jueves, 17 de julio de 2014

BC 24: PEQUEÑOS PASOS HACIA EL ABISMO


Plonc... Plonc.... Plonc. Plonc. Plonc. Plonc. El sonido de los golpes provocó pequeños ecos en el patio central de la mansión, volviéndose cada vez más seguidos e intensos a medida que cada contendiente intentaba alzarse con la iniciativa del combate. Nodius se movió con una agilidad felina impropia de un Astartes y amagó un golpe contra la cabeza de su rival. Lambo cayó en la trampa e interpuso su arma una vez más para detener el falso ataque, dejando al descubierto su costado derecho. Era la oportunidad que el psíquico calibanita había estado esperando. Interrumpiendo de improviso su movimiento, retrocedió agachándose y se proyectó hacia delante estirando al máximo su brazo para que su tosca espada de madera alcanzase a su camarada de armas.

Sin embargo, eso era exactamente lo que Lambo había esperado que hiciese. El Astartes retrocedió sencillamente dos pasos, impidiendo por muy poco que Nodius le tocase. El psíquico había apostado demasiado alto y ahora estaba a su merced. Lambo se aprovechó de la ventaja y atacó sin cuartel a su hermano. Nodius consiguió detener el primer contraataque de Lambo. Plonc. El segundo casi le golpeó en el brazo. Plonc. Entonces Lambo hizo algo completamente inesperado: le pisó el pie derecho. Ninguno de los dos estaba pertrechado con su servoarmadura de combate, sino que vestían improvisadas túnicas blancas y andaban descalzos. No obstante. aquel pisotón hizo que Nodius no sólo perdiese la concentración, sino también el combate sin que importase ya todas las precauciones que había tomado.

Lambo no fue clemente con él y golpeó su hombro derecho con el ancho de la espada de entrenamiento.  El impacto hizo más daño en su orgullo que en su poderoso físico Astartes. Por insólito que pudiese parecer, una sonrisa de buen amor asomó a través de su rostro sudoroso y grave. Aquel sencillo gesto era el último vestigio que le quedaba de tiempos mejores y sin duda más inocentes.

-Nuestros antiguos maestros no habrían perdonado ese error de novicio, Nodius-, se jactó Lambo divertido hablando en calibanita.

-Tienes razón, hermano... Por fortuna llevan muertos diez mil años, al igual que el resto de los habitantes de Caliban-, le respondió él con su característico tono neutro y totalmente falto de emociones usando el mismo idioma.

No vio venir el golpe en el rostro. La espada de madera se estrelló contra su mejilla derecha y la nariz, dejando una estela carmesí como único testigo de su paso. Incrédulo, Nodius retrocedió un paso mientras se llevaba la mano a la nariz para comprobar que efectivamente estaba sangrando.

-¡No vuelvas a hacerlo!-, le ordenó Lambo malhumorado. -No vuelvas a hablar de ellos así... de ese modo. No tienes derecho.- Furioso, el Astartes arrojó violentamente la espada de madera al suelo, para enfatizar cada una de sus palabras.

-¿Por qué?-, preguntó Nodius alzando la voz una octava más de lo acostumbrado. -Yo también estaba allí, dispuesto a dar mi vida por Caliban y sus gentes. ¿Lo recuerdas, hermano?

Sus palabras resonaron en el patio con fuerza. Lambo no supo qué responder y un pesado silencio se adueñó de ellos. Ambos sabían que la culpa de todos sus males la tenían Lion El'Johnson y el maldito Imperio de la Humanidad que tanto habían aprendido a odiar.

-Discúlpame, hermano-, le respondió con brusquedad tras unos largos minutos de tensa espera en la que lo único que hicieron fue mirarse fijamente a los ojos.

Dicho lo cual, el Astartes se alejó caminando en silencio, dejando atrás a un atónito Nodius en el patio, preguntándose cuántas veces en toda su vida había visto disculparse a Lambo desde que se habían conocido por primera vez como reclutas de los Ángeles Oscuros. No podía recordarlo con exactitud, pero estaba seguro que los dedos de su mano serían suficientes para calcular un número aproximado.

-.-

Zenón negó con la cabeza. El vendedor, confiando en su dominio de las artes del regateo, insistió en la venta y ofreció un intercambio inferior como señuelo. El renegado imperial lo apartó con educación y siguió su camino. La plazoleta, al igual que las calles vecinas, estaba ocupada por pequeños puestos de venta donde se ofrecían todo tipo de bienes, desde los más básicos como comida y bebida a los más extravagantes como cartas astrológicas, brebajes alquímicos, pergaminos inscritos con encantamientos protectores y viejos libros. Zenón se había interesado por estos últimos esperando encontrarse con tratados o crónicas de la historia local, pero había descubierto para su sorpresa que solían ser más bien tratados místicos repletos de complejas fórmulas numerológicas, rituales mágicas y supersticiones parecidas.

Echó un vistazo discreto a su espalda mientras avanzaba entre la gente. Un grupo de tres personas, formado por uno de los burócratas enmascarados que los habían recibido anoche y dos engalanados soldados, lo siguieron a una distancia prudente, dándole suficiente espacio para que se sintiese cómodo sin perderlo realmente de vista en ningún momento.

Esos torpes espías no le molestaban. De haber estado en su pellejo, también mantendría una vigilancia constante sobre ellos, aunque lo que hubiese hecho sería formar dos grupos: uno visible que atrajese toda la atención y el otro formado por uno o dos individuos más anónimos. Todavía no había descubierto a otros espías camuflados en la multitud, lo que seguro que quería decir que eran buenos en su trabajo. "¡Cuántos esfuerzos malgastados!", pensó el renegado imperial en silencio.

Pasó caminando junto a un puesto de comida que vendía huevos frescos de distintas aves, sopas de aspecto poco saludable y talismanes hechos con las patas de sus víctimas. Cuatro mujeres y dos hombres inspeccionaban minuciosamente sus productos, mientras el vendedor trataba de atenderlos a todos a la vez. Parecían ser los típicos habitantes de Q'Sal: todos ellos tenían un aspecto agraciado, casi hermoso, y ninguna cicatriz ni herida de consideración. De hecho, ninguno de ellos parecía superar los treinta años de edad. Zenón ocultó muy bien su desprecio. Había visto a muchos como ellos en la nave dorada en la que lo viajó con Marius y Lede desde que lo liberaron de una muerte innoble a manos de bestias xenos en un pozo de lucha sin nombre.

Cansado del lugar, decidió salir del improvisado mercado y adentrarse por las laberínticas calles de la ciudad. Había decidido salir de su jaula dorada para medir el pulso de la ciudad y estaba decidido a observar el rostro de la verdadera Velklir. Hasta ahora, había descubierto muchas cosas sin implicarse demasiado. La ciudad tenía talleres, pequeñas forjas, mercados y gentes que se afanaban por cumplir los recados de sus amos, pero no usaban ninguna moneda para las compras, sino que recurrían al trueque más básico. Pequeños grupos de guardias patrullaban las calles para mantener el orden público, aunque no formaban un cuerpo único, sino que parecían actuar por separado y lucían complejos emblemas, probablemente pertenecientes a distintos hechiceros tecnócratas.

En cierta forma, Velklir guardaba muchas similitudes con Surgub, aunque también grandes diferencias. Por lo que había visto desde el aire, la ciudad isleña había crecido en vertical para superar el grave problema de su limitado espacio, creando un espectacular entorno urbano de agujas acristaladas. Sin embargo, Velklir había sido construida en las montañas. La piedra era el material de construcción más común, sus calles tenían fuertes pendientes y mezclaba elegantemente tecnologías antiguas con otras más modernas creando un paisaje singular, como nunca había visto anteriormente. Y a ello había que añadirle la evidente obsesión de sus habitantes por la observación de los astros. Zenón había perdido la cuenta de la cantidad de astrolabios y otros extraños instrumentos de medición astronómica que había visto antes en el mercado.

-.-

-Ahora tienes que soldar estos dos cables aquí-, indicó Mordekay. -¿Lo has entendido?

-Creo que sí-, respondió Orick con humildad mientras seguía las instrucciones del Astartes. Después de un minuto, se detuvo para apartar con la mano las pequeñas volutas de humo y miró con satisfacción el trabajo terminado. Había conseguido reparar una conexión energética interna, fuera lo que fuese eso.

El sargento calibanita le quitó guantalete de entre las manos y estudió meticulosamente los improvisados arreglos. Frunció el ceño durante todo el proceso, como si él tampoco estuviese acostumbrado a este tipo de reparaciones, y revisó dos veces una placa de datos extraída del Templo de las Mentiras.

-Revisa la misma pieza en mi servoarmadura y avísame cuando termines-, ordenó el Astartes mientras posaba la pieza con cuidado en el suelo.

Mordekay observó a Orick mientras el humano recogía una de las multiherramientas que les habían traído los esclavos y se ponía manos a las obras. Parecía que lo estaba haciendo bien, pero avanzaban a un ritmo demasiado lento para su gusto. "Nuestros enemigos no esperarán de brazos cruzados a que terminemos las reparaciones más básicas", pensó con creciente preocupación y el hecho de que las forjas de Velklir no produjesen munición de bólter, sólo empeoraba sus perspectivas a largo plazo.

El sonido de unos pasos interrumpió el curso de sus pensamientos. Sentado en el suelo y dando la espalda a la puerta, se volvió sin girarse del todo para observar al recién llegado. Un Astartes apareció al otro lado vestido únicamente con una enorme túnica de tela blanca. Era Karakos. Su más reciente compañero de armas le hizo un gesto discreto para que se acercase.

-¿Qué ocurre?-, le preguntó al antiguo bibliotecario de los Cráneos Plateados.

-Es necesario que hablemos en privado-, respondió enigmáticamente el aludido.

-Está bien. Vamos al jardín. Tú sigue trabajando, Orick-, le ordenó al humano mientras se levantaba del suelo del almacén.

Los dos Astartes abandonaron la sala, pasando de uno en uno por un corto pasillo que les llevó a la cocina y, desde allí, sólo tuvieron que salir por la puerta de atrás para llegar a un patio ajardinado, con pequeños setos, árboles retorcidos y enredaderas de aspecto siniestro.

-¿De qué quieres hablar, Karakos?

-De nosotros, Mordekay. En Kymerus me hiciste una propuesta y ahora puedo darte una respuesta.

-Sabía que llegaría este momento tarde o temprano. Dime, ¿qué vas a hacer?

-Créeme cuando te digo que nada me gustaría más que unirme a vosotros. Estoy convencido de que el Oráculo Mentiroso tenía razón cuando profetizó que, unidos, gobernaríamos el Vórtice de los Gritos, pero no voy a integrarme en la escuadra Laquesis.

-Será mejor que te expliques mejor, bibliotecario. Te estás contradiciendo.

-Muy bien. Seré brutalmente franco contigo. Hace diez mil años que Caliban no existe. El mundo que conocísteis desapareció para siempre y con él la misma escuadra Laquesis. Si queréis sobrevivir en esta siniestra era, tenéis que aceptar esta idea: nunca podréis recuperar el pasado, pero sí utilizar el presente para conquistar el futuro.

-No, no, no. Nosotros sobrevivimos. Estoy seguro de que no hemos sido los únicos. Tiene que haber más de nuestros hermanos perdidos en otras partes de la galaxia, aguardando el momento preciso para reunirnos de nuevo.

-Tus palabras son un claro ejemplo de lo que trato de explicarte, Mordekay. Aunque hubiesen sobrevivido otros Ángeles Oscuros calibanitas, ya no os quedaría ningún planeta que proteger.

-¡Todavía podríamos vengarnos!-, afirmó tenso Mordekay.

-¿Un par de escuadras Astartes contra los millones de planetas habitados por el Imperio? ¿De verdad crees que podríais derrotar con tan exiguos recursos a la Armada Imperial y los ejércitos del Astra Militarum? ¿Y a todos los capítulos Astartes leales a los tiranos de Terra?

-¡Tenemos que intentarlo!-, replicó tozudo el sargento calibanita. -¡Se lo debemos a nuestros muertos!

-Si de verdad quieres cumplir tu promesa, tienes que ser realista. Los viejos días de gloria de la escuadra Laquesis han terminado. Tal y como yo lo veo, tenéis dos opciones. La primera sería uniros a las Legiones Traidoras del Ojo del Terror, jurando lealtad a Abaddon el Saqueador, integrándoos en sus huestes y luchando por abriros paso a sangre y fuego a través del Portal de Cadia.

-¿Y la segunda?

-La otra opción consiste en crear un ejército nuevo aquí, en el Vórtice de los Gritos. Los imperiales creen que esta región del espacio está deshabitada debido a las tormentas que rugen en el Inmaterium. El sector Calixis es la frontera imperial más cercana y está prácticamente desprotegido, sin capítulos Astartes ni grandes ejércitos. Si conseguimos imponer nuestra voluntad a los piratas y señores de la guerra del Vórtice de los Gritos, podríamos crear otro frente sangriento para el Imperio, obligándolo a dividir una vez más sus tropas y recursos.

-Está claro que has reflexionado sobre este dilema durante mucho tiempo-, respondió Mordekay, adivinando sin dificultad la elección personal del bibliotecario. Aunque no mostró una conformidad inmediata, la idea misma le sedujo rápidamente, ya que era la única que garantizaba la libertad de sus hermanos y la ansiada venganza. -¿Puede hacerse tal cosa?

-Por supuesto. No sólo contamos con el favor de los Poderes Ruinosos para lograr una hazaña semejante, sino que además disponemos de la determinación necesaria para lograrlo. Unidos, seremos invencibles. Y eso sin contar con los beneficios que nos dará la profecía del difunto Oráculo Mentiroso...

-Olvida a los dioses y las profecías de sus charlatanes. Seamos claros. Veo a dónde quieres llegar. Es un plan ambicioso. Si vamos a dar ese paso, tenemos que tratar este asunto también con Lambo y Nodius.

-Es lo adecuado. No obstante, todavía tenemos que hablar de una última dificultad-, se apresuró a añadir Karakos. Sabía que ahora comenzaba la parte verdaderamente difícil de su plan y debía vigilar cuidadosamente las palabras que ambos se dirigiesen a partir de ese delicado momento.

-¿Cuál?-, preguntó Mordekay intrigado.

-Tus recelos respecto a la Disformidad.

-Eso no es negociable, créeme.

-Me temo que sí lo es, porque no aceptaré formar parte de ningún grupo que me prohíba utilizar mis poderes psíquicos ni explorar la hechicería de la Disformidad.

-Estás loco, Karakos-, sentenció Mordekay intranquilo. -¿Has visto bien a Nodius? ¡Mira lo que le hizo le hizo la Disformidad! Y no me refiero únicamente a los cuernos. Su servoarmadura estalló en el Templo de las Mentiras... y tenías que haber visto como yo los fenómenos inexplicables que causó en la Forja de Plata.

-Mordekay-, repuso pacientemente él,- actualmente la mitad de los Astartes bajo tu mando son psíquicos y están conectados místicamente con el Inmaterium. Yo soy un psíquico. Nodius es un psíquico. Olvida los viejos recelos a lo desconocido. Ahora estás en una era nueva.

-No me importa. ¡Jugar con ese poder tiene un precio demasiado alto!

-¡Sí, es cierto! Por eso, debemos aprender a dominarlo y sólo lo conseguiremos a través del estudio y la experimentación. No digas que no. ¡Piénsalo bien, maldita sea! El poder de la Disformidad es la única ventaja real que poseemos contra el Imperio. Los imperiales temen el Inmaterium. Tienen sus propios psíquicos, cierto, pero les prohíben investigar el verdadero poder. Nosotros, por el contrario, podremos hacerlo libremente.

-Reconozco que eres muy convincente cuando quieres, Karakos, pero esto... esto no...

-Sé que es difícil para ti aceptarlo, pero tienes que hacerlo si quieres que sobrevivir a las duras pruebas que han de venir. Si lo haces, volveré a pintar con mucho gusto el color de mi servoarmadura y añadiré las nuevas insignias que acordemos. Seré uno con vosotros y juntos materializaremos la venganza que tanto ansias.

-Muy bien. Os concederé permiso para investigar la Disformidad y usar vuestros poderes psíquicos de forma controlada en los combates... con una sola condición: ambos debéis jurar solemnemente que detendréis vuestros estudios si decido que están escapando a vuestro control. ¿Juras que respetarás mi decisión llegado el momento, Karakos?

-Lo juro solemnemente-, mintió el antiguo bibliotecario sin dudarlo.

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