viernes, 28 de febrero de 2014

BC 4: ÁNGELES OSCUROS


"Llegado este momento, me avergüenza confesar que el Imperio no necesitó disparar ningún arma para conquistar Caliban. En lugar de presentar abiertamente sus verdaderas intenciones, vino a nosotros con palabras amables y fraternales. La generación de mis abuelos, tan extasiada como estaba por el fin del reinado de terror de las grandes bestias, le dio la bienvenida con los brazos abiertos, sin tan siquiera sospechar el rostro de la tiranía que iba a tratar de adueñarse para siempre de sus vidas.
Los primeros en llegar fueron los Astartes de la I Legión, conocida como los Ángeles Oscuros. Causaron una gran conmoción entre los habitantes de Caliban, poco acostumbrados a contemplar a gigantes de armaduras negras que viajaban en naves voladoras. Los viejos mitos habían demostrado ser veraces y nuestro pueblo se disponía a reunirse con sus hermanos de las estrellas. Aunque fingieron tener intenciones pacíficas, estos extranjeros se reunieron en secreto con Lion El'Johnson para comunicarle un mensaje privado que traían solo para él.
Nunca se supo qué temas se trataron en aquella reunión, pero al finalizar la misma el Supremo Gran Maestre anunció que vivíamos días verdaderamente gozosos. Nuestro largo aislamiento había terminado y, desde ese momento en adelante, nuestro planeta formaría parte del Imperio de la Humanidad ahora que la Vieja Noche estaba tocando a su fin. Es más, Lion anunció que el mismo Emperador iba a visitar Caliban en unas pocas semanas para reunirse con su hijo genético perdido: el propio Lion, casualmente. Mis abuelos y sus contemporáneos no entendieron todas las implicaciones de estas palabras, pero se sintieron orgullosos por acoger a tan insigne gobernante y se esforzaron por darle una calurosa bienvenida.
Entretanto, los imperiales aprovecharon muy bien ese tiempo para deslumbrarnos con las maravillas que traían consigo. Junto a los Ángeles Oscuros, llegaron humanos normales: apotecarios que podían sanar las heridas más graves y enfermedades para las que no existía ninguna cura, tecnosacerdotes que usaron grandes máquinas para desforestar y allanar el terreno donde aterrizaría el Emperador de Terra, demagogos, que se mezclaron con las multitudes para explicar los brillantes logros del Imperio de la Humanidad, artistas llegados para inmortalizar este importante suceso y un largo etcétera.
En el transcurso de esos ajetreados días, Lion El'Johnson reunió el Consejo de Grandes Maestros de la Orden, donde, tras unas breves deliberaciones, se produjo otro importante anuncio: todos los miembros y posesiones de la Orden se integrarían en la estructura militar de la I Legión, para contribuir en la Gran Cruzada que se libraba en centenares de campos de batalla en la galaxia con el objeto de liberar a los humanos esclavizados por peligrosos alienígenas y reunir de nuevo todos los mundos de la humanidad. A partir de ese momento, los reclutas y aspirantes más jóvenes de la Orden obtuvieron permiso para tratar de superar las severas pruebas de ingreso de los Ángeles Oscuros. Miles lo intentaron, pero apenas unas pocas decenas de voluntarios consiguieron alcanzar su nuevo sueño.
Finalmente, llegó el día en que el mismo Emperador visitó Caliban. Los habitantes de nuestro planeta nunca olvidaron aquel momento. Una muchedumbre de cientos de miles de personas entusiasmadas llegaron desde todos los rincones de Caliban. Mis abuelos maternos contaron emocionados a sus hijos, y luego a sus nietos, todos los detalles de ese día. Las banderas de las familias nobles calibanitas ondearon orgullosas al viento junto a los estandartes imperiales. Los Astartes desfilaron con sus armaduras con una precisión extraordinaria frente a un público atónito. Los líderes imperiales, sentados en las gradas junto a los nobles calibanitas, se pusieron en pie cuando llegó la lanzadera del Emperador. Mis abuelos siempre lloraban de impotencia en este punto de la historia, incapaces de describir con palabras el físico perfecto del autoproclamado Señor de la Humanidad o el aura dorada y supuestamente benévola que desprendía todo su ser."

El prisionero dejó de leer en ese punto, aquejado por un repentino dolor de cabeza. Tuvo la sensación de que una pequeña astilla de hielo se movía justo por detrás del ojo izquierdo, en el interior de su cabeza, provocando oleadas de dolor al resto del cerebro. Cerró los ojos y apretó los dientes entre maldiciones, gruñendo como un animal acorralado. El dolor sensibilizó tanto sus sentidos que podía sentir cada doloroso latido de sus dos corazones.

Finalmente, la agonía que sentía fue remitiendo poco a poco, tan misteriosamente como había aparecido, dejando tan solo una pequeña palpitación que se volvía más débil con cada nuevo latido de sus corazones. "¿Qué me ha pasado?", se preguntó sorprendido. Se puso en pie con dificultad, dejando que el libro cayese torpemente al suelo. A continuación se asomó por el pasillo. No había entrado nadie. Queriendo asegurarse, caminó torpemente hacia la solitaria puerta, la abrió con rapidez y echó un vistazo al pasillo central que conducía a la sala de máquinas. Allí tampoco había nadie.

"¿Me estaré volviendo loco?", se preguntó en silencio mientras cerraba la pesada puerta. Todavía receloso, estuvo esperando unos minutos en silencio, mirándola fijamente. No escuchó ningún ruido extraño que no fuese el producido por los espíritus-máquina del navío o los líquidos que recorrían las tuberías el pasillo en el que estaba escondido. Finalmente, volvió sobre sus pasos y recogió el libro abierto que había dejado indignamente en el suelo. Siguió leyendo allí mismo, de pie, vigilando constantemente la puerta cada pocas líneas.

"Cuando el Emperador abandonó Caliban, sus esclavos se pusieron rápidamente manos a la obra para adaptar nuestro planeta a los designios de su Imperio, con el permiso expreso del propio Lion El'Johnson. Inmensos espacios boscosos fueron desforestados para construir las grandes minas, refinerías y complejos fábriles que cubrirían las necesidades logísticas de la I Legión. La mayor parte de la población calibanita fue realojada en asentamientos conocidos como arcalogías, ciudades colmena en su fase I, para cubrir las necesidades de mano de obra de la nueva industria militar bajo la dirección de estrictos funcionarios imperiales.
Nuestros nuevos amos establecieron prolongadas jornadas de trabajo, remuneraciones salariales precarias y un ritmo de vida que supuso la lenta aniquilación de toda nuestra cultura. La arcaica lengua gótica procedente de Terra fue sustituyendo paulatinamente nuestro bello idioma en la mayoría de las actividades diarias. Las leyes de nuestros conquistadores prohibieron los cultos y las organizaciones religiosas, ya que la Verdad Imperial consideraba que las religiones lastraban el desarrollo humano con supersticiones peligrosas. Curiosamente, esas mismas leyes permitían a los tecnosacerdotes practicar en público sus creencias, en virtud de un viejo tratado firmado por el Emperador y el Adeptus Mechanicus de Marte.
Los imperiales compraron la buena voluntad de las familias nobles calibanitas que tratasen de mejorar su situación traicionando en el proceso a sus compatriotas, al mismo tiempo que dejaron languidecer económicamente a los nobles más tradicionalistas y, por tanto, menos serviles.
Asimismo, las viejas órdenes de caballería fueron integradas en un solo cuerpo policial que, de ahora en adelante, tendría como única responsabilidad vigilar el estricto cumplimiento de la ley imperial. Los caballeros opuestos a estas medidas simplemente fueron expulsados, viéndose obligados a regresar a sus tierras familiares o buscar trabajo en las nuevas arcalogías.
Los funcionarios imperiales también crearon un ejército de autodefensa planetaria, los Jaegers Calibanitas, cuyos regimientos contribuirían en la defensa de Caliban o se integrarían en la estructura de mando del inmenso Ejército Imperial, que libraba cientos de campañas militares en esos momentos por toda la galaxia. Sin embargo, a pesar de lo que decía la propaganda, pusieron al frente de sus regimientos y compañías a oficiales imperiales que no procedían de nuestro planeta.
Los propios calibanitas se vieron demasiado sorprendidos por la rapidez y la magnitud de los acontecimientos como para ejercer algún tipo de resistencia útil. Muchos se sintieron traicionados, pero se resignaron pragmáticamente a su destino, creyendo que era imposible desafiar el poder militar del Imperio de la Humanidad. Unos pocos se organizaron, preparando las semillas de la resistencia y organizándose en pequeños grupos de personas de igual opinión. El resto, la abrumadora mayoría, simplemente prefirió negar la realidad que tenían ante sus mismos ojos, haciendo suyas las ideas de los nuevos amos de Caliban.
Incluso los héroes de la Orden cayeron en esa trampa. Los mejores se unieron a las filas de la I Legión y, una vez superados el proceso de intervención genética y la instrucción militar, se convirtieron en Astartes. El mismo Luther tomó ese camino, aunque tenía una edad demasiado avanzada para recibir los beneficios de la semilla genética. Los tecnosacerdotes tuvieron que potenciar su cuerpo con otros costosos tratamientos alquímicos, que le confirieron unas capacidades físicas únicamente inferiores a las que poseería un verdadero Astartes.
Por su parte, cuando Lion El'Johnson descubrió que tan sólo era uno de los dieciocho hijos genéticos del Emperador, aceptó rápidamente su papel de Primarca de los Ángeles Oscuros y condujo a las huestes de la I Legión a una ambiciosa campaña de nuevas conquistas en la Gran Cruzada, que le permitiese obtener un prestigio similar al de sus hermanos. El genio estratégico de Lion y las armas de los Ángeles Oscuros ayudaron a conquistar decenas de planetas, esclavizando a sus habitantes y oprimiendo civilizaciones enteras en nombre del Emperador."



miércoles, 26 de febrero de 2014

SACRIFICA-SU-PROPIO-OJO (6 - 4)

Algún reino de la Umbra Media

El monótono paisaje de colina tras colina no cambió ni un ápice a medida que se internaron más en aquel reino umbral, al igual que la intensidad de los gritos. Ni siquiera el coro de un millar de miles de gritos podrían producir unos sonidos semejantes, tan aterradores y espeluznantes. A veces incluso se asemejaban a los truenos que azotaban un cielo tormentoso. Tampoco percibieron cambios en la intensidad de los nauseabundos olores que impregnaban el reino. El único cambio real que descubrieron era que a veces la llovizna de agua sucia se convertía en un pequeño aguacero y otras veces no era más que una cortina de gotas menudas y dispersas.

Sin embargo, el lugar no carecía de habitantes. Las Cinco Garras de Gaia descubrieron muy pronto esa horrible verdad, aunque tardaron un tiempo en atar todos los cabos. Fueron testigos de toda clase de torturas y vejaciones cometidas por la humanidad contra miembros de su propia especie. Torturadores, violadores, asesinos y monstruos con piel humana se cebaban una y otra vez con sus víctimas indefensas, en una especie versión retorcida del mismísimo infierno, donde los inocentes eran castigados a manos de sus propios verdugos.

La lista de atrocidades de las que estaban siendo testigos siguió creciendo. Aquí dos sádicos militares ingleses vestidos con uniformes del siglo diecinueve estaban torturando a un irlandés católico con la excusa de obtener una confesión de sus crímenes, allí un sacerdote  bajito, babilonio o asirio, Lars no pudo determinar su origen con total certeza, abría violentamente las vísceras de un joven maniatado para tratar de discernir el futuro, y más lejos aún, un mecánico ruso golpeaba y violaba con total impunidad a una niña pequeña que había tenido la desgracia de caer en sus manos.

Por supuesto, ni él ni sus hermanos de manada permanecieron impasibles. Crow y Raimorantha destrozaron a los soldados ingleses, mientras Canción-Oculta y Susurros-del-Pasado liberaban a la niña de su terrible destino. Por su parte, Faruq y él mismo cargaron contra el sacerdote, que no fue consciente de su presencia hasta que cayeron sobre él, lo apartaron de su víctima y desgarraron frenéticamente su cuerpo. Su enemigo apenas pudo hacer otra cosa que gritar, uniéndose al coro de aullidos de dolor de aquel reino maligno, hasta que su voz se acalló violentamente.

En un arrebato de inspiración, la mente de Lars se aclaró lo bastante para percatarse de un hecho: el cuerpo del sacerdote no estaba hecho de carne y sangre como el de cualquier ser vivo, sino de una sustancia de aspecto semitraslúcido que se diluía lentamente ante sus ojos. "¡Emanaciones!", se dijo a sí mismo. "Tenía que haberme dado cuenta antes". El Theurge se volvió y observó a Faruq, que había adoptado la forma homínida, intentar volver a meter las entrañas del hombre dentro su vientre.

-¡Ayúdame Lars!-, gritó el Ragabash desesperado y con los ojos cubiertos de lágrimas.

A pesar de que sabía que sus esfuerzos estaban condenados al fracaso, corrió para ayudarlo como pudiese. El hombre se sacudía de dolor, gritando con todas sus fuerzas. Lars lo inmovilizó mientras Faruq hacía el resto del trabajo. Todo fue en vano. Con un último chillido de agonía, el hombre murió entre sus brazos sin que ninguno de los dos hubiesen podido evitarlo.

-¡Mierda!-, gritó el Caminante Silencioso. -¿Pero qué está pasando aquí, joder?

-No podíamos salvarlo, Faruq. Ya estaba muerto.

-¿Quieres decir que era un fantasma?-, preguntó mientras aclaraba sus ideas.

Su hermano de manada había dado en el clavo. En la nación Garou, existían numerosos rumores de que los Caminantes Silenciosos estaban ligados al reino de la muerte y que frecuentaban la compañía de las almas de los difuntos. Lars intuía ahora que esos rumores podían estar en lo cierto.

-Tú los llamas fantasmas, yo Emanaciones. Usa el nombre que prefieras, pero estoy seguro de que estos dos llevaban muertos desde hace algunos milenios. ¡Vamos! Busquemos a los demás y reunamos a la manada.

Faruq asintió sin protestar. Minutos más tarde encontraron a los demás. Ninguno había tenido dificultades para poner fin a los ultrajes que se estaban cometiendo. Sin embargo, las víctimas habían muerto o desaparecido, al igual que los cadáveres de sus torturadores. En cualquier caso, todos los Garou estaban frustrados y furiosos.

-¿Estamos en el reino del Wyrm?-, preguntó Crow entre fuertes gruñidos. Se refería a Malfeas, por supuesto, pero ni siquiera un Ahroun presa de la rabia como él se atrevió a pronunciar ese nombre en voz alta.

-Creo que no-, intervino Lars intentando conferir a su voz más seguridad de la que sentía realmente. -No hay duda de que este lugar está corrompido por el Wyrm, pero no creo que estemos en su propio reino.

-Estoy de acuerdo-, le apoyó Canción-Oculta. -Si son ciertas la mitad de las historias que oído de ese terrible lugar, hubiésemos sabido con seguridad y desde el principio que estábamos allí.

-El Ojo del Kraken no marca ninguna dirección, así que tendremos que explorar más este... lugar y averiguar por qué el Gran Uktena nos ha traído aquí. Sospecho que nos encontramos en otro reino de la Umbra Media, uno parecido al Campo de Batalla.

-No-, negó Canción-Oculta. -Este sitio es distinto. ¿No lo notáis? Aquí no hay combates. Sólo víctimas y verdugos y dolor, mucho dolor. El sufrimiento es casi... palpable.

-Ninguna de las historias que he oído hablaban de un lugar así-, manifestó con aparente frialdad Susurros-del-Pasado.

-Lars cree que son fantasmas-, se chivó Faruq de pronto. -No me parece que estemos en el reino de los muertos, pero puede que tenga razón.

-Es únicamente una suposición-, respondió el Theurge a la defensiva cuando todas las miradas se posaron en él. -Y no dije fantasmas. Dije Emanaciones. Sombras de los vivos. El mismo tipo de espíritus que vimos en el Campo de Batalla.

-¿Entonces hemos salvado a los espíritus torturados?-, preguntó ansioso Canción-Oculta.

-No hay forma de saberlo por ahora, pero sospecho que no.

-Si tienes razón-, empezó a decir Susurros-del-Pasado, -no merece la pena que nos esforcemos por salvar a las víctimas.

-¡Estás loco!-, exclamó enfadado Canción-Oculta. -¡No podemos quedarnos de brazos cruzados como si no estuviese pasando nada!

-Puede que nuestra compasión sea nuestro peor enemigo en este reino, alfa de las Cinco-Garras-de-Gaia-, respondió el Señor de la Sombra intentando parecer tranquilo. Todos fueron bien conscientes de que el Galliard le recordaba su cargo a Canción-Oculta con el objeto de que pensase no sólo en el bienestar de las Emanaciones, sino en el de toda la manada.

-¡Susurros-del-Pasado tiene razón!-, ladró de repente Raimorantha. -Están muertos. No se puede salvar a los muertos.

-Estáis equivocados, terriblemente equivocados-, respondió Canción-Oculta. -Gaia nos creó precisamente para combatir estos crímenes.

-¿Pero no nos había creado para combatir el Wyrm?-, preguntó Faruq recuperando su papel de Ragabash.

-El Wyrm se hace fuerte con estos crímenes. Si los combatimos, ayudaremos a derrotarlo.

-Palabras humanas-, gruñó Raimorantha con desprecio.

-Soy el alfa-, respondió Canción-Oculta. -Según la Letanía podría obligaros a todos a someteros a mi juicio, pero no lo haré. Nunca lo he hecho porque debemos aprender de los errores de nuestros antepasados. Tenemos que demostrar que somos mejores que ellos. Decidamos entre todos la decisión que tomará nuestra manada. Ya conocéis mi opinión. Lars, ¿tú que dices?

El Fenris observó con su único ojo sano al Colmillo Plateado. Sabía que su respuesta tendría un gran peso en la decisión de sus hermanos de manada. Canción-Oculta era el alfa y hablaba con el alma de un auténtico Philodox. Ninguno de ellos dudaba que no fuese a tomar la decisión más justa, pero Lars era un Theurge. Era el Garou presente con más conocimientos acerca de la Umbra y sus habitantes. Si decidía que la mejor decisión para continuar la búsqueda espiritual del Gran Uktena era abandonar a las víctimas a su suerte, el resto lo tendría en cuenta. El problema era que no sabía cuál era la respuesta correcta y el peso de la responsabilidad cayó sobre él como un jarro de agua fría. Al final, tras un largo minuto reflexionando, no pudo demorar su decisión por más tiempo.

-Por mucho que me duela reconocerlo, creo que debemos comportarnos como hicimos en el Campo de Batalla. Movernos sigilosamente por el reino y observarlo todo, sin intervenir para salvar a las víctimas-, lo había dicho, aunque eso no hizo que se sintiese mejor.

-.-

La manada continuó avanzando entre los montículos, descubriendo nuevos crímenes tortuosos que casi quebraron su determinación a ceñirse únicamente al papel de simples testigos. Contemplaron con horror cómo unos soldados estadounidenses violaban y masacraban a los habitantes indefensos de una pequeña aldea vietnamita sin nombre. Incluso esos terribles crímenes se vieron rápidamente igualados cuando descubrieron a un  sacerdote católico aplicar sus herramientas de tortura para convertir en una pulpa sangrienta los pies y las manos de una anciana destrozada, cuya piel mostraba con claridad marcas de haber sufrido los tormentos del fuego, o cuando se encontraron con un médico de la SS "cosiendo" sin anestesia la piel y los músculos de dos niños gemelos y demacrados, uniéndolos para siempre en un grotesco ser.

No obstante, la determinación de los Garou no quedó sin recompensa, ya que también descubrieron una Perdición solitaria contemplando extasiada cómo un policía japonés le daba una paliza a un vagabundo. Lars casi podría haber jurado que ese ser inmundo estaba disfrutando al contemplar la agonía de las víctimas. Y había allí algo más. Parecía que se estaba volviendo más corpórea. Sin embargo, no pudo averiguar nada más, ya que Crow y Raimorantha eligieron ese preciso instante para transformarse en Crinos y destrozar a la Perdición sin que tuviese posibilidad alguna de escapar.

-¡Estúpidos!-, ladró Faruq. -Habíamos acordado no intervenir.

-Era un siervo del Wyrm-, se defendió Crow. -Seguro que su destrucción...

-Su destrucción no impedirá nada-, les interrumpió Lars mientras señalaba a las emanaciones con la mano derecha. -¡Mirad!

El policía, cansado de golpear al mendigo con su porra extensible, vació sobre su víctima el contenido de una botella de licor que había aparecido de repente en el suelo, como si siempre hubiese estado allí. A continuación, mientras el vagabundo se arrastraba lentamente en un vano intento de alejarse entre gemidos y lloros, el sonriente policía sacó una caja de cerillas y, sin decir ni una palabra, arrojó una cerrilla ardiente sobre la espalda del mendigo, prendiéndolo en llamas en el acto.

Abatido, Canción-Oculta llamó a los dos Ahroun y los obligó a alejarse de los aullidos moribundos del mendigo. Todos los Garou de las Cinco-Garras-de-Gaia sentían la intensa tentación de intervenir, pero habían descubierto para su pesar que en ese reino sus actos no podían salvar a las víctimas de su cruel destino. Era una lección amarga y difícil de digerir, pero debían aprender a aceptarlo si querían avanzar en su búsqueda espiritual.

-Tenías razón-, le dijo al alfa de su manada.

-¿En qué?-, quiso saber Susurros-del-Pasado cuando vio que Canción-Oculta permanecía en silencio.

-Al decir que el Wyrm se fortalece con estos crímenes-, le explicó el Theurge. -Creo que la Perdición se estaba alimentando del sufrimiento espiritual de las emanaciones. Debemos avanzar con cuidado. Estoy seguro de que habrá más espíritus malvados por aquí, alimentándose del dolor y la desesperación provocados por la humanidad contra sí misma.

-¿Crees que era eso lo que quería enseñarnos el Gran Uktena?-, preguntó Crow visiblemente incómodo al comprender de pronto lo que les estaba explicando el Theurge. Impedir que la humanidad se dañase a sí misma para que sus crímenes no fortaleciesen a las criaturas del Wyrm parecía una hazaña que ni siquiera los grandes Ahroun podrían completar con éxito.

-Lo dudo-, respondió Lars tras observar la superficie oscurecida del Ojo del Kraken. -Todavía nos quedan más lecciones por aprender.

martes, 25 de febrero de 2014

BC 3: CALIBAN


El prisionero echó una última mirada desconfiada a la oscura entrada del pasillo. La única iluminación la proporcionaba un lumen rojizo que parpadeaba a intervalos regulares. Gruesas tuberías recorrían la pared de izquierda a derecha y gran parte del techo, llevando las sustancias que nutrirían al espíritu-máquina que gobernaba en esa parte de la nave espacial. La única puerta de acceso se veía borrosa debido a las constantes nubes de vapor caliente, que despedían grietas minúsculas en la superficie de las tuberías.

Era una ratonera, lo sabía muy bien, pero necesitaba un lugar seguro donde poder leer el libro que le había dado Nodius y planear su siguiente movimiento. Esperaba que sus captores no advirtiesen de momento su ausencia en la celda donde lo habían confinado y que, una vez que lo hicieran, no se les ocurriese buscar en aquel lugar, tan cerca de la sala de máquinas y de las entrañas de la nave espacial. Probablemente no. Probablemente lo buscarían al principio en las cubiertas superiores, o en las escotillas de entrada y salida, o incluso en las bodegas. Eso le daba cierto margen de tiempo. Al menos, eso es lo que esperaba.

A decir verdad, le hubiera gustado esconderse en las profundidades de la misma sala de máquinas, pero había descubierto, para su gran desazón, que esa sección estaba completamente sellada, a excepción de una única mampara de acceso con señales pintadas en su superficie metálica que prevenían contra algo llamado "fuego invisible". El prisionero ignoraba el significado exacto de esas palabras, pero decidió tomárselas con la mayor seriedad. No obstante, si volvía simplemente sobre sus pasos, se arriesgaría a ser descubierto por los tripulantes de la nave, por lo que había optado por buscar refugio en uno de los pasillos auxiliares dentro de la zona "segura".

Apoyando la espalda contra la pared, se dejó caer con cansancio hasta quedar sentado en el suelo, dejando el libro a su lado. Con ciertas dudas, alzó torpemente sus manos y sus dedos recorrieron despacio el cuero cabelludo. Pronto encontró lo que buscaba. Dos cicatrices de cuatro dedos de longitud que recorrían el lado izquierdo de su cráneo formando líneas paralelas y ligeramente combadas. Una tercera marca, más ancha que larga, cortaba ambas en el extremo más corto. Nodius le había dicho la verdad, al menos en ese aspecto.

Dejó que las manos cayesen sobre sus piernas y cerró los ojos. Sus dos corazones latían demasiado rápido. "¿Qué me han hecho?", se preguntó inútilmente. No obtuvo ninguna respuesta. No había conseguido ninguna las otras cien veces que lo había intentado. "¿Soy Quintus?", preguntó a las tuberías en voz baja. Tampoco así obtuvo respuestas. Con gran esfuerzo, el prisionero intentó tranquilizarse. La angustia sería mala consejera en una situación tan precaria como la suya. Poco a poco, logró moderar el ritmo de su respiración, ralentizando al mismo tiempo el poderoso batir de sus dos corazones.

Cuando se encontró mejor, abrió los ojos de nuevo y miró con suspicacia las tapas metálicas del libro que reposaba a su lado. Aunque nunca lo reconocería, ni siquiera a sí mismo, temía abrirlo y sumergirse en los dementes relatos de sus páginas."¿Podré hacerlo?", se preguntó tembloroso. Extendió su mano hacia él, pero la apartó sintiendo una repulsión inexplicable. El prisionero cerró los ojos de nuevo.

"Puedo hacerlo. Soy un Astartes, soy un Astartes", susurró a nadie en particular. Las palabras fueron lo bastante sólidas como para proporcionarle un asidero en la tormenta interior que agitaba sus sentimientos. "Soy un Astartes, soy un Astartes", repitió una y otra vez. Perdió la cuenta de cuántas veces más repitió aquellas mismas palabras, pero aquel mantra salvador resonó en lo más profundo de su ser. El prisionero sintió una sensación extraña, una añoranza por algo perdido que lo llenó de amargura y rabia. Con último suspiro, cogió el libro como si se tratase de una serpiente venenosa y lo abrió por la primera página, obligándose a ignorar la suavidad de la piel que servía de soporte al escrito de Nodius para descubrir la verdad:

"Una única palabra ha modelado nuestras vidas como el alfarero modela la arcilla fresca con sus expertas manos: Caliban. Ese es el funesto nombre que forjó nuestra suerte y nuestro destino. Caliban. Nunca podremos escapar de su alargada sombra. Nunca.
En algún momento de la Larga Noche, nuestros antepasados, los primeros colonos, llegaron a Caliban para fundar su propia utopía. No obstante, sus sueños se convirtieron en pesadillas cuando descubrieron que el boscoso planeta estaba infestado de peligrosos depredadores y horribles monstruos. Después de las primeras semanas, ya sólo quedaron las personas más fuertes, resistentes y capaces para prosperar en un entorno tan hostil para la vida humana.
No obstante, nuestros antepasados aprendieron a adaptarse, creando pequeños asentamientos y fortalezas por todo el planeta, aunque por el camino perdieron la mayor parte de sus valiosos conocimientos tecnológicos. Su sociedad involucionó en el proceso, dividiendo a la población entre campesinos y nobles guerreros que trataban de proteger a sus vasallos de las grandes bestias que acechaban en las sombras de nuestro mundo.
Con el tiempo, los nobles formaron a su vez órdenes de caballería amparadas en elevados ideales, que organizaban cacerías para batir los bosques y perseguían a monstruos que asolaban regiones enteras. Las órdenes también crearon sus propias fortalezas monasterio, donde descansaban sus guerreros y donde suplicantes y aspirantes se entrenaban sin descanso hasta el soñado día en que ellos mismos pudiesen ser nombrados caballeros.
Aunque existían infinitud de pequeñas creencias y supersticiones locales, nunca se desarrolló una religión dominante y organizada. Por un lado, el pueblo llano tenía fuertes creencias animistas, creyendo que los bosques estaban poblados por diversos espíritus menores, como los Vigilantes, que podían interferir de mil maneras en la vida diaria. De hecho, se decía que los únicos fanáticos que existían en aquellos días era un pequeño grupo de personas que sostenían que el inframundo consistía en un enorme laberinto que debían sortear las almas de los difuntos antes de poder reencarnarse de nuevo. Por su parte, las órdenes de caballería mantenían mantenían creencias más seculares y agnósticas, enfrentadas completamente a las creencias populares.
En aquellos tiempos, Terra tan sólo era un mito, un recuerdo fantasmal en nuestra inocente memoria, que hacía la vaga promesa de que, algún día, nos reuniríamos de nuevo con nuestros hermanos perdidos. Y así continuó inalterablemente la vida en Caliban durante incontables generaciones."

El prisionero hizo una pausa en su lectura. El relato no había despertado en él ningún recuerdo ni sensación familiar que le ayudase a descubrir su pasado. Frustrado, cerró los ojos, intentando imaginarse un mundo tan aterrador como el Caliban que describía Nodius: los interminables bosques sombríos, las pequeñas aldeas, la constante lucha por la supervivencia, los caballeros que arriesgaban sus vidas por el honor y la gloria de dar caza a las horribles bestias que se escondían en la oscuridad...


Su espíritu atormentado pudo imaginarse con facilidad lo que se le pedía. Abrió los ojos de nuevo y volvió a concentrarse en la lectura al amparo de la luz rojiza del único lumen del pasillo. En las siguientes líneas, Nodius ofrecía una descripción pormenorizada de la geografía de Caliban y de asentamientos humanos más importantes en aquellos difíciles tiempos. El prisionero no perdió su valioso tiempo con esos datos de interés puramente erudito y pasó de largo las hojas hasta que encontró una serie de párrafos que llamaron su atención.

"Tres sucesos cambiarían esto para siempre. El primero fue la fundación de una nueva y polémica orden de caballería, que se hacía llamar simplemente la Orden. Sus miembros creían que todos los hombres habían nacido iguales, por lo que reclutaban nuevos suplicantes y aspirantes en todos los estratos de la sociedad. Sus ideales despertaron animadversión y recelos, que acabaron culminando en una guerra abierta cuando los tradicionalistas entre los Caballeros del Cáliz Escarlata asediaron la fortaleza monasterio de la Orden en la montaña de Aldurukh, la Roca de la Eternidad. Aquel fue un suceso clave en las futuras tragedias, ya que la Orden consiguió romper el sitio y perseguir a los Caballeros del Cáliz Escarlata hasta exterminar hasta el último de ellos. A partir de ese momento, la Orden se convirtió en uno de los grupos de caballería mejor considerados y más poderosos de todo Caliban.
El segundo suceso fue la aparición de las dos figuras más importantes de la historia de Caliban en el mismo periodo cronológico. Una de ellas era Luther, el caballero más sabio, carismático y noble que hubiese engendrado la Orden. Todos sus camaradas de armas lo describían como un líder fuerte y capaz, un orador talentoso y un hombre con una visión extraordinaria. Todos sus maestros lo consideraban un gran héroe que algún día lograría alzarse con el título de Supremo Gran Maestre.
La historia de las gentes de Caliban hubiese sido bien diferente si Luther hubiese alcanzado tan noble destino, pero la suerte quiso que este noble caballero descubriese, durante una cacería, a un joven salvaje que vivía como un animal en los peligrosos bosques del norte. Se decía que era hermoso y fuerte, casi perfecto, aunque estuviese sucio y cubierto de barro. Tenía una larga melena  enmarañada y apelmazada, y unos ojos profundos que brillaban con una aguda inteligencia, aunque no pudiese pronunciar ninguna palabra. Nadie pudo explicarse cómo había lograr sobrevivir tanto tiempo abandonado simplemente a sus propios medios. Los caballeros de la Orden acordaron llamarlo Lion El'Johnson, León el Hijo del Bosque, y se lo llevaron con ellos de vuelta a la civilización, para que pudiese convivir con sus semejantes.
La noticia del descubrimiento causó una gran impresión entre las gentes. Mayor asombró aún provocaron los logros del propio Lion. En cuestión de días, asimiló las costumbres y el lenguaje humano. En unos pocos meses, su inteligencia era comparable a la de nuestros mejores sabios. Su cuerpo se desarrolló a la par que su inteligencia, hasta superar en tamaño y fuerza a los hombres más altos del planeta. También dominó las técnicas de combate y las prácticas de la caballería, consiguiendo ingresar  sin esfuerzo aparente en la Orden, donde ascendió rápidamente de rango. A pesar de que había eclipsado por completo sus propios logros, Luther y él trabaron una amistad insuperable, y sus hazañas combinadas inspiraron a cientos de jóvenes para unirse a la Orden, hasta el punto de que tuvieron que construirse nuevas fortalezas monasterio por todo el planeta.
Fue en este momento cuando Luther y Lion El'Johnson concibieron un plan tan osado como no se había visto nunca en Caliban. Tanto ellos como sus seguidores presionaron para iniciar una campaña sistemática con el fin de exterminar, región por región, a todas las bestias del planeta. Los hombres habían nacido para dominar la naturaleza, decían, no para esconderse de ella. Mientras Luther lograba el apoyo de otras órdenes de caballería, Lion planeaba cada una de las fases de la campaña. Fue así como empezó la gran cruzada contra las grandes bestias. Las cuidadosas planificaciones de estos dos líderes sugerían que podía lograrse semejante hazaña en un margen razonable de seis años, pero al final se necesitaron más de diez para superar todas las dificultades que se interpusieron en su camino.
Incontables caballeros murieron para alcanzar tan noble objetivo, hasta que sólo quedaron grandes bestias en los Bosques del Norte, en los territorios tradicionales de la orden de los Caballeros del Lobo, opuestos fanáticamente a la idea misma de la cruzada contra las grandes bestias. La guerra entre las dos órdenes fue, por tanto, inevitable. Finalmente, la Orden asedió y conquistó la última fortaleza de los Caballeros del Lobo, masacrando a todos sus miembros. A continuación, batieron los Bosques del Norte y exterminaron hasta la última de las grandes bestias. La campaña había sido larga y adversa, pero el triunfo de la Orden trajo consigo promesas de una nueva edad de oro para todos los habitantes de Caliban.
Las ambiciones de Lion El'Johnson se vieron recompensadas cuando los grandes maestres de la Orden le concedieron el título de Supremo Gran Maestre, confiriéndole un poder político y militar nunca visto hasta ese momento. Sólo unos pocos pudieron entrever los problemas que amenazaban el futuro de Caliban, mas no pudieron hacer otra cosa que convertirse en testigos forzosos de los trágicos hechos que habrían de suceder cuando el Imperio conquistó nuestro planeta."

martes, 18 de febrero de 2014

BC 2: LA BIBLIOTECA DE NODIUS


Siguió los pasos de la figura blindada a través de una docena de pasillos y corredores de paredes metálicas. Su captor no había vuelto a hablar, limitándose únicamente a guiarle por el camino correcto. Eso le dio tiempo para replantearse su situación en silencio. ¿Estaban jugando con él a alguna clase de juego o de verdad podría recuperar sus recuerdos en la supuesta biblioteca de Nodius? Y fuera cuál fuese la respuesta a esa pregunta, ¿qué podría hacer a continuación para cambiar su suerte?

Al menos estaba seguro de que se hallaban en una nave espacial, aunque también le parecía que se estaban alejando del murmullo constante de las grandes máquinas que lo había acompañado desde el primer momento que podía recordar. Curiosamente, todo estaba demasiado tranquilo. No se cruzaron con ningún otro habitante de la nave. Ese detalle acrecentó por completo su paranoia y creyó ver amenazas detrás de cada esquina u ocultas al amparo de todas las sombras.

Pasados unos largos minutos, entraron dentro del compartimento de un elevador y subieron varias cubiertas, hasta llegar a su destino. Intentó controlar su respiración. No se dio cuenta, pero estaba apretando los puños con tanta fuerza que había perdido la sensibilidad en los dedos. Cuando las puertas se abrieron finalmente con pequeños quejidos metálicos, las luces parpadeantes del único lumen del elevador iluminaron un pequeño pasillo cubierto de sombras que terminaba en dos sólidas puertas metálicas situadas una junto a la otra en el extremo opuesto del corredor, a tan solo unos seis u ocho metros de distancia del elevador. Nodius salió al pasillo con paso decidido y abrió sin esfuerzo ambas puertas. Tuvo que obligarse a seguirlo.

Para su gran sorpresa, llegaron a una sala bien iluminada de aspecto inofensivo, aunque con infinitud de pequeños detalles extravagantes o abiertamente grotescos. Sin duda, podría calificarse aquel lugar de espacioso, como si antaño hubiese sido un pequeño almacén que hubiese sido remodelado posteriormente para nuevos fines. Las paredes de la biblioteca estaban ocupadas por estanterías metálicas prácticamente vacías, con algunos escasos objetos dispersos aquí y allá, entre los que se contaban algunos mapas, cartas geográficas, placas de datos, armas de manufactura no humana y cuerpos embalsamados dispuestos en improvisados pedestales. Aquel sitio parecía un museo de lo bizarro más que una auténtica biblioteca.

Varias figuras se volvieron hacia ellos cuando entraron en la sala, interrumpiendo sus silenciosos quehaceres de lectura o escritura. La mayoría estaban reunidos en torno a dos robustas mesas metálicas, lo suficientemente grandes como para que las usasen varios gigantes como Nodius o él mismo. Hasta cinco de ellas estaban ataviadas con túnicas descoloridas con amplias capuchas sombrías y mangas alargadas. El prisionero quedó conmocionado al descubrir que sus rostros estaban ocultos por crudas máscaras de hierro oscuro que parecían atornilladas directamente en sus cabezas.

La sexta figura era bien distinta, no obstante. Si bien iba vestida con otra túnica similar a la de sus compañeros, su cara estaba libre de cualquier máscara opresora. El prisionero contempló sus rasgos agraciados, su figura alargada pero bien nutrida y su mirada altiva, y tardó menos de un segundo en descubrir que despreciaba profundamente a ese hombre. No sabía explicar el motivo de su animadversión, pero se dejó llevar por su instinto y se mantuvo alejado de aquel hombrecillo, que le devolvió la mirada con cierto recelo nervioso.

-Dejadnos-, ordenó la voz de Nodius a través de los altavoces de su yelmo.

Los habitantes de la biblioteca obedecieron de inmediato sin ofrecer protesta alguna. El servilismo y el miedo estaban presentes en cada uno de sus movimientos, en todos excepto en aquel hombrecillo desagradable y altivo. No obstante, incluso él hizo lo que se le ordenaba y salió rápidamente de la sala. Sin perderlo de vista cuando se iba, el prisionero distinguió por primera vez unos misteriosos trazados bajo sus pies. Alguien había grabado con cierta pericia una enorme espiral en el suelo, a pocos metros de la entrada. Un rápido vistazo le bastó para entrever algunos signos dispersos aparentemente al azar en el brazo exterior del dibujo, aunque no supo interpretar su significado, por lo que ignoró rápidamente todo el asunto y volvió a concentrarse en Nodius cuando los siervos cerraron las puertas con gran esfuerzo.

Su anfitrión depositó con cuidado el bastón sobre una de las mesas y liberó los cierres de seguridad de su yelmo para quitárselo. El rostro que había debajo era ceniciento, de pómulos altos, cejas pobladas y un pelo corto de color oscuro que acentuaba la palidez de su piel. Sus ojos castaños parecían rebosantes de una inteligencia fría y glacial, aunque también estaban faltos de expresión o energía, como si hubiesen perdido su fuego mucho tiempo antes. Pero el rasgo más llamativo seguían siendo los cuernos que coronaban su cabeza, más visibles y antinaturales ahora que no llevaba el yelmo puesto.

-Bienvenido a mi biblioteca, hermano-, susurró su "anfitrión" extendiendo ambos brazos para abarcar toda la sala.

-Me esperaba otra... cosa-, le respondió él sin saber qué más podía decir. Por fortuna, su voz tenía más firmeza de la que sentía en aquellos momentos.

Volvió a mirar a su alrededor, intentando confirmar sus primeras impresiones. Uno de los cadáveres disecados llamó poderosamente su atención. Pertenecía a un alienígena de aspecto primitivo y brutal. Era una mole enorme que, aunque no le superaba en altura, sí igualaba en fuerza su propia complexión. Sus brazos estaban rematados en enormes manazas cuyos gruesos dedos parecían capaces de empuñar casi todo tipo de armas. Los músculos de su piel todavía mostraban un desagradable color verde y su cabeza calva, unida al resto del cuerpo por una compleja sutura de cables de acero, estaba dominada por una poderosa mandíbula repleta de colmillos. No tenía nariz, como los seres humanos, aunque sí un siniestro par de ojos rojizos. Un tosco taparrabos cubría completamente su gruesa cintura.

Aquella cosa no era el único cadáver alienígena presente en la biblioteca. Había dos más, disecados y expuestos igual que estatuas eternas. En la pared opuesta a la que ocupaba el piel verde, permanecía un ser que imitaba los nobles rasgos humanos, aunque era obviamente más alto y sus extremidades también eran más alargadas. El alienígena parecía haber sido exquisitamente hermoso, si bien esa belleza terrenal se veía arruinada por la mirada cruel de sus ojos muertos, que ni siquiera la muerte había sido capaz de arrebatar. Todavía llevaba puesto una armadura ligera de aspecto segmentado y color negro como la noche, aunque la misma mostraba de una enorme grieta que descendía desde su hombro izquierdo hasta la cintura. Semejante herida sólo podría haber causado un arma serrada de gran tamaño. El otro xenos, por el contrario, tenía un aspecto vagamente humanoide, de elevada estatura, cuerpo nervudo y piel de color pardo terroso. Parecía tener los ojos cerrados en su cabeza picuda, como si hubiese muerto apaciblemente mientras dormía completamente desnudo.

"Odia al hereje. Odia al xenos". Por primera vez, el prisionero tuvo un pequeño atisbo de su pasado. Unas pocas palabras que antaño fueron importantes para él parecían flotar en un limbo invisible dentro de su cabeza. Y no estaba seguro, pero creía que la voz que las pronunciaba era la suya. ¿Cómo podía ser posible algo así?

-¿Te encuentras bien?-, preguntó Nodius impasible, sacándolo de la vaga ensoñación que lo había adormecido despierto.

-He recordado unas palabras-, explicó él, repitiéndolas atropelladamente. -¿Qué significan?

-Forman parte de la Letanía del Odio-, le respondió Nodius asintiendo con aprobación con la cabeza. -Los Astartes la entonan durante sus ritos y meditaciones antes de entrar en combate.

-¿Los Astartes? ¿Quiénes son?

-Son hombres modificados genéticamente durante su pubertad y entrenados durante años para convertirlos en los mejores guerreros que ha visto nunca la Humanidad. Lambo, tú y yo somos Astartes, Quintus. Ya habrás advertido cuánto nos diferenciamos de los otros humanos que has visto hasta ahora en esta nave. No puedes negarlo. Eres más alto, fuerte y resistente que ellos. Tus sentidos son más agudos los suyos. Incluso te has recuperado de privaciones que habrían matado a un mero humano.

-Así que soy un soldado.

-No-, le cortó Nodius. -Eres mucho más que eso. Formas parte de una élite que cambió el destino de toda la galaxia. Eres un gigante nacido en una edad de oro que nunca volverá a ver nuestra especie. No lo olvides jamás.

Nodius siguió hablando durante mucho tiempo. Su voz tenía un tono monocorde y pasivo, casi ausente. Con la exactitud de un quirurgo, describió cada una de las intervenciones que se le habían practicado para convertirlo en lo que era: los implantes óseos, el corazón secundario, el tercer pulmón, las mejoras sensoriales como el Ocuglobo o el Oído Lyman y casi una docena de alteraciones más. Parecía un delirio propio de un loco, pero el prisionero intuyó que se le estaba diciendo la verdad. No obstante, por ahora estaba más preocupado por otro tipo de respuestas, así que decidió interrumpir a su "anfitrión" para obtenerlas.

-Entiendo lo que dices, pero quiero saber más cosas acerca de quién era. Dijiste que podías ayudarme a recuperar mis recuerdos.

-Así es, hermano. Sospecho que te han hecho algo terrible, algo que ha dejado en blanco tu mente. Todavía no te has percatado, pero tienes unas gruesas cicatrices en tu cabeza, como si te hubiesen abierto el cráneo y jugado con tu cerebro. He visto esas marcas el pasado y sé de dónde proceden... Tal vez no pueda ayudarte a recuperar tus recuerdos, pero puedo intentarlo.

-¿Cómo?-, quiso saber él. Estaba confundido. Si querían abrirle la cabeza, ¿por qué no lo habían hecho cuando estaba encadenado en su celda? ¿Por qué toda esa pantomima?

-Usando mis poderes psíquicos para explorar tu mente.

-¿Qué?

-Soy un gran psíquico, hermano. Puedo hacer cosas inimaginables con el puro poder de mi voluntad y, desde luego, puedo ayudarte a resolver este misterio y devolverte tus recuerdos perdidos. Déjame ayudarte, Quintus.

El prisionero se revolvió incómodo, al igual que lo haría una bestia enjaulada. No confiaba en Nodius, ni en las intenciones que pudiese albergar para ayudarlo. Es más, la misma idea de permitir que otra persona entrase en su mente le parecía tan aberrante que estuvo a punto de provocarle una arcada. Ambos permanecieron en silencio unos largos segundos.

-No-, respondió al fin entre dientes.

-¿No?-, respondió su anfitrión sin cambiar el tono de su voz. -¿Rechazas mi ayuda?

-Eso es. No dejaré que ni tú ni nadie juegue nunca más con mi mente.

-Tu ignorancia es extremadamente arrogante, hermano. Sin mi ayuda, nunca podrás recuperar tus recuerdos.

-Entonces que así sea-, se reafirmó él.

-No necesito tu permiso-, le amenazó Nodius.

-¡Y yo te juro que te mataré si lo intentas!

Con un rápido movimiento, estiró el brazo para coger el bastón metálico posado sobre la mesa, pero la mano blindada de Nodius la atrapó al vuelo. La mesa volcó hacia un lado. Eso no lo detuvo. Alzó el otro brazo y le dio un fuerte puñetazo con la izquierda. El golpe alcanzó de lleno la cara de Nodius, sorprendiéndolo por primera vez. No obstante, su "anfitrión" apartó a un lado toda incredulidad y le agarró el puño con su mano libre. El prisionero trató de liberarse, forcejeando cuanto pudo, pero la armadura energética de Nodius le estaba dando una ventaja insuperable en esos angustiosos momentos. Las miradas de ambos chocaron a escasos centímetros una de otra, un reflejo más de aquella lucha desigual. Se tambalearon de un lado a otro, como si estuviesen borrachos, tirando las mesas y sillas que encontraron a su paso. Finalmente, su captor lo empujó hacia atrás, arrojándolo al suelo como si fuese un muñeco de trapo.

-¡Basta Quintus!-, ladró Nodius. El guantelete de su mano se abrió y una llama pareció surgir en ella de la nada. El fuego bailaba en su mano con voluntad propia, ansioso por ser liberado. -No me obligues a destruirte...

-¿Te arriesgarás a quemar también tu valiosa biblioteca?-, gruñó él desafiante mientras se ponía de nuevo en pie.

-Puedo volver a escribir de nuevo cada uno de estos libros, palabra por palabra.

A pesar de lo dicho, Nodius cerró el puño y las voraces llamas desaparecieron de inmediato. Luego retrocedió un par de pasos, ofreciéndole más espacio. El prisionero intentó serenarse. Ahora era él quien estaba sorprendido. Sin fiarse del todo, cogió una de las sillas para blandirla como si fuese un arma improvisada. Su "anfitrión" lo ignoró por completo este hecho, ya que le dio la espalda y caminó ruidosamente hasta una de las estanterías, donde recogió un pesado tomo.

-Dado que rechazas mi ayuda, esto es lo único que puedo hacer por ti-, dijo en voz baja mientras se acercaba despacio ofreciéndole el libro con una mano.

El prisionero lo miró receloso. "¿A qué estás jugando, Nodius?", quería gritarle. Frustrado arrojó la silla a un lado y cogió con un gesto seco pero cauteloso el libro que le ofrecía. Sus oxidadas tapas metálicas no mostraban título alguno. Abrió una página al azar. Las hojas, que no eran de papel sino de un pergamino suave al tacto, mostraban una caligrafía gótica muy cuidada y escrita con una extraña tinta roja.

-Es piel humana-, respondió Nodius sin necesidad de que formulase la pregunta.

-¿Por qué harías algo así?

-En esta nave no encontrarás papel, hermano, ni autoplumas, y tenemos que...-, se interrumpió a mitad de la explicación, dándose cuenta del gesto horrorizado que debía estar ofreciendo involuntariamente. -En él encontrarás algunas respuestas.-, añadió secamente mientras se limpiaba con gesto pensativo las manchas de sangre de su nariz. -Ahora márchate.

-¿No intentarás devolverme a la celda?-, preguntó él suspicaz.

-No. Eres libre para esconderte donde desees. Por mi parte, sé que no volveremos a vernos en mucho tiempo y tal vez sea mejor así.

El prisionero asintió despacio con la cabeza y fue retrocediendo aun más despacio, sin dar la espalda a Nodius en ningún momento. Sospechaba que la aparente calma de su anfitrión podría albergar una profunda locura más terrorífica en sí misma que cualquier otra cosa que hubiese visto hasta ese momento. Nodius no se movió, simplemente observó impasible cómo se alejaba. Cuando notó las puertas a su espalda, se volvió para abrirlas.

-Ahora el libro es tuyo. Serás el responsable de continuar su historia.

Sintió un escalofrió recorriéndole la espalda cuando escuchó esas palabras. Quería abandonar aquella sala cuanto antes, pero una última pregunta salió de sus labios antes de que pudiese contenerla. -¿Cómo se titula?

-Las Voces de los Muertos-, respondió Nodius tras una pequeña pausa.