog: es mi pequeño homenaje personal a un mundo de diversión pasado y presente.


Para celebrar este homenaje, voy a publicar algunos relatos de las mejores historias que he jugado, bien como jugador bien como director. Toda partida de rol es una historia narrada entre amigos, así que compartiré aquí las mías con vosotros. Espero que las disfrutéis tanto como yo en su día.