viernes, 31 de agosto de 2012

C. DE T. 1 -74: MALOS PRESAGIOS


Cinco años más tarde, en el 1.255 de nuestra era, Jervais me escribió para contarme que el Consejero Etrius había decidido perdonar a Curaferrum por sus crímenes pasados contra la Casa Tremere y, junto aquella absolución, se le restauraba a su antiguo cargo de Castellano de la gran capilla de Ceoris. La aparente veleidad de Etrius en este asunto era causa de gran frustración para Jervais. Después de mi última experiencia en Ceoris, no podía sino compartir su frustración, pero debía recordarme a mí mismo que ese debía ser sin duda el objeto último de las cartas de mi sire: atraerme activamente a su bando. No obstante, las pugnas entre los partidarios de Etrius y de Goratrix eran cada vez más violentas y despiadadas. No pensaba dejarme arrastrar por las mezquindades de unos y de otros.

Las siguientes décadas transcurrieron con una tranquilizadora parsimonia. Los Cainitas de Alba Iulia continuamos dedicándonos a nuestras actividades sin molestias, reuniéndonos al menos una vez cada mes para intercambiar noticias. El hermano William vio el final de las obras de reconstrucción de su amada abadía y frecuentemente pasaba intensas horas de estudio y meditación tras sus muros. En ocasiones, nos avisaba que debía hacer un nuevo viaje y, en una de sus últimas partidas, incluso volvió acompañado de su mismo sire, un Cainita muy reservado y hosco llamado Theofilos de Samos, que se alojó durante un mes en la abadía. Por su parte, lord Sirme prosiguió extendiendo sus actividades dentro de la guardia de la ciudad. Como recompensa a sus servicios, le concedí el cargo de Alguacil de la Corte, para que velase por el cumplimiento de las Leyes de Caín, así como de cualquier otra instrucción mía. Por su parte, el Malkavian Crish Competer obsequió a la ciudad con algunas de sus obras menos atrevidas. Su arte podía ser brillante, perturbador, creativo, e incluso absurdo en ocasiones, pero pronto hubo numerosos frescos suyos adornando las paredes de iglesias y casas particulares. Desgraciadamente, no tuvimos noticia alguna de Morke, por lo que tuvimos que suponer que sus heridas lo habían dejado en Letargo en alguna parte o que, simplemente, había sido destruido por los Anda que cabalgaron junto a la Horda de Oro.

Esas pocas décadas de paz, fueron años de estudio muy provechosos en mi capilla. Lushkar terminó de adaptarse perfectamente a su nueva condición. Pronto, empezó a ampliar sus conocimientos sobre la taumatúrgica, convirtiéndose en un aprendiz muy prometedor. Por el contrario, Gardanth se hundió en una profunda melancolía. Perder el don de la magia verdadera había sido un duro golpe para él. El tiempo diría si podía superar ese dolor o si se convertía en un lastre para toda la capilla. Estaba dispuesto a ser muy paciente con él, pero en caso de que no observase progresos en su conducta durante las próximas décadas, me vería obligado a darle la muerte definitiva para aliviar sus penas de un modo definitivo. En cuanto a mí mismo, la muerte de Derlush me alentó durante un tiempo a un intenso y casi obsesivo estudio de las maldiciones y maleficios, hasta que finalmente volví a concentrarme en mis estudios taumatúrgicos habituales.

En el año 1282, llegaron nuevas noticias procedentes de la Casa Tremere. Epistatia había desaparecido sin dejar rastro. Muchos Tremere asumieron que había perecido a manos de los magi herméticos. Otra víctima de la Guerra Massasa, dijeron. De todas formas, en la misiva se me ordenó comunicar de inmediato cualquier indicio de su presencia en caso de que fuese vista en Alba Iulia o en las vecindades, pero no hubo oportunidad de cumplir aquellas instrucciones, puesto que nunca más fue vista.

Dos años más tarde, hubo un intento de acabar con mi existencia durante uno de mis frecuentes paseos por las calles de Alba Iulia. Dos Cainitas salieron a mi encuentro desde unas callejuelas oscuras. Por su terrible aspecto físico, sus vestimentas y su hedor, no podían ser nada más que Nosferatu. Sin mediar palabra alguna, una de las figuras, que aún conservaba una larga melena pelirroja, se abalanzó hacia mí, mientras su acompañante intentaba cerrarme el paso interponiéndose armado con un largo cuchillo de carnicero. No tenía tiempo para recurrir a la Taumaturgia, así que invoqué el poder de la sangre para dar mayor rapidez a mis extremidades y, esquivando el mortífero abrazo de la mujer Nosferatu, me interné a toda prisa en el callejón del que había salido, con su compañero pegado a mis talones. Corrí entre aquellas callejuelas con todas mis fuerzas, sintiendo como cada paso representaba la diferencia entre la existencia y la  muerte definitiva. Para mi gran horror, me di cuenta de que si me destruían esa noche, todos mis esfuerzos, mis sacrificios e incluso todo lo que había creado sería en vano, y ese temor desgarrador me devolvió las fuerzas cuando ya no tenía suficiente sangre para fortalecer mi cuerpo. De alguna forma, llegué a las puertas de mi capilla antes de que aquellos monstruos lograsen detenerme. Una vez dentro, durante unos instantes no pensé en vengar aquel ultraje, sino en celebrar simplemente que seguía existiendo.

Durante las siguientes noches, los guardias de lord Sirme patrullaron las cloacas, ayudados por los planos que habían trazado Derlush y Lushkar en el pasado, así como los edificios abandonados y cualquier otro lugar oscuro que pudiesen utilizar como refugio aquellas ratas. El mismo lord Sirme patrulló las calles de Alba Iulia con sus ghouls durante la noche en un intento por capturarlos. No sirvió de nada. Mis misteriosos atacantes parecieron haberse desvanecido. Tal vez tuviesen su morada más allá de las murallas de la ciudad. El hermano William fue advertido de la presencia de esos monstruos, para que tomase sus propias precauciones en la abadía. A parte de eso, poco más era lo que podíamos hacer. Tal vez fueran una pareja de Cainitas nómadas y adictos al Amaranto, que habían intentado buscar una presa fácil en una ciudad pequeña, marchándose inmediatamente después del ataque. Pero existía la posibilidad de que hubiesen sido enviados por mis enemigos. ¿Eran lacayos del Tzimisce Radu? ¿O tal vez Mitru? Quizás estuvieran al servicio de otro patrón. Quizás fueran adoradores de Kupala. No había forma alguna de saberlo.

Ese mismo año, el 1.284 de nuestra era, el Consejero Etrius anunció la muerte definitiva de Mendacamina en  algún lugar de Francia. Hubo numerosas especulaciones sobre la naturaleza de su sino, pero ningún Tremere pudo ofrecer más detalles del extraño anuncio hecho por Etrius y, si alguien más conocía las claves de ese enigma, guardó un prudente silencio al respecto.

En el año 1.289, una amenaza más insidiosa se cernió sobre la región. La peste irrumpió con fuerza en ciudades y campos, reclamando miles de vidas mortales en poco tiempo. Las víctimas contagiadas sufrieron fiebres, mareos, dolores, escalofríos, debilidad extrema y la aparición de bubones de todos los tamaños en el cuerpo y en brazos y piernas. El hermano William nos aconsejó desde el primer momento que los Cainitas  de la ciudad nos alimentásemos con precaución para no extender aún más la enfermedad entre la población mortal o en nuestros rebaños y criados. También nos brindó consejos muy útiles que, gracias a mi intervención, aplicaron de inmediato las autoridades mortales. Afortunadamente, los consejos del Capadocio parecieron surtir efecto y la peste no causó tantos muertos en Alba Iulia como sucedió en otras ciudades vecinas.

Tiempo después, a principios del nuevo siglo, un hombre dejó una misiva a la atención de Dieter Helsemnich en la posada del Gallo Dormido, marchándose después de la ciudad ese mismo día. Como me temía, el Tzimisce Myca Vykos volvía a ponerse en contacto conmigo. En su escueta misiva, me comunicaba que estaba ansioso por encontrarse  pronto conmigo, dando a entender que sus pasos le acercarían en el futuro a a mi ciudad. Cuando terminé de leer su misiva tuve miedo. Me aterraba lo que podía estar a punto de suceder, intuyendo que no iba a estar preparado para lo que fuera que hubiera ideado la mente brillante pero retorcida de Myca Vykos.

jueves, 30 de agosto de 2012

C. DE T. 1 - 73: INVASIONES, SAQUEOS Y MUERTES


Los excesos de la Orden Teutónica en el reino de Hungría llegaron a su punto culminante en el año 1.225 de nuestra era. En esa fecha, el rey Andrés II les retiró su protección y expulsó a todos sus miembros de sus tierras mediante acusaciones de que estaban planeando crear un principado independiente. Acatando ese decreto real, los caballeros teutónicos de Balgrad tuvieron que abandonar su antigua fortaleza, que concedí a  lord Sirme como premio por sus servicios, lo que le obligaría a mantener una presencia continua en la ciudad, y partieron para no regresar jamás a la ciudad. El tiempo me había librado de unos peligrosos enemigos. Esa fue una lección muy importante para mí. Frente a los mortales, el tiempo siempre sería mi aliado, nunca mi enemigo. Por otro lado, el comercio local volvió a adquirir mayor fluidez sin los onerosos pagos que imponía la Orden en los caminos.

Otra nota de interés fue la llegada a las ciudades orientales del reino de un gran número de refugiados búlgaros que huían de los ataques del temido ejército de Batu Kan, cuyo imperio se extendía desde el Lejano Oriente hasta Asia Central, gran parte de los antiguos dominios del Califato Abasí y el Rus de Kiev. Gracias a este suceso, la población humana de Balgrad aumentó espectacularmente, pero existía una gran preocupación por la constante expansión de la Horda de Oro de Batu Kan.

En el año 1.232 de nuestra era, recibí la noticia de que el Regens de la capilla Tremere de Viena había sido destruido a manos de los magi herméticos, convirtiéndose en una víctima más de la Guerra Massasa. El Consejero Etrius eligió a Mendacamina ocupar su cargo. No obstante, ella abdicaría de ese puesto años después, en 1.240, para dedicarse por completo a la caza despiadada de los magi mortales que se enfrentaban a nosotros en esa y otras ciudades, convirtiéndose en una horrible pesadilla para nuestros enemigos.

Los mortales vivieron tiempos catastróficos esos años. La horda mongola invadió el reino de Hungría en el año 1.241 derrotando a los húngaros en al Batalla de Mohi y en otros campos de batalla. El rey Bela IV tuvo que huir y buscar refugio en varias ciudades, mientras era perseguido por los secuaces de los mongoles. Sus peticiones de ayuda al Sacro Imperio Romano Germánico y al Papado cayeron en oídos sordos y fueron sus súbditos los que pagaron las consecuencias. Durante un año, los mongoles saquearon y destruyeron todas las ciudades que se negaban a rendirse, escapando a sus tropelías unas pocas fortalezas y baluartes. Cuando las tropas mongolas llegaron a Balgrad, las autoridades mortales rindieron la ciudad de inmediato, siguiendo nuestras sugerencias, y pagaron el tributo exigido. De esta forma, Balgrad se libró de la devastación de la guerra y, más importante aún, de los incendios y pillajes que acompañan a los asedios. Aun así, los Cainitas de la ciudad pronto descubrimos que los invasores mortales no estaban indefensos cuando la noche cubría los campos. Había otros Cainitas entre ellos, unos Gangrel con costumbres salvajes y crueles que se hacían llamar los Anda. Estos bárbaros saquearon e incendiaron la abadía del hermano William, que tuvo la precaución de aceptar mi oferta para refugiarse en mi capilla, y persiguieron implacablemente a Morke hasta el punto que ignorábamos si seguía existiendo o lo habían destruido.

Únicamente la muerte del Gran Kan Ogodei al año siguiente evitó que la Horda de Oro conquistase todos los territorios de la cristiandad. Batu Kan tuvo que abandonar el asedio de Viena y dirigirse a Mongolia con sus tropas para reclamar la sucesión del Gran Kan. La mayoría de los Anda siguió a sus parientes mortales, excepto unos pocos que permanecieron en Hungría y se integraron en las Cortes de los Cainitas. La partida  de Batu Kan permitió al rey Bela IV organizar la resistencia de sus vasallos, recuperando los territorios perdidos y construyendo toda clase de castillos y fortalezas, que habían demostrado ser extremadamente útiles frente al ejército mongol. Balgrad volvió a proclamar su lealtad al monarca, siendo otra vez uno de los baluartes del reino en las salvajes tierras orientales. Sin embargo, una curiosa consecuencia de la invasión mongola en la población mortal fue la imposición de las costumbres húngaras en todos los territorios del reino, lo que incluyó cambiar el nombre de personas, ciudades y territorios. De este modo, Balgrad recuperó de nuevo y para siempre su antiguo nombre de Alba Iulia, que había perdido en los siglos anteriores por la influencia de los colonos germanos.

El hermano William reconstruyó su abadía sobre las cenizas de la anterior con gran estoicismo. Muchos  mortales de la ciudad, agradecidos por haber sobrevivido a la guerra, hicieron generosas donaciones para la reconstrucción de la abadía sin que ninguno de nosotros interviniésemos. Por su parte, lord Sirme me confirmó más tarde que Crish, el pintor del clan Malkavian, había sobrevivido a la invasión, pero que, como nos temíamos, no había hallado evidencia alguna que confirmase que Morke seguía existiendo.

En el año 1.250, mi sire me escribió para contarme noticias alarmantes. Había ocurrido un gran suceso que había hecho tambalearse a toda la jerarquía de Ceoris. Un Gangrel salvaje había logrado infiltrarse sin ser descubierto en la capilla central de la Casa Tremere y había logrado internarse en las criptas que conducían al lugar de descanso del mismísimo gran maestro Tremere antes de que su presencia fuese destruido por las salvaguardias taumatúrgicas que protegían las criptas. En la investigación posterior, narraba Jervais con despreocupada diversión, se había descubierto la complicidad de Curaferrum, el Castellano de Ceoris, que ahora se hallaba en prisión y sufriendo mil tormentos como castigo por sus crímenes. Por supuesto, Curaferrum proclamaba a gritos su inocencia. Así pues, Etrius y sus fieles habían sufrido un gran golpe político del que les costaría mucho recuperarse.

Un año más tarde, cuando parecía que la Fortuna volvía a sonreírnos, recibí un duro golpe. Mi fiel criado Derlush contrajo misteriosamente la misma enfermedad que había sufrido Lushkar unas décadas antes. Nuevamente, volqué todos mis esfuerzos en salvarlo y, nuevamente, fracasé. Incluso los extraordinarios conocimientos médicos del hermano William no sirvieron ni siquiera para aliviar su sufrimiento. Derlush murió entre fuertes dolores y gritos. Empezaba a sospechar que alguien me había maldecido con la ruina y la muerte de mis criados. Sin embargo, tenía demasiados enemigos para determinar en ese momento quién era el culpable. Podían ser los adoradores de Kupala, los Tzimisce o incluso mis rivales dentro de la Casa Tremere. Desbordado por la rabia, me juré a mi mismo ante la tumba de Derlush como mudo testigo que no descansaría hasta hallar a los culpables y exterminarlos a todos.

miércoles, 29 de agosto de 2012

C. DE T. 1 - 72: GARDANTH


En honor a la verdad, debo decir que lord Sirme estuvo a la altura del desafío en el que se hallaba. En lugar de amilanarse, la figura del Ventrue pareció crecerse ante la situación, transmitiendo visualmente toda su magnificencia y poderío a los mortales que lo rodeaban, que ignoraban que se habían convertido en víctimas del poder de la sangre al que algunos Cainitas llamaban Presencia. Lord Sirme mostró abiertamente su enfado y ordenó al líder de los caballeros teutónicos que defendiese sus acusaciones en combate ante los ojos de Dios y los hombres. El mortal no se acobardó ante la intimidante figura del Ventrue, sino que desmontó de su caballo y desenvainó su espada. Ambos cargaron el uno contra el otro con un arrojo digno de  la Chanson de Roldan. Las espadas chocaron y, tal empeño pusieron los contendientes en su pugna, que por cada golpe cruzado entre sus espadas saltaban chispas al aire. Parecía que con cada golpe acertado por lord Sirme, el líder teutón caería al fin, pero éste, aunque herido y con su agrietada armadura manchada de sangre, siempre se las arreglaba para contraatacar, provocando a su vez numerosos cortes y heridas al Ventrue. El combate estaba decididamente igualado.

Fue entonces cuando me dí cuenta de que si lord Sirme caía en manos de los caballeros teutones, podría desvelar bajo tortura o por simple venganza mi presencia y mi influencia en la ciudad, así como la localización de mi capilla. Tras unos instantes de vacilaciones, alcé la vista para observar las reacciones de los mortales. Los guardias de lord Sirme estaban animando a su señor a voz en grito, al igual que hacían con su líder la mayoría de los caballeros de la Orden Teutónica que presenciaban el combate. Otros contemplaban la pugna en respetuoso silencio, pero ninguno de ellos vigilaba los alrededores sino que su atención estaba completamente centrada en el duelo que tenía lugar en ese momento. Asimismo, los campesinos de la aldea que aún se mantenían en pie también contemplaban el duelo con mucho asombro. No habría mejor ocasión para realizar una intentona si me lo proponía.

Con rapidez, le conté a Derlush mi plan para que estuviese preparado. A continuación invoqué a los espíritus del aire y del agua para liberar el aliento del dragón sobre el poblado. Muchos mortales, campesinos sobre todo, pero también muchos de los caballeros de la Orden Teutónica y dos de los soldados al servicio de lord Sirme huyeron acobardados por la repentina aparición de aquella niebla maldita. Incluso el mismo líder de los teutones bajó la guardia durante unos instantes debido a la sorpresa, circunstancia que aprovechó el Ventrue para golpear a su rival, dejaádolo tendido en el suelo con una herida mortal que en seguida regó el barro con abundante sangre. Mi fiel Derlush disparó su arco numerosas veces, arrojando sus saetas contra los pocos caballeros teutones que no habían huido. Lord Sirme cargó contra ellos y los tres soldados que le quedaban se unieron pronto a él. Entretanto, me acerqué al líder moribundo que había luchado con tanto brío. Apenas se aferraba ya a la vida. Estaba decidido a convertirlo en mi criado por su habilidad con las armas y su valentía, así que tras hacerme un corte en la palma de la mano izquierda vertí un poco de mi sangre en su boca para que se recuperase de sus heridas más graves. Luego usé mi Dominación para ordenarle que me acompañase a mi capilla sin ofrecer resistencia, pero intentó resistirse de alguna forma misteriosa. No obstante, al final mi voluntad se impuso a sus trucos.

Los ruidos del combate fueron cesando. A nuestro alrededor sólo yacían los muertos y los moribundos. Lord Sirme me dio las gracias por mi oportuna intervención, asegurando que, aunque estaba seguro de poder derrotar al líder teutón, sus fuerzas hubieran quedado demasiado mermadas para enfrentarse con seguridad contra el resto de los caballeros. Ambos sabíamos que él me debía ahora su existencia, la deuda más grande que podía contraer un Cainita con otro. Por tanto, no se atrevió a discutir conmigo mi derecho a reclamar al mortal con el que se había batido en tan singular duelo. Por mi parte, asentí ante su bravuconada y le propuse que cogiésemos nuestras monturas para alejarnos cuanto antes de aquel lugar.

Antes de separarnos, le expliqué a lord Sirme las sospechas de que habíamos caído en una elaborada trampa y le aconsejé que extremase sus precauciones durante las próximas noches en su refugio. Él asintió con gravedad. Tenía el orgullo herido por no haberse dado cuenta él mismo de la celada. Me preguntó qué quería que hiciese con Aneska, la campesina que le había pedido ayuda. Respondí que la chica era inocente, ya que no era consciente de lo que estaba pasando, pero que respetaría cualquier decisión que tomase con ella.

Una vez que volvimos a la seguridad de Balgrad y de nuestra capilla, encerramos al teutón en las mazmorras y le forzamos para que bebiese un elixir que lo durmió poco después. No contento con esa medida, también ordené a Derlush y a dos guaridas más que no le perdiesen de vista hasta la próxima noche, y, por último, me reuní con Lushkar para informarle de los detalles de la emboscada y de nuestro nuevo y singular invitado.

A la noche siguiente, di otro trago de sangre al teutón y volví a usar mi Dominación sobre él para que respondiese a todas mis preguntas. Esta vez la sangre de Caín mermó su misteriosa resistencia. Para mi gran sorpresa descubrí que era un magus, un practicante de la verdadera magia, aunque no pertenecía a ninguna de las casas de la Orden de Hermes, sino a un grupo conocido como la Cabala del Pensamiento Puro, o  los Gabrielitas, que estaba consagrado a unificar a toda la cristiandad bajo un solo Mundo, un solo Dios y una sola Iglesia. Para conseguir sus objetivos, los Halcones de Gabriel, otro de sus nombres, promovían y utilizaban herramientas como la misma Orden Teutónica. Al final de su relato, Gardanth juró que sus hermanos y hermanas lo encontrarían y que la ira de Dios destruiría a todos los servidores de Satán como yo o mis criados.

Sus palabras me afectaron en gran medida. Decidí prohibir a todos los Cainitas de Balgrad que interviniesen en los asuntos de la Orden Teutónica. Estaba seguro de que lord Sirme ya habría hecho planes en esa dirección, pero no iba a permitir que sus ambiciones personales atrajesen la ira de aquellos fanáticos contra todos nosotros. Los sucesos de la noche anterior ya les habrían puesto sobre aviso acerca de nuestras actividades y los caballeros teutones supervivientes probablemente ya habrían contado lo que les pasó. Al  fin y al cabo, el Ventrue sera el más interesado en comportarse con discreción a partir de ese momento.

Por mi parte, debía ocuparme de Gardanth. En sí mismo un magus vivo era una herramienta muy valiosa, pero también sería peligroso dejarlo con vida y que pudiese alertar a sus hermanos. Otra opción más provechosa sería transformalo en mi chiquillo. Los herméticos convertidos en Cainitas dentro de la Casa Tremere habían demostrado tener un talento notable en la maestría de las artes mágicas y estaba seguro de que ello incrementaría el poder y la influencia de la capilla de Balgrad. Así pues, me comuniqué con Jervais a través del ritual de Comunicación con el Sire del Cainita para pedirle su permiso para Transformar a un nuevo candidato. Jervais aceptó sabedor de que eso incrementaría la influencia de su linaje en aquella región y de que me dejaría nuevamente en deuda con él. También me aseguró de que no debía preocuparme por las reacciones del Consejero Etrius y de sus partidarios, ya que él mismo se encargaría de apaciguarlos. Así pues, una vez obtenida la aprobación de mis superiores, compartí con Gardanth la maldición de Caín y cambié para siempre toda su existencia.

martes, 28 de agosto de 2012

C. DE T. 1 - 71: SUCESOS INESPERADOS


Un nuevo acontecimiento llamó mi atención en el año 1.222 de nuestra era. Un criado de lord Sirme había traído una misiva de su señor a mi capilla durante el día. En su carta, el Ventrue me pedía que acudiese a su fortaleza tan rápido como pudiese, aunque no especificaba el motivo para tanta urgencia. Lord Sirme no era dado a tales secretismos sin necesidad, así que tomé su consejo con toda la seriedad y cabalgué hasta allí  sin demora acompañado de Derlush. Una vez que pude reunirme con el Ventrue en su refugio, lord Sirme me contó que una joven campesina había acudido a él suplicándole su protección. Aunque parecía que el suceso no fuese digno de mención, lord Sirme había sido lo bastante astuto para indagar un poco más antes de tomar una decisión. La joven, llamada Aneska, había escapado de su aldea porque sus padres la habían intentado ofrecer en sacrificio a una deidad pagana. Ciertamente, aquel detalle sí captó todo mi interés. Lord Sirme me permitió hablar personalmente con la joven para obtener más información. Gracias a nuestros esfuerzos conseguimos averiguar dónde estaba la piedra de sacrificios en donde la iban a sacrificar y al dios pagano al que iban a dedicar semejante acto, Kupala. Sentí un estremecimiento. Desde los terribles sucesos de Satles, tenía la certeza de que nuestros pasos volverían a cruzarse aquí en Balgrad.

No estaba dispuesto a que la influencia del demonio contaminase todo lo bueno que había creado en mi ciudad. Aun así, me hubiese complacido contar con los sabios consejos del hermano William, pero el Capadocio seguía descansando en el sopor del Letargo. En cualquier caso, decidí que debíamos intervenir de inmediato. Lord Sirme, cinco de sus guardias, Derlush y yo mismo partimos para asaltar el poblado e interrogar a sus ocupantes. 

El poblado resultó ser un conjunto de chozas bajas de piedra con una techumbre de ramas sitas en una colina cubierta por árboles. Se veían pequeños huertos aquí y allí, pero ningún gran espacio para el cultivo. Sospechaba que sus habitantes debían sobrevivir malamente con algunas cabezas de ganado y lo poco que pudiesen obtener del bosque. Cuando escuchó el ruido de nuestros caballos, un vecino nos salió al paso y, armado con un hacha, nos ordenó que nos marchásemos. No me hizo falta observar el rostro del Ventrue para saber que cuánto le mortificaba por dentro aquel gesto desafiante por parte de un plebeyo mortal. Intenté interponer mi caballo entre ellos y, tras invocar los poderes de la sangre para que diesen más vigor y resistencia a mi cuerpo no muerto, reté a aquel hombre a que tratase de echarme. El campesino no dudó ni un momento y se lanzó gritando contra mí. Salté del caballo justo a tiempo para caer sobre él. Ambos rodamos por el suelo, cubriendo rápidamente nuestras ropas de barro. Mientras dejaba inconsciente a ese hombre con dos fuertes puñetazos en su cara, el resto de los campesinos de la aldea salieron de su cabaña para enfrentarse también a lord Sirme y sus guardias. La refriega fue caótica y muy pronto el olor de la sangre humana y los gritos inundaron todos mis sentidos.

En algún momento, entre la multitud atisbé una figura que, corriendo a una velocidad sobrehumana, salió del bosque, atravesó el pueblo y volvió a adentrarse en el bosque por el otro extremo de la aldea. Sólo podía ser un Cainita. Llamando a gritos a Derlush, me adentré en el bosque seguido por mi criado y por el propio lord Sirme, que también había sido testigo de aquella aparición fugaz. Seguimos las huellas del Cainita durante un tiempo, mas luego perdimos su rastro. Ni la experiencia de mi criado ni mis agudos sentidos lograron hallar ni una sola huella del Cainita. Parecía como si el bosque se hubiese tragado al extraño para protegerlo. Lord Sirme, cansado de una persecución frustrada, volvió a la aldea para comprobar si sus guardias se habían encontrado con nuevos problemas. Mientras tanto, decidí que mi criado y yo iríamos a buscar la piedra de sacrificios donde iban a sacrificar a Aneska. No obstante, pese a que seguimos sus instrucciones al pie de la letra, no hallamos ningún rastro de aquel altar blasfemo. Era imposible que la joven nos hubiese mentido cuando la interrogamos. ¿Sería obra de algún embrujo? ¿Sería el mismo Kupala quien estaba escondiendo a sus seguidores?

Al ver que nuestra búsqueda terminaba en fracaso, decidí que era el momento de dejar de vagar y regresar a la aldea. Cuando estábamos a un centenar de pasos del poblado, escuché varias voces que provenían desde allí. Hice un gesto de advertencia a Derlush, cuyos oídos seguían siendo demasiado humanos para percibir las voces como hacía yo, y nos acercamos con extremo cuidado hasta llegar a la linde del bosque. Ahora ambos podíamos escuchar con claridad lo que decían. Lord Sirme estaba asegurando que no estaba poseído por el demonio, sino que el que había cometido actos impíos era uno de los vecinos de esa aldea. Asomándonos con discreción entre la maleza, pudimos ver que el Ventrue y sus hombres estaban rodeados por una veintena de caballeros que llevaban pintada en sus pesadas armaduras de placas la cruz negra de la Orden Teutónica. El mismo lord Sirme estaba tratando de convencer sin mucho éxito a su líder.

Vista la escena desde fuera, con tantos campesinos muertos o heridos, parecía que lord Sirme y sus hombres hubiesen atacado sin motivos la aldea. En ese momento comprendí que habíamos sido conducidos a una trampa extremadamente sutil. La muchacha creía que sus recuerdos eran verdaderos y, al comprobar que ella no mentía, dimos por supuesto que lo que contaba era cierto. Sabían que me involucraría personalmente ante la mención de Kupala. Asimismo, la aldea estaba demasiado lejos de Balgrad, de la abadía y de la fortaleza de lord Sirme, lo que era muy adecuado para una emboscada. Tanto si los caballeros teutónicos conocían su papel en esta celada como si ese no era el caso, su oportuna aparición obedecía a un plan maestro para acabar con nosotros. Ignoraba qué a continuación. Si salíamos de nuestro escondite para ayudar al Ventrue, corríamos el riesgo de que algunos caballeros lograsen escapar, diesen la alarma a sus compañeros y pusiesen en peligro la capilla de la Casa Tremere en Balgrad. Así que permanecí quieto, presa de mi cobardía, a la espera de observar cómo se desarrollaban los acontecimientos.

lunes, 27 de agosto de 2012

C. DE. T. 1 - 70: LA ORDEN TEUTÓNICA


Cuando llegó la siguiente primavera, en el año 1.216 de nuestra era, un grupo de caballeros de la Orden Teutónica se instalaron en Balgrad y construyeron una fortaleza anexa junto a los muros de la ciudad, pretextando un documento firmado por el mismo rey de Hungría, Andrés II el Hierosolimitano, para que ayudasen a la protección de la frontera contra los cumanos nómadas. La Orden había sido un una fuerza pujante en las Cruzadas de Tierra Santa y en los últimos años había recuperado nuevos bríos con la Bula de Oro de Rímini que les había concedido el mismo emperador del Sacro Imperio Federico II Hohenstaufen. En dicha bula el emperador concedía a la Orden el derecho a gobernar los territorios que ganasen mediante la conquista, lo que había impulsado a los caballeros de la Orden Teutónica a conquistar a los paganos de Prusia oriental y Livonia, creando un reino propio desde el que seguirían extendiendo forzosamente la fe cristiana por medio de las armas.

Desafortunadamente, la Orden había puesto sus ojos en los territorios transilvanos, repletos de paganos e idólatras, y sus dirigentes parecían dispuestos a llevar aquí también su santa cruzada. Tras reflexionar sobre este delicado problema, decidí no emprender ninguna acción contra ellos debido a sus fuertes lazos con la Iglesia.

Por su parte, lord Sirme visitó a su sire, la Princesa Nova Arpad del clan Ventrue, como tenía acostumbrado. Sin embargo, su encuentro fue un completo fracaso y regresó antes de lo previsto a Balgrad. Nunca lo había visto tan enfadado. Me explicó que su sire estaba furiosa puesto que sus criados habían capturado la carreta que había enviado con el Nosferatu al que habíamos hecho prisionero. Parecía ser que también había leído la misiva en la que ofrecía una alianza secreta a los Nosferatu de Schaasburg y que su ira fue imposible de aplacar. Lord Sirme me aseguró que Nova le exigió que se sometiese a un Juramento de Sangre con ella para demostrarle su fidelidad o, en caso contrario, se convertiría en su enemigo más enconado. Él se ofendió ante ese ultraje y rechazó tajante semejante trato a su persona. Lord Sirme me aconsejó que reflexionase revocar el permiso que le había concedido para que permaneciese en Balgrad, ya que su estancia en la ciudad sólo podría causar graves problemas. Deseché su consejo rápidamente. Era lo menos que podía hacer por él, a pesar de que  sabía que Balgrad no se beneficiaría por más tiempo del comercio con Mediasch.

Ese mismo año, el Capadocio me escribió para comunicarme que partía con su chiquillo hacia algún destino que no deseó revelar ni siquiera a mí. Aunque no entendí las razones del hermano William para actuar de ese modo, supuse que debía tratarse de algún asunto interno del clan Capadocio. En cualquier caso, ordené a Lushkar que velase por los intereses de la abadía hasta el regreso de nuestro amigo. El hermano William Arkestone regresó a Balgrad dos años después, sin la compañía de su chiquillo. A pesar de mi curiosidad por los pormenores de su viaje, nunca logré descubrir nada de su extraño viaje.

A partir del año 1.220 de nuestra era, ocurrieron una serie de desgracias. Mi fiel criado Lushkar enfermó de una extraña enfermedad para la que no hallé remedio ni cura. Su cuerpo se debilitaba por momentos, entre fuertes diarreas, vómitos, toses y calambres. Volqué todos mis recursos en salvarle, utilizando todos mis conocimientos y rituales mágicos, pero fracasé completamente. Cuando su estado de salud empeoró, tomé la decisión de llevarlo a Ceoris para que lo atendiesen los sabios de la Casa Tremere sin que me importase el oneroso precio que tendría que pagar por su ayuda. No obstante, mi fiel criado y amigo no soportó el duro viaje y, en una noche tormentosa, tuve que concederle la maldición de Caín, convertirtiéndolo en mi primer chiquillo. Fue un acto desesperado que tendría sus nefastas consecuencias. Había concedido la Transformación sin el permiso de los líderes de la Casa Tremere, lo que en sí mismo era una grave falta. Ambos regresamos juntos a Balgrad, desde donde me puse inmediatamente en contacto con mi sire Jervais. Él se mostró favorable a interceder por mí ante nuestros líderes a cambio de que contrajese una gran deuda a su favor, oferta que tuve que aceptar sin queja alguna.

Por su parte, los caballeros de la Orden Teutónica comenzaron a cobrar ese mismo año impuestos mercantiles abusivos por el uso de los caminos. De inmediato, hubo quejas en la ciudad, pero por fortuna nuestra oportuna intervención pudo evitarse un enfrentamiento violento que sólo reforzaría el poder de la Orden sobre toda la ciudad. Balgrad se había convertido en rehén de sus protectores. Se enviaron peticionarios a la corte del rey de Hungría Andres II, cuya generosidad y piedad eran sobradamente conocidas, para protestar ante semejante ultraje, mas las discusiones se alargaron durante años, tiempo que la Orden aprovechó para continuar cobrando sus supuestos derechos. Hablé con los gobernantes de Balgrad para sugerirles que sobornasen a los escuderos de la Orden para obtener información de los planes de sus amos, pero lo único que pudimos saber con certeza es que estaban más asustados que sorprendidos por el giro que tomaban los acontecimientos. A raíz de esa revelación empecé a sospechar que había otra fuerza influyendo en los destinos de la Orden. Sin duda, ese miedo era en sí mismo más preocupante que toda la codicia que podía engendrar el corazón humano.

viernes, 24 de agosto de 2012

C. DE T. 1 - 69: CRISH COMPETER



Transcurrieron siete pacíficos años después de estos sucesos. Balgrad crecía lentamente aunque de forma provechosa y a cambio sentí en mi corazón inerte el orgullo que siente todo padre cuando observa a sus hijos madurar y convertirse en personas de provecho. Los gobernantes mortales no embarcaron a la ciudad en aventuras políticas innecesarias, gracias en ocasiones a los prudentes consejos que susurrábamos en los oídos adecuados por las noches, sino que la beneficiaron de un comercio fluido con las vecinas Mediasch y Hermanstadt. Al contrario que otras ciudades del oriente del reino de Hungría, en Balgrad los impuestos no eran abusivos, lo que beneficiaba sobre todo a los gremios y los comerciantes locales. Incluso prosperaron los campesinos de las aldeas cercanas, vendiendo a buen precio sus cosechas y cabezas de ganado en los días de mercado. Por su parte, las autoridades eclesiásticas parecían no haber advertido la presencia de los Cainitas que morábamos en Balgrad y, muy al contrario, permanecían felizmente ocupadas en sus rezos diarios y el cobros de prebendas.

Los Cainitas de nuestra bella ciudad disfrutamos de aquellos años de paz para consagrarnos completamente en nuestras tareas. Lord Sirme se cansó de la casa solariega en la que había estado viviendo durante los últimos años. A pesar de ser una mansión de buena talla y cercana al castillo, mandó construir una fortaleza fuera de la protección de los muros de la ciudad, pero a menos de una hora de viaje, y se trasladó allí tan pronto como estuvieron terminadas las obras. De todas formas, el Ventrue procuraba visitar a menudo la ciudad para ocuparse de sus propios negocios y, una o dos veces al año, partía de viaje hacia Mediasch para visitar a su sire, la Ventrue llamada Nova Arpad.

Por su parte, el hermano William Arkestone permanecía gran parte de su tiempo encerrado tras los muros de su abadía, ocupado en sus extraños estudios. A pesar de usar  cuidadosamente a sus protegidos dentro de la Iglesia local para obtener información del misterioso culto de Kupala, no pudieron contarnos nada nuevo que no supiésemos ya. De forma inesperada, el hermano William se obsesionó con la idea de solicitarme permiso para darle la Transformación a uno de sus protegidos. Aunque temía que el darle mi aprobación a sus deseos provocase que lord Sirme también sintiese tentaciones de crear su propio chiquillo, se lo concedí a condición de que lo observase durante dos años más y, si aún deseaba convertirlo en su chiquillo, que lo mantuviese apartado en su abadía hasta que considerase que estaba preparado para convertirse en un miembro de pleno derecho de nuestra pequeña comunidad. El hermano William aceptó mis condiciones sin dudarlo y, en el año 1214, concedió a Leobardo, su nuevo chiquillo, la maldición de Caín.

En cuanto a Morke, sólo hablamos con él unas pocas veces en todo ese tiempo. Parecía que el Gangrel vagaba de un lugar a otro, sin poder permanecer durante mucho tiempo en un mismo sitio. Sin embargo, siempre regresaba a Balgrad para descansar y reponer fuerzas, presentándose ante mí o ante mi Senescal, antes de volver a partir en el momento más inesperado sin previo aviso. Pronto nos acostumbramos a sus inofensivas rarezas e incluso encontramos que sus viajes eran beneficiosos para nosotros por las noticias poco habituales que nos contaba del exterior, como por ejemplo cuáles eran los territorios de los Lupinos o qué Cainitas estaban en guerra en los Dominios más rústicos de los alpes transilvanos.

Los años también discurrieron apaciblemente para mis criados. Sana se había convertido en una joven nerviosa e irritable, quizás enfadada inconscientemente por las estrictas normas que regían la vida diaria de la capilla. Contra su voluntad, decidí arreglar su matrimonio con el hijo mayor del dueño de la Abundancia, la mejor posada de Balgrad, convirtiéndola así en una espía perfecta que informaría puntualmente a Lushkar de todos los huéspedes que se alojaran en la casa. Hizo falta que usara mi Dominación sobre ella, pero al cabo de un  año, se acostumbró a sus nuevas obligaciones. Asimismo, también usé Dominación sobre su nuevo esposo, para que no la hiriese nunca de ninguna forma y la tratase con el debido respeto. Irena se convirtió en mi ghoul y me sirvió como leal ama de llaves y mi amante ocasional. Derlush siguió al mando de los dos guardias de la capilla y, cuando era necesario, le ordenaba llevar misivas durante el día a los criados del hermano William o de lord Sirme. Sabía que disfrutaba enormemente de esos escasos momentos de libertad que le permitían volver a cabalgar fuera de Balgrad y trataba de recompensar su fidelidad con esas tareas siempre que podía. Finalmente, seguí iniciando a Lushkar en los misterios de la Casa Tremere y de la taumaturgia. Sus progresos fueron tan lentos como lo fueron en su día los míos, pero su afán por impresionarme le ayudó a superar aquellas dificultades iniciales.

Una noche de diciembre, lord Sirme me informó que los guardias de Balgrad habían visto a un leproso merodeando cerca de las murallas de la ciudad durante la noche. Ambos estábamos de acuerdo en que podía tratarse de otro Nosferatu buscando noticias de su compañero desaparecido. Aquello hizo que recordase a nuestro "invitado" durmiente. Pese a mis continuos esfuerzos, el Nosferatu al que habíamos hecho prisionero no había despertado del Letargo ni, por tanto, había tenido la oportunidad de interrogarlo debidamente. Era el momento de tomar medidas respecto a ese delicado asunto. Ordené a Derlush y sus hombres que depositasen el cuerpo de nuestro invitado en un ataúd de madera y que metiesen la caja en un carruaje cubierto. Lushkar, por su parte, había encontrado a un mercenario que estaba dispuesto a llevar el carruaje hasta la ciudad de Schaasburg con el pretexto de llevar el cadáver a un pariente cercano del difunto. Tras pagarle generosamente, le entregué una carta lacrada y usé mi Dominación para que ordenarle que entregase la misiva a quien reclamase el cadáver durante la noche. Mis criados me informaron de que el carruaje había partido al día siguiente sin incidentes.

En el pasado, tanto lord Sirme como Morke habían asegurado que Schaasburg estaba controlada por Cainitas del clan Nosferatu. Se decía incluso que Rusandra, a la que había conocido en mi última visita a Buda-Pest, estaba entre ellos. Sin embargo, ningún Nosferatu habían hecho intento alguno de contactar conmigo abiertamente. Hasta donde yo sabía, ello se podía deber a mi alianza con la Ventrue Nova Arpad. Mi plan intentaba poner remedio a esa situación. En mi misiva, exponía mis buenas intenciones, cuya prueba más elocuente era la liberación del preso tras perdonarle todos los crímenes que había cometido en mi ciudad, y proponía una relación diplomática secreta entre ambas ciudades. Por supuesto, el plan no carecía de riesgos, pero estaba dispuesto a involucrarme en aquel peligroso juego para incrementar la influencia de Balgrad en general y de la Casa Tremere en particular.

Ese mismo invierno, lord Sirme me informó que un Cainita se había alojado en la posada del Gallo Dormido. Era demasiado pronto para que hubiese llegado un emisario de Schaasburg, así que la presencia de un extraño en Balgrad me inquietó profundamente. El Ventrue y yo visitamos la posada y picamos en la puerta de su habitación. No hubo respuesta pero la luz de la vela que se deslizaba por el resquicio de la puerta se apagó de pronto. Lord Sirme abrió la puerta y comprobamos que la habitación estaba completamente a oscuras. Ni siquiera usando mis agudos sentidos sobrenaturales pude descubrir la presencia del Cainita. Decidí identificarme como el Príncipe de Balgrad y darle la bienvenida a la ciudad. Una figura sombría se hizo visible en la oscuridad y volvió a encender la vela. El extraño parecía tener poco más de veinte años. Tenía una larga melena de color rubio oscuro y su rostro poco llamativo tenía escasa barba. Vestía con las ropas propias de un vecino humilde de cualquier ciudad de esta parte del reino de Hungría. El joven se identificó como Crish Competer y nos contó que era un artista consagrado a la pintura y que pertenecía al clan Malkavian. Luego, pidió con gran humildad permiso para permanecer en Balgrad indefinidamente. Conocía bien las Leyes de Caín y, a diferencia de tantos otros de su linaje, parecía sereno y pacífico. Por ello, decidí concedérselo. Era cierto que mi influencia sobre la ciudad había mejorado el comercio y las mismas vidas de sus habitantes mortales, pero hasta ese momento me había despreocupado completamente de las artes en favor de las necesidades más inmediatas. Pero si Balgrad iba a convertirse algún día en una gran ciudad, debía contar con obras de arte que conmoviesen por igual a vecinos y forasteros. Así pues, encauzaría el talento de Crish al servicio de la ciudad a través de mi mecenazgo directo.

jueves, 23 de agosto de 2012

C. DE T. 1 - 68: EL NOSFERATU


Transcurrieron dos noches más después de nuestro encuentro con el Gangrel llamado Morke. La abadía del hermano William no había sufrido más asaltos, ni se habían encontrado más cadáveres desangrados en los territorios controlados por la ciudad. Todo parecía señalar que Morke estaba haciendo honor a su palabra, al menos de momento. No obstante, ninguno de nosotros logró hallar indicios de la presencia del Nosferatu al que el hermano William juraba haber visto noches antes. Si ese Cainita todavía se encontraba en Balgrad, permanecía oculto y cubría bien sus huellas, sin presentarse debidamente ante el Príncipe de la ciudad tal y como exigían las costumbres de los nuestros. Así pues, debía localizarlo inmediatamente, ya que me aterraba la posibilidad de que fuese un agente de nuestros enemigos.

La mayoría de los Cainitas sabían que, debido a su terrible aspecto, los Nosferatu solían preferir lugares aislados y subterráneos para descansar el sueño diurno, y uno de esos lugares de su predilección solían ser los sistemas de alcantarillas y recogidas de aguas. La ciudad de Balgrad todavía disponía de un pequeño sistema de alcantarillas heredado de la época del imperio romano, aunque ninguno de sus vecinos se atreviese a poner un pie en aquellas ruinas. Era un lugar perfecto para esconderse sin llamar la atención. Así pues, decidí enviar a Lushkar y Derlush al mando de cuatro hombres armados contratados para la ocasión, para que descendiesen a las alcantarillas, levantasen planos de su trazado y, en el caso de que descubriesen a cierto monstruo durmiente, hundiesen una estaca en su marchito corazón. En cualquier caso, tanto si daban con el escondite del Nosferatu como si no, volverían con planos del trazado de las antiguas alcantarillas que podrían ser muy útiles en el futuro.

El primer día de trabajo para mis criados fue claustrofóbico y tedioso, vagando de un túnel a otro sin más luz que la de las antorchas que llevaban consigo. No obstante, fueron atacados por las ratas que infestaban aquellos túneles mohosos. A pesar de que habitualmente rehuían la presencia de hombres adultos, aquellas  pequeñas alimañas les mordieron con una ferocidad inaudita e hirieron levemente con sus colmillos a Derlush y a uno de los hombres que les acompañaban. El ataque de las ratas podía ser una señal de la influencia del Nosferatu, por lo que ordené a Derlush y Lushkar que continuasen con sus investigaciones durante los próximos días, siempre durante las horas del día.

A la noche siguiente, acudí a la Abundancia para explicarle a lord Sirme mis averiguaciones y discutir la posibilidad de organizar una batida en las alcantarillas con los hombres de la guardia de la ciudad. Sin embargo, cuando nos hallábamos sumergidos en aquella discusión en una de las mesas del comedor, la puerta se abrió de golpe y Derlush entró herido y con sus ropas manchadas de sangre, murmurando que la noche se les había echado encima antes de darse cuenta y que habían sido atacados por el Nosferatu. El tabernero y dos vecinos lo observaron con espanto. Derlush iba a decir algo más, pero lo hice callar con un gesto y les ordené a él y a lord Sirme que me siguiesen a una de las habitaciones del piso superior. En mi fuero interno intuía que algo iba mal. Una vez arriba y lejos de miradas y oídos indiscretos, me hice un corte en la muñeca y se la ofrecí a Derlush para que bebiese mi sangre y restañase sus heridas. Él sólo me observó con evidente frustración. De pronto, su figura desapareció como si nunca hubiese existido, confirmando mis sospechas. No era mi fiel criado, sino el Nosferatu al que buscábamos.

Con rápida determinación, lord Sirme cubrió la puerta con su cuerpo y desenvainó su espada, al tiempo que yo hacía lo propio ocultando la ventana y cogiendo mi daga. El tiempo pasó lentamente, mas ninguno de nosotros mostró señal alguna de flaqueza. Al final, el Nosferatu, viéndose acorralado después de varias horas de tensa espera, me atacó dos veces, sospechando sin duda que yo sería el contrario más débil físicamente. Esquivé su cuchillo como pude, aunque su filo me cortó el brazo izquierdo en la segunda acometida. El Ventrue alzó un poderoso mandoble de su espada, que no acertó en el blanco, pero que sirvió para hacer retroceder a la criatura. El Nosferatu decidió entonces volver a hacerse invisible.

Volvió a haber otro periodo de tensa espera, uno incluso más largo que el primero. Lord Sirme y yo hicimos planes en voz alta. Esperaríamos hasta el amanecer y apresaríamos de un modo u otro a ese rufián cuando se durmiese por el cansancio del día, aunque nos costase nuestra no vida. El Nosferatu, desesperado, perdió los nervios y se lanzó contra lord Sirme. El Ventrue lo recibió asestándole un fuerte mandoble que partió su hombro derecho, hundiendo su espada más de quince centímetros cortando con facilidad carne y hueso hasta llegar a la altura del pulmón. El Nosferatu retrocedió un paso aullando de dolor, con la espada del Ventrue aún clavada firmemente en su hombro, sólo para que hundiese mi daga con todas mis fuerzas contra su espalda. Esa bestia inmunda cayó al suelo de la habitación sumida en el sueño mortecino que los Cainitas llamamos el Letargo.

Lord Sirme cogió con brusquedad la silla de madera y la partió rompiéndola contra la pared. Inmediatamente después, usó una de las patas rotas como estaca improvisada hundiéndola en el corazón marchito del Nosferatu, que, como todos los Cainitas en tales situaciones, no podría curar sus heridas y estaría completamente inmovilizado hasta que alguien le quitase la estaca. Los actos del intruso habían demostrado su culpabilidad, afirmé. Se había acercado al Príncipe con engaños y argucias, y había tratado de atacarnos en el mismo momento en que fue descubierto. Lextalionis, confirmó lord Sirme. Reivindicando mis derechos como Príncipe de Balgrad, condené al Nosferatu al encierro en las mazmorras de mi capilla hasta que decidiese su destino. A continuación, le pedí al Ventrue que partiese a la abadía del hermano William para contarle lo que había sucedido y el castigo que había decretado contra el condenado.

Una vez que Lord Sirme me dejó a solas con el intruso, lo alcé en brazos y lo llevé a mi capilla para alojarlo en una de las mazmorras, maniatando su cuerpo con grilletes en su cuello, manos y piernas a pesar de que la estaca seguía aún clavada firmemente en su corazón. No quería correr ningún riesgo innecesario con aquel invitado y, aunque no había forma de saber cuándo despertaría del Letargo, decidí que una vez a la semana, retiraría la estaca y le daría unas gotas de sangre para intentar despertarlo. Tarde o temprano sabría quién era y por qué había venido a mi ciudad.

miércoles, 22 de agosto de 2012

C. DE T. 1 - 67: MORKE


Tenía mucho de que preocuparme. Un Gangrel salvaje estaba merodeando por los alrededores de Balgrad y, escondido en alguna parte de la ciudad, un Nosferatu evitaba presentarse ante mí. ¿Su aparición era fruto de la casualidad o estaban colaborando juntos al servicio de los enemigos de la Casa Tremere? Por su parte, el arrogante Ventrue parecía no tener miedo ni respeto por nuestros enemigos, sino una confianza nacida en su propia pericia con la espada. Además intuí que trataba de impresionarme para ganarse mi confianza. Por lo tanto, me fue bastante fácil convencerle de que me acompañase a pasear esas noches por las calles de la ciudad para buscar indicios de las actividades de los intrusos. Lord Sirme aceptó de inmediato, como sabía que haría, y acordamos encontrarnos a la noche siguiente en la Fuente de las Ranas, llamada así por una pequeña talla de roca esculpida con la forma de ese animal.

También decidí tomar medidas de seguridad adicionales en mi propia capilla. Mis criados, incluidas Irena y Sana, tendrían expresamente prohibido adentrarse en la ciudad de noche. Ordené a Derlush y sus dos subordinados que estuviesen preparados para el caso de un asalto violento contra el edificio y, por su parte, Lushkar tendría que hacer acopio de alimentos. Mis propias reservas de sangre almacenadas en las piedras eran muy abundantes, por lo que no debía preocuparme por ese aspecto.

A la noche siguiente, lord Sirme y yo nos encontramos en el lugar acordado. El Ventrue apareció ataviado con una camisola de malla sobre la que llevaba una chaqueta de cuero. Pese a su extrema confianza en sus capacidades, estaba claro que al fin había considerado las debidas precauciones. Descendimos juntos por la calle de Santa Eulalia y bajamos despacio por la calle de las Herrerías. En esa parte de la ciudad, las callejas permanecían vacías y sólo estaban iluminadas por la luz de las estrellas, una circunstancia ideal para una emboscada. Ambos caminamos en completo silencio, concentrados en descubrir cualquier indicio de problemas antes de que ocurriesen. Sin embargo, mis agudos sentidos me permitieron percatarme una hora después de la presencia del intruso. Estaba recostado sobre uno de los tejados. Iba vestido como un campesino mugriento o un cazador furtivo. Tenía una larga melena enmarañada de un color sucio parecido al barro y sus ojos brillaban con un brillo sobrenatural de color rojo. Detuve a lord Sirme de inmediato y me preparé para el combate.

No obstante, el Cainita se dejó caer al suelo de la calle con una elegancia felina, aunque no hizo ademán de atacarnos. Su mirada era desafiante y rebelde, sí, pero parecía tranquilo a pesar de su aspecto salvaje. Lord Sirme no confió en tales apariencias y mantuvo su espada en alto, presto para atacar a mi orden. El intruso se presentó bruscamente como Morke, de la familia Gangrel, y con un gruñido irritado pidió mi permiso para  quedarse en Balgrad, puesto que había descubierto recientemente que yo era el gobernante de esta ciudad. Debió divertirle mucho nuestra sorpresa, ya que se acercó a nosotros con una sonrisa feroz en sus labios. Al verlo de cerca, pude advertir que un oscuro pelaje cubría todo su cuerpo y sus brazos. Sin duda, su sangre pertenecía al salvaje linaje de los Gangrel. Intentando recuperar mi autoridad, le pregunté si era conocedor de las Leyes de Caín, aunque él confesó abiertamente que las desconocía. También le pregunté si había algún otro de su linaje cerca de la ciudad. Morke respondió que creía que había otro en la antigua cueva de un oso a dos días de viaje hacia el oeste. Por último, le pregunté quién era su creador, pero afirmó que desconocía el nombre de ese bastardo.

Así pues la decisión estaba en mis manos. Ante mí tenía al que casi con toda probabilidad era el intruso que había robado y matado en el Dominio del hermano William. Lord Sirme parecía desconfiar de forma natural del salvaje y esperaba únicamente que diese la orden para atacarlo. Morke le sonrió enseñándole los colmillos. En justicia, deberíamos haberlo hecho prisionero. Sin embargo, sentí lástima por el Gangrel. Morke había sido convertido en Cainita sin la recibir la instrucción adecuada y, por tanto, su comportamiento era más parecido al de una bestia. Si lo "educaba" adecuadamente en las normas de los nuestros, tal vez pudiese utilizarlo en mi beneficio. Así pues, accedí a su demanda a condición de que me dijese dónde establecería su lugar de descanso. Asimismo debía comprometerse a respetar las Leyes de Caín, que recitó oportunamente lord Sirme, y ayudar a defender Balgrad en caso de ser necesario. Morke juró todo lo que le pedimos, de forma poco convincente, y, tras pensarlo durante unos instantes, declaró que tomaría como refugio el cementerio de la ciudad. Antes de que se marchase, le advertí que existía una abadía a las afueras de la ciudad que era el Dominio de un buen amigo mío. El Capadocio estaba bajo mi protección, así que no dudaría en llevar la muerte definitiva a cualquiera que amenazase sus derechos. Morke entendió perfectamente lo que se le decía y se despidió sin más ceremonias.

Lord Sirme y yo regresamos a la posada en la que permanecía hospedado hasta que se instalase adecuadamente en una casa solariega cerca del castillo de Balgrad. Discutimos durante bastante tiempo si Morke respetaría o no los compromisos alcanzados, pero aquel era un debate estéril hasta que el Gangrel demostrase si era merecedor de la oportunidad que le había brindado esa noche. Cualquiera que fuera el resultado de sus acciones, le expliqué al Ventrue que ahora debíamos hallar al Nosferatu, una tarea casi imposible. No se podía ver a un Nosferatu a menos que él así lo quisiese o bien que fuese muy descuidado. En cualquier caso, ambos acordamos usar nuestras influencias en los mortales para intentar descubrir sucesos insólitos que pudiesen delatar la presencia de esa sabandija en Balgrad.

Cuando regresé a mi capilla, escribí una misiva que Lushkar debía entregar al día siguiente en la abadía del hermano Arkestone. En ella, le describía a William nuestro encuentro con Morke y los compromisos que acordamos. Sabía que mi buen amigo aprobaría la oportunidad que le concedí al Gangrel esa noche, pero temiendo que volviese a intentar encubrir sus actividades, también le urgí para que me comunicase cualquier incidente que sufriese su comunidad tan rápido como fuese posible.

martes, 21 de agosto de 2012

C. DE T. 1 - 66: LORD SIRME APNISEILAT


En 1208 se presentó en Balgrad un Cainita que se hospedó en la Abundancia, la mejor posada de la ciudad. De aspecto noble, ricos ropajes y habla con fuerte acento extranjero, este recién llegado hizo saber discretamente a las gentes de la posada que buscaba a Dieter Helsemnich para entablar futuras y beneficiosas relaciones comerciales. Lushkar escuchó rápidamente la noticia antes de que llegase siquiera a los oídos del hermano William Arkestone y me la hizo saber de inmediato. Hasta ese momento, Balgrad había resultado ser una ciudad pequeña y discreta, poco dada a recibir visitas extrañas, por lo que decidí reunirme con el recién llegado en otra de las habitaciones de la misma posada y descubrir cuáles eran sus verdaderas intenciones.

Unos pocos minutos de conversación con el Cainita bastaron para que su conducta altanera me recordase a la del difunto Yulash, aunque el forastero irradiaba un aura de verdadero poder y antiguo linaje. Se presentó a sí mismo como lord Sirme Apniseilat, del clan Ventrue y chiquillo de Nova Arpad, chiquillo de Gregor y de otros ilustres Cainitas hasta culminar su linaje con el legendario Antediluviano Ventrue. Lord Sirme también me explicó que había sido enviado desde la la cercana ciudad de Mediasch, gobernada por la Princesa Nova Arpad, para actuar como su embajador en mi Corte nocturna. La idea de que Balgrad contase con una alianza firme contra nuestros numerosos enemigos, siendo los más cercanos el Príncipe Radu, del clan Tzimisce, o el forajido conocido como Mitru, del clan Gangrel, me entusiasmó por completo y lord Sirme y yo conversamos durante horas sobre los beneficios que podrían obtener ambas ciudades de una alianza semejante.

Finalmente, y con gran formalidad por su parte, lord Sirme solicitó mi permiso oficial para establecerse  en mi ciudad. Se lo concedí a condición de que respetase las leyes de Caín y mi autoridad como Príncipe de Balgrad. El Ventrue juró por su honor que respetaría ambas cosas hasta el fin de su existencia. Después, le comuniqué que a la noche siguiente le presentaría al hermano William Arkestone, del clan Capadocio, que ocupaba el cargo de Senescal de la Corte. Antes de abandonar la habitación que había elegido para nuestro encuentro, lord Sirme hizo una nueva petición: deseaba establecer un Dominio propio sobre los guardias de la ciudad. Medité su inesperada petición. Si la aceptaba, el Ventrue dispondría de derechos de alimentación exclusivos sobre todos los mortales que sirviesen en la guarida de la ciudad y podría asimismo influenciarlos por medios mundanos o sobrenaturales para que obrasen su voluntad. Por tanto, aceptar su petición le brindaría un recurso muy valioso si pretendía dar un golpe para derrocarme y hacerse con todo el poder en Balgrad. Sin embargo, también le pondría en deuda conmigo, lo que podría serme útil en el futuro. Además, siempre podía usar discretamente mi Dominación sobre algunos de los guardias para que me informasen de cualquier eventualidad en su Dominio. Al final me decidí a dar mi consentimiento, no sin cierta suspicacia.

A la noche siguiente,viajamos en carromato hasta la abadía del Capadocio, donde fuimos acogidos con gran pompa por el Senescal de Balgrad y el abad de dicha comunidad, a los que había advertido previamente de nuestra visita enviando a Derlush con una carta durante la noche anterior. Los tres Cainitas conversamos apaciblemente en una espaciosa cámara del monasterio. El hermano Arkestone nos contó que creía haber visto a un esquivo Nosferatu en la ciudad, pero que no había podido investigar más a fondo ni advertirme porque... Un terrible alarido, procedente del exterior, interrumpió repentinamente su explicación. El hermano William nos confesó entonces que su abadía había tenido problemas con otro Cainita. Los tres salimos corriendo al exterior. En la entrada del edificio hallamos un cadáver sin sangre y con la garganta destrozada por numerosos mordiscos.

Lord Sirme, espada en mano, encontró las huellas del atacante. Mientras William cerraba los ojos del difunto murmurando una plegaria, el Ventrue y yo seguimos las pisadas humanas, de una sola persona, que se dirigían a los bosques cercanos. Para nuestra sorpresa, aquellas huellas fueron sustituidas por las marcas dejadas de por un lobo o un perro de gran tamaño. Así pues, podíamos suponer que el culpable era un Gangrel. ¿Mitru? No, él y sus siervos habrían asaltado y quemado la abadía hasta los cimientos. No obstante, fuera quien fuese, era un enemigo peligroso. Desestimamos seguir las huellas hasta el bosque, donde el Cainita podría emboscarnos con facilidad y regresamos al monasterio. Allí, William nos informó con evidente resignación que el asesino también había robado el dinero de la iglesia. Le ofrecí al Capadocio la protección de mi capilla hasta que lográsemos prender a aquel misterioso atacante, pero William rechazó valientemente mi oferta, prefiriendo quedarse en la abadía para cumplir la voluntad de Dios Todopoderoso. Asimismo, también rehusó aceptar el ofrecimiento del Ventrue de quedarse a su lado durante las siguientes noches para protegerlo de cualquier futuro ataque. Al final, lord Sirme y yo regresamos a Balgrad discutiendo cuál sería el mejor plan a seguir para dar caza al Gangrel.

lunes, 20 de agosto de 2012

C. DE T. 1 - 65: LAS CARTAS DE VYKOS


En ese mismo año de 1201 llegó a Balgrad una misiva lacrada procedente de la lejana Constantinopla. El mensajero la dejó en la posada del Gallo Dormido a la atención de Dieter Helsemnich y luego abandonó la ciudad ese mismo día. Para mi gran sorpresa, la carta estaba firmada por el mismo Myca Vykos, el mismo Tzimisce con el que estaba endeudado por la ayuda que me había prestado en el Paso de Tihuta. La caligrafía de las letras griegas era exquisita y su oratoria, como no podía ser de otra manera, era poco menos que perfecta. Por alguna razón, Mica Vykos se había sentido tentado a hablarme de las maravillas de la ciudad más grande de toda la cristiandad. La describía como un sueño encarnado, un ideal al que todos, Cainitas y mortales, debíamos aspirar. Debo confesar que la vehemencia que mostró en sus palabras parecía contagiosa cuando alababa  sus grandes bibliotecas, los bellos palacios romanos, el arte de los templos, el incesante tráfico de sus muelles, el ajetreo constante de los comerciantes de los foros y mercados y otras tantas maravillas semejantes. Finalmente, el Tzimisce lamentaba que mis obligaciones para con los míos me impidiesen ser testigo de esta gloria intemporal y prometía escribir más misivas en el futuro.

Myca Vykos cumplió su palabra. Todos los años llegaba a la ciudad un mensajero portando una carta sellada a nombre de Dieter Helsemnich. Sin embargo, ese hombre ahora solía quedarse unos días a descansar en el Gallo Dormido, lo cual me daba la oportunidad de escribir una respuesta a aquel enigmático Tzimisce. Nuestra correspondencia se sumergía en múltiples esferas del conocimiento y del saber humano, aunque Myca Vykos siempre ligaba aquellas discusiones a la capital del imperio bizantino. Pronto me quedó claro que "el sueño" no era una mera metáfora poética para él, sino una realidad en sí misma. Por sus cartas descubrí que Constantinopla había sido ideada por un Matusalén Toreador llamado Mikael, que aspiraba a fundar una ciudad que reflejase la luz del Cielo en la Tierra. Myca Vykos me explicó que los Cainitas que residían en la ciudad compartían aquella visión y colaboraban para engrandecer Constantinopla a mayores alturas.

Sin embargo, nuestra "amistosa" correspondencia sufrió un giro inesperado en el año 1204. Las noticias de lo que ocurrió tardaron meses en llegar a una ciudad tan apartada como Balgrad, pero al final supimos que las huestes de la Cuarta Cruzada se habían desviado de su camino y, en lugar de asaltar los bastiones del poder musulmán para liberar al Reino de Jerusalén de la presión a la que se veía sometido, habían asediado y conquistado Constantinopla. Los cruzados saquearon palacios, viviendas e iglesias, robando y matando a placer. Como narraría posteriormente el cronista bizantino Nicetas Coniates describiendo el asalto a la catedral de Hagia Sofia, los cruzados "introdujeron caballos y mulas para poder llevarse mejor los objetos sagrados, el púlpito, las puertas y todo el mobiliario que encontraban". En su obra, la Historia, también relató que los guerreros de Cristo "tampoco mostraron misericordia con las matronas virtuosas, las doncellas inocentes o incluso las vírgenes consagradas a Dios". De nuevo, los mortales cometían atrocidades que podían asombrar incluso a los malditos descendientes de Caín. De nuevo, se demostraba que la esencia de lo humano no sólo radicaba en la virtud, sino también en la maldad más pura.

Hasta cierto punto, estaba bastante preocupado por la suerte que le había ocurrido a Myca Vykos, pues no dudaba que muchos Cainitas de Constantinopla habrían encontrado su fin a manos de los incendios que asolaron la ciudad durante el saqueo y la violencia propia de tales sucesos. Si ese hubiese sido el caso, lamentaría sinceramente su pérdida, aunque no albergase ninguna duda de que el Tzimisce podría volverse contra mí con la misma facilidad con la que había favorecido anteriormente nuestra "amistad". No obstante, al año siguiente llegó una nueva misiva suya, en la que su estilo otrora pulcro y magnífico parecía más un discurso basado en la emoción y la falta de coherencia. Era evidente que la caída de Constantinopla había dejado graves secuelas en su alma. Furioso, Myca Vykos aseguraba que los Cainitas enemigos de Mikael habían conseguido llevar la ruina a la ciudad, desviando los objetivos de la Cruzada para cumplir los suyos. El mismo Matusalén Toreador había sido destruido y, con él, muchos de sus seguidores. Sin embargo, juraba que aquellos actos no escaparían a su venganza. El Sueño de Mikael, argumentaba alocadamente, era un ideal eterno que no podría morir y, con el tiempo, él mismo se encargaría de darlo a luz de nuevo a cualquier precio.

El mensajero no esperó contestación, sino que abandonó Balgrad tan pronto como dejó la misiva a su cargo al posadero del Gallo Dormido. En los años siguientes, no hubo más cartas ni noticias suyas. El idealista Myca Vykos se había perdido en la vorágine de la guerra  y se había levantado de las cenizas para llevar su venganza a nuestro mundo. Sentí lástima por su suerte, pero también miedo, mucho miedo, pues intuía que su caída lo convertiría en un monstruo tanto para los humanos como para los Cainitas.

viernes, 17 de agosto de 2012

C. DE T. 1 - 64: LA GUERRA MASSASA


Temiendo que la ambición hubiese pesado más que la amistad y el respeto que nos unían, entramos en la ciudad al final de la tarde sin hacer ningún intento previo para contactar con mi Senescal William Arkestone. En cuanto el sol se puso en el horizonte, salí inmediatamente del carromato para desactivar algunas defensas mágicas y mundanas de la capilla., descubriendo que ningún intruso había osado asaltar la casa durante los largos meses de nuestra ausencia. Irena y Sana se acomodaron en la habitación comunal del piso de arriba, junto con el artesano y su esposa. Al igual que ellos, tendrían prohibido descender a los niveles inferiores de la capilla, pero podrían disfrutar de una vida confortable en la casa del taller. Derlush partió para buscar a los dos ghouls que estaban bajo su mando y que habían estado escondidos durante todo este tiempo en otras viviendas de la ciudad. Confiando en que Lushkar se hiciese cargo de las tareas mundanas, entré en mi propio sanctasantorum. Con gran placer, añadí los manuscritos que había copiado de los viejos grimorios hechiceros de la gran biblioteca de Celestyn a mi humilde biblioteca particular y dejé la carta de la adivina cíngara en un pequeño arcón junto a otros objetos curiosos o de procedencia mágica que había reunido a lo largo de todos estos años.

Esa noche me reuní también con los maestres de la hermandad secreta que había ayudado a fundar en la ciudad. Pese a que habían echado en falta mi prudente consejo para algunas cuestiones concretas, supieron estar a la altura de las circunstancias, por lo que la orden no se resintió a causa de mi prolongada ausencia. Habían surgido pequeños conflictos y choques personales, por supuesto, pero la jerarquía de la hermandad, cuya inspiración había sido la misma Pirámide de la Casa Tremere, estaba preparada para resistir bien los desafíos impuestos por el ego humano.

A la noche siguiente fui a visitar al hermano William Arkestone. El Capadocio se sorprendió sinceramente de verme aunque, pese a todo, me ofreció un caluroso recibimiento. Afortunadamente para él, los meses que había pasado fuera de la ciudad habían sido sumamente apacibles. Mi Senescal afirmó con un alivio sincero que Balgrad no había recibido la visita de ningún otro Cainita. Seguramente había temido en numerosas ocasiones que el Príncipe Radu enviase a sus lacayos a nuestra ciudad durante mi ausencia, convirtiéndolo a él en el objetivo inmediato de su ira, mas sus temores habían sido completamente infundados, por lo que se había dedicado  durante todo este tiempo al estudio y la oración. No obstante, el Capadocio había demostrado su lealtad hacia mí, por lo que lo recompensé concediéndole permanentemente el cargo de Senescal en la futura Corte Cainita de la ciudad. William agradeció mi generosidad y conversamos el resto de la noche de los horrores de los que yo había sido testigo en Satles y del demonio que las había originado: Kupala, la Raíz del Todo. El Capadocio no había oído hablar jamás de aquella entidad, pero prometió estar alerta ante cualquier tipo de presencia de adoradores de demonios en Balgrad.

Durante los siguientes meses, ambos nos dedicamos a nuestros propios asuntos, reuniéndonos cada semana para contarnos cualquier novedad y para debatir sobre la naturaleza del alma o temas más mundanos pero no menos importantes. No obstante, en otoño me llegaron noticias inquietantes que no compartí con mi buen amigo, ya que trataban asuntos completamente confidenciales. Mi sire Jervais me había escrito para comunicarme que se había producido una execrable traición que podía poner en peligro a toda la Casa Tremere.

Parecía ser que algunos escasos magi mortales habían descubierto que la maldición de Caín había anidado en los líderes de la Casa, extendiéndose lenta e insidiosamente. La maestra Tosia y otros conspiradores habían abandonado en secreto Ceoris para alertar a las otras Casas de la Orden de Hermes de lo que estaba ocurriendo. De algún modo, el Consejero Etrius había descubierto lo que estaba pasando y había enviado a las Gárgolas de Virstania a cazar los traidores. Aunque dieron muerte a algunos, muchos conspiradores lograron cobijarse a tiempo bajo la protección de la Casa Tytalus. Las noticias se habían extendido rápidamente y era de esperar que hubiese algún tipo de reacción por parte de la Orden de Hermes. Por tanto, mi sire Jervais me aconsejaba que estuviese preparado ante cualquier tipo de conflicto con nuestros antiguos hermanos.

Las noticias eran sumamente preocupantes, pero era poco lo que podía hacerse, salvo incrementar la discreción de nuestras actividades y confiar en que la pequeña capilla Tremere de Balgrad pasase desapercibida en el nuevo frente bélico que iba a librarse. En mi fuero interno, deseaba que la maestra Tosia se hubiese olvidado del Regens de la capilla de Balgrad que conoció en la gran biblioteca de Ceoris. Si la suerte me acompañaba, ella tendría preocupaciones mucho mayores a las que dar respuesta inmediata.

Con el tiempo, nuestros peores temores se hicieron realidad. Tras casi un año sin noticia alguna, tiempo que nuestros líderes aprovecharon para ordenar la concesión de la Transformación a todos los magi mortales leales aún al gran maestro Tremere, entre los que inesperadamente se encontraba el magus Biturges, y matando a cualquiera que fuese sospecho de traición o cuya falta de méritos le hiciesen indigno de merecer nuestro oscuro don, supimos que los tribunales de la Orden de Hermes habían juzgado in absentia a la Casa Tremere, expulsándola de sus filas y castigando al fundador y a todos sus miembros a la muerte definitiva. A partir de ese momento, se produjeron numerosos asaltos en capillas de uno y otro bando en todos los reinos cristianos. Nadie sospechaba siquiera que esta guerra fratricida se prolongaría durante más de doscientos años, siendo además testigo de una alianza antinatural entre algunos herméticos de la Casa Tytalus y los atroces Tzimisce. No obstante, los fuegos de la conflagración nunca alcanzaron a la capilla de Balgrad, seguramente debido a su juventud y escasa importancia. Al final, la Casa Tremere no sólo sobrevivió a los conflictos contra los magi de las órdenes herméticas y nuestros enemigos Tzimisce, sino que prosperó aumentando su número y su influencia entre los Cainitas.

jueves, 16 de agosto de 2012

C. DE T. 1 - 63: SECRETOS DESVELADOS


Las noches siguientes discurrieron esta vez sin grandes sobresaltos, consultando con frecuencia numerosas obras de la gran biblioteca de Ceoris, estudiando nuevos rituales taumatúrgicos y haciendo numerosas visitas a mis criados, a los que Curaferrum había traslado a unos alojamientos privados. El rostro de Derlush se ensombreció levemente cuando les expliqué que Lushkar había recuperado la consciencia y que retomaría de inmediato sus deberes. Sin embargo, también se sintió parcialmente agradecido cuando se dio cuenta de que ello supondría liberarse de algunas de las tareas que consideraba más tediosas. Al igual que Sana, echaba de menos la libertad que ofrecían los caminos por grandes que fuesen los peligros y su obligado encierro en los alojamientos hizo mella muy pronto en ellos. Por su parte, Irena fue la que llevó con mejor disposición nuestra estancia en Ceoris. Había recuperado paulatinamente la buena salud y cuidaba y entretenía a la pequeña Sana siempre que podía.

Pero pese a que hallaba gran solaz en aquella rutina, no podía olvidarme del auténtico propósito al que aspiraba. Mis actividades habituales tenían por objeto hacer ver a amigos y enemigos por igual que me había resignado a someterme sin resistencia a la decisión del Consejo de Ceoris. Por supuesto hubo quien confundió esta aparente pasividad con falta de carácter y no escasearon aspirantes a conspiradores que trataron de involucrarme en sus ridículas tramas, como intentó sin éxito el propio Castellano de Ceoris. Confieso que aquellos juegos tal vez podrían haber entretenido a mi alma, mas hubiesen desvelado más de mí de lo que estaba dispuesto a tolerar en mis planes para regresar a Balgrad con la autorización oficial de las mismas personas que deseaban mi condena.

Tomé mis primeros pasos en aquella dirección en los aposentos de mi sire Jervais. Para mi sorpresa, no fue una reunión tensa, sino animada y casi fraternal. Jervais había disfrutado enormemente de la rabieta de Etrius en el Salón del Consejo y ese buen humor mejoró su carácter hasta el punto de hacer invisibles algunas asperezas de su carácter. No deseó confiarme lo que discutió el Consejo de Ceoris a puerta cerrada, pero me dio a entender suficientes cosas para que me hiciese una idea general. Por sus palabras, estaba claro que esperaba que me alzase contra todo pronóstico sin su ayuda. La reunión finalizó por tanto una vez que Jervais me comunicó sus buenos deseos en mi futura tarea.

Fueron noches extremadamente difíciles para mí. Sentía una profunda humillación en mi interior, pero continué con mis actividades rutinarias. Una vez más, fui fuerte y perseveré. Ninguno de los bandos en lucha albergó sospecha alguna de mis verdaderas intenciones. Nadie esperaba mi siguiente paso. Habían pasado diecinueve noches desde que el Consejero Etrius había firmado mi sentencia. Era el momento adecuado. Me reuní en secreto con el Maestro de Espías, Paul Cordwood, en uno de los recovecos de la gran biblioteca. Nuestro encuentro fue bastante breve dadas las circunstancias, pero muy fructífero. Él era la persona adecuada con la que debía negociar, gracias a su cargo y al respeto que se había ganado por parte de Etrius y los suyos, por un lado, y de los partidarios de Goratrix por el otro. Así pues, le expliqué sin rodeos que conocía la identidad del chiquillo de Bulscu que estaba conspirando contra su sire y que estaba dispuesto a revelársela a él en exclusiva, si a cambio lograba que el Consejo de Ceoris me destinara de nuevo a Balgrad inmediatamente. Sin mostrar sorpresa alguna, el Maestro de Espías me respondió que era difícil hacer cambiar de opinión al Consejero Etrius. Le aseguré que comprendía sus reservas, pero que esa cuestión era la única que me interesaba para entregar un secreto como ese. Paul Cordwood respondió que haría lo que pudiese y se marchó enfrascado en sus propios pensamientos.

Tal y como se esperaba, el Consejo de Ceoris me hizo llamar a la noche siguiente, la vigésima desde la última vez que había acudido al Salón del Consejo. El Consejero Etrius me miraba con intensidad. Por mi parte, mantuve la mirada baja como muestra de humildad. Curaferrum tomó la palabra para anunciar que, puesto que nuestros enemigos Tzimisce volvían a amenazar nuestras posesiones en Transilvania, habían decido enviarme de vuelta a Balgrad para defender desde ese baluarte los intereses de nuestra Casa en la región. Confiaban en que mis constantes esfuerzos desviasen la atención de nuestros enemigos. Conteniendo cualquier gesto o emoción, volví a repetir las mismas palabras que había pronunciado noches atrás en aquel mismo lugar.

-La voluntad de la Casa Tremere es mi voluntad-, respondí haciendo una prolongada reverencia y saliendo de aquella cámara con gran alivio.

Mis criados ya estaban listos para partir antes de que terminase la reunión del Consejo. Por orden mía, Lushkar y Derlush estaban comprobando que el anciano Haru, el mayordomo de Ceoris, se encargase de preparar nuestro carromato y de darnos las oportunas provisiones, así como un par de caballos. Paul Cordwood vino a verme a mis aposentos mientras estaba recogiendo mis escasas pertenencias, sobre todo apuntes de mis  frecuentes visitas a la gran biblioteca. El Maestro de Espías quería que me diese cuenta de cuánto había sacrificado para cumplir su parte del trato y esperaba que estuviese a la altura de las expectativas que había depositado en mí. No le defraudé. Le confesé que el chiquillo traidor era el obispo Geza Arpad y le juré además por mi no vida que nunca revelaría a nadie más lo que acaba de contarle. Paul Cordwood asintió sombrío y se marchó tras despedirse. Yo mismo tardé poco tiempo en descender hasta la salida de la capilla. No quería ofrecer más facilidades a mis numerosos enemigos prolongado mi estancia más allá de lo necesario.

Una patrulla de guardias a caballo enviados por Esoara nos escoltaron hasta que alcanzamos una de las atalayas septentrionales. Desde allí, nuestro pequeño grupo pasó desapercibido por los pasos de las montañas y logró alcanzar los valles del otro lado sin sufrir ningún ataque ni emboscada. A partir de ahí, sólo tuvimos que seguir las carreteras hasta llegar a mi amada ciudad. Balgrad era mía y no permitiría que nadie me la arrebatase. Nunca.

lunes, 13 de agosto de 2012

C. DE T. 1 - 62: HARU


Me despedí de Curaferrum en las plantas del servicio y volví a mis aposentos en la quinta planta. Allí, utilicé un odre de vino para llenarlo con mi sangre maldita. A continuación, volví a descender a los pisos inferiores, preguntando por el paradero de mis criados. Uno de los guardias de la capilla me llevó a una cámara vacía. Quedó sorprendido al no ver a nadie y luego, explicándome que seguramente les debían de haber dado unos alojamientos diferentes, me guió hasta el mayordomo de Ceoris, un anciano llamado Haru. De aspecto apergaminado y legañoso, el mortal debía tener unos ochenta o noventa años, una hazaña casi imposible sin una intervención mágica de algún tipo. Su melena tenía un color blanco como la nieve, llegando hasta la altura de los hombros. Además, mostraba amplias entradas a la altura de la frente. Sus pobladas cejas blancas enmarcaban sus ojos castaños. No había parte de su rostro que no estuviese surcado por profundas arrugas. Su nariz era grande y ganchuda, y pequeños pelillos sobresalían de su perilla. El anciano tardó en comprender mi pregunta y, cuando lo hizo, volvió a preguntarme cuáles eran los nombres de mis criados. Sintiendo piedad por su situación, me armé de paciencia y se los repetí despacio una vez más. Esta vez recordó el nombre de Lushkar, diciéndome que lo habían llevado a la sala del reposo, una cámara destinada a los heridos y enfermos, donde podrían recuperar su salud. El mayordomo me guió con paso lento e inseguro hasta el piso inmediatamente inferior a la planta baja y, desde allí, a una cámara concreta. La mayoría de los sirvientes se mostraron sorprendidos al ver a un magus caminando por los pasillos dedicados al servicio y se apartaban de nuestro paso sumisos e intentando no llamar la atención.

Cuando entré en dicha cámara, pude apreciar que Lushkar era su único ocupante. Estaba tendido en el suelo, en un pequeño jergón de paja y cubierto con una manta. Seguía descansando inconsciente, pero me juré que esa situación iba a cambiar muy pronto. Me acerqué a su lado y abrí el odre. Luego, le obligué a beber despacio todo su contenido. Aparté el odre vacío y le susurré una y otra vez las mismas palabras.

-La sangre es poder-, le dije. Úsala para curar tus heridas. Cúrate a tí mismo, Lushkar.

Al principio no pareció haber respuesta alguna a mis palabras, pero, pasados unos minutos, su tez perdió una pizca de la palidez que había estado siempre presente en él desde nuestro desafortunado encuentro con los licántropos en Praga. Algunos cortes y pequeñas cicatrices de su cara comenzaron a cicatrizar despacio, desapareciendo unas, mejorando otras. Lushkar parpadeó y, finalmente, abrió los ojos de nuevo, volviendo en sí con cierta inseguridad. Me alegré sinceramente de tenerlo entre los vivos. En su ausencia, Derlush había hecho un trabajo extraordinario, pero no podía evitar sentir un verdadero afecto por mi primer criado. Le expliqué que ya no estábamos en Praga, sino en la capilla de Ceoris, situada en los Alpes Transilvanos, y que habían pasado meses desde que cayera herido durante el combate con los licántropos. Lushkar intentó incorporarse, queriendo volver a ponerse inmediatamente a mi servicio de nuevo. Antes de que me diese tiempo a detenerlo, su rostro mostraba ya señales de dolor ante el esfuerzo. No necesité usar mucha fuerza para contenerlo y, con voz severa,  le ordené que descansase en la sala hasta que lo hiciese llamar para incorporarse a mi servicio. Obedeció de inmediato, abandonando todo intento por sentarse siquiera en el jergón de paja. Por último, le expliqué que en ese momento tenía asuntos muy importantes a los que hacer frente, pero que regresaría durante las próximas noches para vigilar su reposo. Por tanto, debía descansar y no responder a ninguna pregunta sobre nosotros o nuestras actividades que le hiciesen otros señores o criados de la capilla de Ceoris.

Quedaba poca noche ya que pudiese utilizar para mis propósitos, así que subí a la segunda planta con paso rápido, entrando de nuevo en la gran biblioteca. Como esperaba, el Maese Bibliotecario Celestyn estaba allí sentado en una de las mesas, dando instrucciones a sus ayudantes. Cuando hice ademán de acercarme para hablar con él, los despidió con unas últimas palabras y se volvió hacia mí para ver qué deseaba. Le expliqué que necesitaba su ayuda para hallar respuestas a un oscuro enigma que había descubierto recientemente, pero que no sólo requería de su sabiduría sino también de su discreción, por lo que estaba dispuesto a recompensar su paciencia ofreciéndole un favor que podría cobrar cuando gustase. Aquello lo divirtió sobremanera y me aseguró que todos nosotros le hacíamos las mismas peticiones en términos increíblemente similares. Luego, me preguntó sin rodeos cuál era el enigma en cuyos secretos estaba tan interesado. Le respondí una sola palabra con un susurro: Kupala. El buen humor del que había hecho gala Celestyn hasta ese momento desapareció de inmediato y su rostro adoptó un gesto serio... y nervioso. Me preguntó el motivo por el que estaba interesado en ese nombre. Le expliqué que me había encontrado con un culto suyo liderado por un Cainita en un pueblo llamado Satles, contándole todas las atrocidades que sus adoradores habían cometido en su nombre. Estaba claro que aquel ser era un demonio, una entidad astral de los planos inferiores. Por lo tanto, necesitaba conocer toda la información disponible sobre él para combatir sus inmundas actividades si nuestros caminos se cruzaban de nuevo. Celestyn dudó durante largo tiempo, permaneciendo callado y pensativo. Cuando creí que su respuesta sería una negativa, me sorprendió aceptando mi propuesta y me recomendó una serie de libros sobre infernalismo. Anotó con extrema pulcritud los títulos en un trozo de pergamino y me pidió que se los devolviese antes de marcharme de Ceoris.

Regresé a mis aposentos inmediatamente después de mi visita a la gran biblioteca. Pese a mis fracasos en el Salón del Consejo, al menos había recuperado a Lushkar y, aunque tardase varias noches en obtener información valiosa de los libros recomendados por el Maese Bibliotecario, no dudaba que me serían de gran ayuda. Al fin y al cabo, aunque el Consejo de Ceoris hubiese tomado una decisión, podía adoptar otra con los incentivos adecuados. Tenía varias noches por delante para usar todos mis recursos, mas iba conseguir que me volviesen a enviar a mi querida Balgrad de un modo u otro.

viernes, 10 de agosto de 2012

C. DE T. 1 - 61: LAS CRIPTAS


Me pasé la mayor parte del resto de la noche encerrado dentro de los muros de la gran biblioteca de la capilla. Estaba malhumorado y me costaba concentrarme en la lectura que tenía entre manos, pero poco a poco logré evadirme de la frustración que sentía ante el fracaso de la reunión. La cólera dio paso a la curiosidad académica. Por fortuna, había encontrado el libro que había consultado durante la noche anterior en el mismo lugar en el que lo había dejado. En el pasado nunca había centrado mis estudios en la demonología, por lo que me estaba adentrando en un terreno completamente nuevo para mí. El autor de la obra deseaba conservar el anonimato, aunque por la estructura y la forma del contenido del libro era fácil suponer que había recibido una instrucción hermética. Rechazando los dogmas cristianos, por considerarlos bastardos, el autor explicaba la naturaleza de los reinos celestiales e infernales, así como de la compleja jerarquía de los seres que habitaban esos planes astrales. Hasta donde pude leer, no hallé ninguna referencia a la entidad conocida como Kupala, mas sí pude encontrar escasas anotaciones aludiendo a recetas mágicas usadas para mantener a raya a las entidades conocidas vulgarmente como "infernales", "diablos" o "demonios"

El criado llamado Marcus interrumpió mi lectura para advertirme que el Consejo de Ceoris requería mi presencia de nuevo. Asentí, despidiéndolo con un gesto y luego, una vez que volví a estar solo, escondí el libro en otra parte distinta con la esperanza de volver a consultarlo posteriormente. A continuación, descendí de nuevo a la planta baja y volví a entrar en el Salón del Consejo. Los sillones ocupados antes por Malgorzata y Epistatia estaban ahora vacíos y sus ocupantes no se hallaban en la sala. Preocupado por el significado que me reservaba su ausencia, hice la debida reverencia ante los presentes. Fue el Consejero Etrius el que tomó la palabra. Me informó que el Consejo de Ceoris había adoptado la decisión unánime de permitirme descansar dos semanas más en la capilla, para luego enviarme a una importante misión que me sería explicada en su momento.

-La voluntad de la Casa Tremere es mi voluntad-, respondí saboreando por primera vez una amargura desconocida que no me permití traslucir ante Etrius y sus serviles lacayos.

Salí del Consejo de Ceoris sin saber muy bien a dónde me encaminaban mis pasos. Había cogido gran afecto a la ciudad que había tomado como principado y necesitaba reordenar mis pensamientos. No obstante, Curaferrum se acercó a mí. Me explicó con amabilidad, falsa amabilidad, que si deseaba alimentarme me guiaría a las criptas de la capilla con mucho gusto. Mi sed de sangre todavía era débil, mas, ahora que estábamos a salvo en una capilla de la Casa Tremere, me propuse reunir la sangre suficiente para curar las heridas de mi buen Lushkar. Así pues, acepté la oferta del Castellano y juntos descendimos a las plantas subterráneas de la capilla.

En el primer piso se hallaban los aposentos de los criados y siervos que atendían todas las necesidades mundanas de la capilla, así como una lavandería y un pozo de desechos. En el siguiente piso, cuyo olor podría haber espantado incluso a las peores alimañas existentes sobre la faz de la tierra, se encontraban los aposentos de los siervos encargados de recoger las basuras e inmundicias de los mortales para descargarlas en un estrecho túnel conocido como el "culo de Ceoris". Ese pequeño corredor en la roca descargaba los desperdicios en un agujero oculto en el foso que rodea a la capilla. En ese mismo piso era dónde se hallaba la entrada de la Cueva del Vis, donde acudía mi sire Jervais, en su cargo de Cosechador de Vis de la capilla, para recoger esta energía mágica que aparecía en la forma de depósitos cristalinos sobre un lecho de agua subterránea. Todos los magi mortales necesitaban vis para obrar sus conjuros con más facilidad o con mayor potencia, por lo que esa cueva seguía conservando su importancia a pesar de los cambios obrados en nuestra Casa a raíz de la secreta entrada de la maldición de Caín en nuestras filas.

Sin embargo, Curaferrum se detuvo en un tramo del pasillo de paredes formadas por sillarejos de piedra y apretó en un punto de la pared, lo que desveló una puerta secreta, oculta por medios mágicos, que conducía a unas escaleras que descendían a nuevas profundidades. Descendimos un piso más y entramos en un nuevo pasillo con más corredores y puertas. Había unas pocas antorchas aquí y allá, pero el lugar parecía envuelto en sombras. Se podían escuchar chillidos y gritos constantemente. Algunos parecía provenir de gargantas humanas, pero de los otros era mejor no conocer su procedencia. Curaferrum me indicó qué zonas de aquel terrible lugar eran los dominios de Virstania, a la que llamadan mordazmente la "madre de las Gárgolas". El Castellano me explicó que era preferible evitar sus dominios, porque sus criaturas no estaban completamente domesticadas.

Nos acercamos a una de las puertas, de la que procedía un fuerte olor a orina y heces. El Castellano encontró fácilmente la llave correcta y abrió la puerta. Al otro lado había una veintena de personas desnudas y encadenadas, desnutridas y maltratadas más allá de toda imaginación. Su visión me horrorizó por completo. No pude evitar comparar su estado con el de las mujeres presas en las cuevas de Satles por los seguidores de Kupala. Curaferrum debió percibir mi espanto, porque intentó tranquilizar mi conciencia argumentando que aquellos eran criminales y tullidos, hombres y mujeres cuyas faltas les habían condenado a este lugar. Durante unos instantes, pensé en negarme a hacerlo, pero iba a estar al menos dos semanas en Ceoris y tarde o temprano necesitaría alimentarme. Además, debía pensar en Lushkar. Su vida dependía de que le proporcionase la sangre suficiente para curar sus heridas más graves. Haciendo acopio de valor, entré en aquella celda. Cuando di mis primeros pasos, algunos de esos desgraciados intentaron acercarse a mí suplicándome con voces apagadas que les concediese el regalo de la muerte. No obstante, no me sentí con fuerzas para acceder a sus ruegos y bebí con cuidado la sangre de dos de ellos sin matarlos en el proceso. Después me incorporé asqueado. Curaferrum no había dejado de observarme todo el tiempo, tomando buena nota de mis dudas y recelos para aprovecharlos quizás en el futuro, quizás en uno demasiado cercano para mi gusto.

Cuando abandoné la celda, el Castellano de Ceoris me señaló un pasillo al que nunca debía intentar acceder ,por recomendación de Virstania, y otro más que me estaba expresamente prohibido por orden del Consejero Etrius. No había antorchas iluminando ese último corredor, por lo que permanecía completamente envuelto en sombras. Sentí un fuerte escalofrío. ¿Conduciría a los aposentos personales en los que dormía su sueño el gran maestre Tremere? No me atreví a formular en voz alta esa pregunta, no en aquel lugar, y Curaferrum no parecía dispuesto a dar más explicaciones. Así pues, deshicimos el camino para regresar a las plantas superiores. Debo confesar que sentí un inusitado alivio cuando dejamos atrás aquel corredor envuelto en amenazadoras tinieblas.