jueves, 17 de julio de 2014

BC 24: PEQUEÑOS PASOS HACIA EL ABISMO


Plonc... Plonc.... Plonc. Plonc. Plonc. Plonc. El sonido de los golpes provocó pequeños ecos en el patio central de la mansión, volviéndose cada vez más seguidos e intensos a medida que cada contendiente intentaba alzarse con la iniciativa del combate. Nodius se movió con una agilidad felina impropia de un Astartes y amagó un golpe contra la cabeza de su rival. Lambo cayó en la trampa e interpuso su arma una vez más para detener el falso ataque, dejando al descubierto su costado derecho. Era la oportunidad que el psíquico calibanita había estado esperando. Interrumpiendo de improviso su movimiento, retrocedió agachándose y se proyectó hacia delante estirando al máximo su brazo para que su tosca espada de madera alcanzase a su camarada de armas.

Sin embargo, eso era exactamente lo que Lambo había esperado que hiciese. El Astartes retrocedió sencillamente dos pasos, impidiendo por muy poco que Nodius le tocase. El psíquico había apostado demasiado alto y ahora estaba a su merced. Lambo se aprovechó de la ventaja y atacó sin cuartel a su hermano. Nodius consiguió detener el primer contraataque de Lambo. Plonc. El segundo casi le golpeó en el brazo. Plonc. Entonces Lambo hizo algo completamente inesperado: le pisó el pie derecho. Ninguno de los dos estaba pertrechado con su servoarmadura de combate, sino que vestían improvisadas túnicas blancas y andaban descalzos. No obstante. aquel pisotón hizo que Nodius no sólo perdiese la concentración, sino también el combate sin que importase ya todas las precauciones que había tomado.

Lambo no fue clemente con él y golpeó su hombro derecho con el ancho de la espada de entrenamiento.  El impacto hizo más daño en su orgullo que en su poderoso físico Astartes. Por insólito que pudiese parecer, una sonrisa de buen amor asomó a través de su rostro sudoroso y grave. Aquel sencillo gesto era el último vestigio que le quedaba de tiempos mejores y sin duda más inocentes.

-Nuestros antiguos maestros no habrían perdonado ese error de novicio, Nodius-, se jactó Lambo divertido hablando en calibanita.

-Tienes razón, hermano... Por fortuna llevan muertos diez mil años, al igual que el resto de los habitantes de Caliban-, le respondió él con su característico tono neutro y totalmente falto de emociones usando el mismo idioma.

No vio venir el golpe en el rostro. La espada de madera se estrelló contra su mejilla derecha y la nariz, dejando una estela carmesí como único testigo de su paso. Incrédulo, Nodius retrocedió un paso mientras se llevaba la mano a la nariz para comprobar que efectivamente estaba sangrando.

-¡No vuelvas a hacerlo!-, le ordenó Lambo malhumorado. -No vuelvas a hablar de ellos así... de ese modo. No tienes derecho.- Furioso, el Astartes arrojó violentamente la espada de madera al suelo, para enfatizar cada una de sus palabras.

-¿Por qué?-, preguntó Nodius alzando la voz una octava más de lo acostumbrado. -Yo también estaba allí, dispuesto a dar mi vida por Caliban y sus gentes. ¿Lo recuerdas, hermano?

Sus palabras resonaron en el patio con fuerza. Lambo no supo qué responder y un pesado silencio se adueñó de ellos. Ambos sabían que la culpa de todos sus males la tenían Lion El'Johnson y el maldito Imperio de la Humanidad que tanto habían aprendido a odiar.

-Discúlpame, hermano-, le respondió con brusquedad tras unos largos minutos de tensa espera en la que lo único que hicieron fue mirarse fijamente a los ojos.

Dicho lo cual, el Astartes se alejó caminando en silencio, dejando atrás a un atónito Nodius en el patio, preguntándose cuántas veces en toda su vida había visto disculparse a Lambo desde que se habían conocido por primera vez como reclutas de los Ángeles Oscuros. No podía recordarlo con exactitud, pero estaba seguro que los dedos de su mano serían suficientes para calcular un número aproximado.

-.-

Zenón negó con la cabeza. El vendedor, confiando en su dominio de las artes del regateo, insistió en la venta y ofreció un intercambio inferior como señuelo. El renegado imperial lo apartó con educación y siguió su camino. La plazoleta, al igual que las calles vecinas, estaba ocupada por pequeños puestos de venta donde se ofrecían todo tipo de bienes, desde los más básicos como comida y bebida a los más extravagantes como cartas astrológicas, brebajes alquímicos, pergaminos inscritos con encantamientos protectores y viejos libros. Zenón se había interesado por estos últimos esperando encontrarse con tratados o crónicas de la historia local, pero había descubierto para su sorpresa que solían ser más bien tratados místicos repletos de complejas fórmulas numerológicas, rituales mágicas y supersticiones parecidas.

Echó un vistazo discreto a su espalda mientras avanzaba entre la gente. Un grupo de tres personas, formado por uno de los burócratas enmascarados que los habían recibido anoche y dos engalanados soldados, lo siguieron a una distancia prudente, dándole suficiente espacio para que se sintiese cómodo sin perderlo realmente de vista en ningún momento.

Esos torpes espías no le molestaban. De haber estado en su pellejo, también mantendría una vigilancia constante sobre ellos, aunque lo que hubiese hecho sería formar dos grupos: uno visible que atrajese toda la atención y el otro formado por uno o dos individuos más anónimos. Todavía no había descubierto a otros espías camuflados en la multitud, lo que seguro que quería decir que eran buenos en su trabajo. "¡Cuántos esfuerzos malgastados!", pensó el renegado imperial en silencio.

Pasó caminando junto a un puesto de comida que vendía huevos frescos de distintas aves, sopas de aspecto poco saludable y talismanes hechos con las patas de sus víctimas. Cuatro mujeres y dos hombres inspeccionaban minuciosamente sus productos, mientras el vendedor trataba de atenderlos a todos a la vez. Parecían ser los típicos habitantes de Q'Sal: todos ellos tenían un aspecto agraciado, casi hermoso, y ninguna cicatriz ni herida de consideración. De hecho, ninguno de ellos parecía superar los treinta años de edad. Zenón ocultó muy bien su desprecio. Había visto a muchos como ellos en la nave dorada en la que lo viajó con Marius y Lede desde que lo liberaron de una muerte innoble a manos de bestias xenos en un pozo de lucha sin nombre.

Cansado del lugar, decidió salir del improvisado mercado y adentrarse por las laberínticas calles de la ciudad. Había decidido salir de su jaula dorada para medir el pulso de la ciudad y estaba decidido a observar el rostro de la verdadera Velklir. Hasta ahora, había descubierto muchas cosas sin implicarse demasiado. La ciudad tenía talleres, pequeñas forjas, mercados y gentes que se afanaban por cumplir los recados de sus amos, pero no usaban ninguna moneda para las compras, sino que recurrían al trueque más básico. Pequeños grupos de guardias patrullaban las calles para mantener el orden público, aunque no formaban un cuerpo único, sino que parecían actuar por separado y lucían complejos emblemas, probablemente pertenecientes a distintos hechiceros tecnócratas.

En cierta forma, Velklir guardaba muchas similitudes con Surgub, aunque también grandes diferencias. Por lo que había visto desde el aire, la ciudad isleña había crecido en vertical para superar el grave problema de su limitado espacio, creando un espectacular entorno urbano de agujas acristaladas. Sin embargo, Velklir había sido construida en las montañas. La piedra era el material de construcción más común, sus calles tenían fuertes pendientes y mezclaba elegantemente tecnologías antiguas con otras más modernas creando un paisaje singular, como nunca había visto anteriormente. Y a ello había que añadirle la evidente obsesión de sus habitantes por la observación de los astros. Zenón había perdido la cuenta de la cantidad de astrolabios y otros extraños instrumentos de medición astronómica que había visto antes en el mercado.

-.-

-Ahora tienes que soldar estos dos cables aquí-, indicó Mordekay. -¿Lo has entendido?

-Creo que sí-, respondió Orick con humildad mientras seguía las instrucciones del Astartes. Después de un minuto, se detuvo para apartar con la mano las pequeñas volutas de humo y miró con satisfacción el trabajo terminado. Había conseguido reparar una conexión energética interna, fuera lo que fuese eso.

El sargento calibanita le quitó guantalete de entre las manos y estudió meticulosamente los improvisados arreglos. Frunció el ceño durante todo el proceso, como si él tampoco estuviese acostumbrado a este tipo de reparaciones, y revisó dos veces una placa de datos extraída del Templo de las Mentiras.

-Revisa la misma pieza en mi servoarmadura y avísame cuando termines-, ordenó el Astartes mientras posaba la pieza con cuidado en el suelo.

Mordekay observó a Orick mientras el humano recogía una de las multiherramientas que les habían traído los esclavos y se ponía manos a las obras. Parecía que lo estaba haciendo bien, pero avanzaban a un ritmo demasiado lento para su gusto. "Nuestros enemigos no esperarán de brazos cruzados a que terminemos las reparaciones más básicas", pensó con creciente preocupación y el hecho de que las forjas de Velklir no produjesen munición de bólter, sólo empeoraba sus perspectivas a largo plazo.

El sonido de unos pasos interrumpió el curso de sus pensamientos. Sentado en el suelo y dando la espalda a la puerta, se volvió sin girarse del todo para observar al recién llegado. Un Astartes apareció al otro lado vestido únicamente con una enorme túnica de tela blanca. Era Karakos. Su más reciente compañero de armas le hizo un gesto discreto para que se acercase.

-¿Qué ocurre?-, le preguntó al antiguo bibliotecario de los Cráneos Plateados.

-Es necesario que hablemos en privado-, respondió enigmáticamente el aludido.

-Está bien. Vamos al jardín. Tú sigue trabajando, Orick-, le ordenó al humano mientras se levantaba del suelo del almacén.

Los dos Astartes abandonaron la sala, pasando de uno en uno por un corto pasillo que les llevó a la cocina y, desde allí, sólo tuvieron que salir por la puerta de atrás para llegar a un patio ajardinado, con pequeños setos, árboles retorcidos y enredaderas de aspecto siniestro.

-¿De qué quieres hablar, Karakos?

-De nosotros, Mordekay. En Kymerus me hiciste una propuesta y ahora puedo darte una respuesta.

-Sabía que llegaría este momento tarde o temprano. Dime, ¿qué vas a hacer?

-Créeme cuando te digo que nada me gustaría más que unirme a vosotros. Estoy convencido de que el Oráculo Mentiroso tenía razón cuando profetizó que, unidos, gobernaríamos el Vórtice de los Gritos, pero no voy a integrarme en la escuadra Laquesis.

-Será mejor que te expliques mejor, bibliotecario. Te estás contradiciendo.

-Muy bien. Seré brutalmente franco contigo. Hace diez mil años que Caliban no existe. El mundo que conocísteis desapareció para siempre y con él la misma escuadra Laquesis. Si queréis sobrevivir en esta siniestra era, tenéis que aceptar esta idea: nunca podréis recuperar el pasado, pero sí utilizar el presente para conquistar el futuro.

-No, no, no. Nosotros sobrevivimos. Estoy seguro de que no hemos sido los únicos. Tiene que haber más de nuestros hermanos perdidos en otras partes de la galaxia, aguardando el momento preciso para reunirnos de nuevo.

-Tus palabras son un claro ejemplo de lo que trato de explicarte, Mordekay. Aunque hubiesen sobrevivido otros Ángeles Oscuros calibanitas, ya no os quedaría ningún planeta que proteger.

-¡Todavía podríamos vengarnos!-, afirmó tenso Mordekay.

-¿Un par de escuadras Astartes contra los millones de planetas habitados por el Imperio? ¿De verdad crees que podríais derrotar con tan exiguos recursos a la Armada Imperial y los ejércitos del Astra Militarum? ¿Y a todos los capítulos Astartes leales a los tiranos de Terra?

-¡Tenemos que intentarlo!-, replicó tozudo el sargento calibanita. -¡Se lo debemos a nuestros muertos!

-Si de verdad quieres cumplir tu promesa, tienes que ser realista. Los viejos días de gloria de la escuadra Laquesis han terminado. Tal y como yo lo veo, tenéis dos opciones. La primera sería uniros a las Legiones Traidoras del Ojo del Terror, jurando lealtad a Abaddon el Saqueador, integrándoos en sus huestes y luchando por abriros paso a sangre y fuego a través del Portal de Cadia.

-¿Y la segunda?

-La otra opción consiste en crear un ejército nuevo aquí, en el Vórtice de los Gritos. Los imperiales creen que esta región del espacio está deshabitada debido a las tormentas que rugen en el Inmaterium. El sector Calixis es la frontera imperial más cercana y está prácticamente desprotegido, sin capítulos Astartes ni grandes ejércitos. Si conseguimos imponer nuestra voluntad a los piratas y señores de la guerra del Vórtice de los Gritos, podríamos crear otro frente sangriento para el Imperio, obligándolo a dividir una vez más sus tropas y recursos.

-Está claro que has reflexionado sobre este dilema durante mucho tiempo-, respondió Mordekay, adivinando sin dificultad la elección personal del bibliotecario. Aunque no mostró una conformidad inmediata, la idea misma le sedujo rápidamente, ya que era la única que garantizaba la libertad de sus hermanos y la ansiada venganza. -¿Puede hacerse tal cosa?

-Por supuesto. No sólo contamos con el favor de los Poderes Ruinosos para lograr una hazaña semejante, sino que además disponemos de la determinación necesaria para lograrlo. Unidos, seremos invencibles. Y eso sin contar con los beneficios que nos dará la profecía del difunto Oráculo Mentiroso...

-Olvida a los dioses y las profecías de sus charlatanes. Seamos claros. Veo a dónde quieres llegar. Es un plan ambicioso. Si vamos a dar ese paso, tenemos que tratar este asunto también con Lambo y Nodius.

-Es lo adecuado. No obstante, todavía tenemos que hablar de una última dificultad-, se apresuró a añadir Karakos. Sabía que ahora comenzaba la parte verdaderamente difícil de su plan y debía vigilar cuidadosamente las palabras que ambos se dirigiesen a partir de ese delicado momento.

-¿Cuál?-, preguntó Mordekay intrigado.

-Tus recelos respecto a la Disformidad.

-Eso no es negociable, créeme.

-Me temo que sí lo es, porque no aceptaré formar parte de ningún grupo que me prohíba utilizar mis poderes psíquicos ni explorar la hechicería de la Disformidad.

-Estás loco, Karakos-, sentenció Mordekay intranquilo. -¿Has visto bien a Nodius? ¡Mira lo que le hizo le hizo la Disformidad! Y no me refiero únicamente a los cuernos. Su servoarmadura estalló en el Templo de las Mentiras... y tenías que haber visto como yo los fenómenos inexplicables que causó en la Forja de Plata.

-Mordekay-, repuso pacientemente él,- actualmente la mitad de los Astartes bajo tu mando son psíquicos y están conectados místicamente con el Inmaterium. Yo soy un psíquico. Nodius es un psíquico. Olvida los viejos recelos a lo desconocido. Ahora estás en una era nueva.

-No me importa. ¡Jugar con ese poder tiene un precio demasiado alto!

-¡Sí, es cierto! Por eso, debemos aprender a dominarlo y sólo lo conseguiremos a través del estudio y la experimentación. No digas que no. ¡Piénsalo bien, maldita sea! El poder de la Disformidad es la única ventaja real que poseemos contra el Imperio. Los imperiales temen el Inmaterium. Tienen sus propios psíquicos, cierto, pero les prohíben investigar el verdadero poder. Nosotros, por el contrario, podremos hacerlo libremente.

-Reconozco que eres muy convincente cuando quieres, Karakos, pero esto... esto no...

-Sé que es difícil para ti aceptarlo, pero tienes que hacerlo si quieres que sobrevivir a las duras pruebas que han de venir. Si lo haces, volveré a pintar con mucho gusto el color de mi servoarmadura y añadiré las nuevas insignias que acordemos. Seré uno con vosotros y juntos materializaremos la venganza que tanto ansias.

-Muy bien. Os concederé permiso para investigar la Disformidad y usar vuestros poderes psíquicos de forma controlada en los combates... con una sola condición: ambos debéis jurar solemnemente que detendréis vuestros estudios si decido que están escapando a vuestro control. ¿Juras que respetarás mi decisión llegado el momento, Karakos?

-Lo juro solemnemente-, mintió el antiguo bibliotecario sin dudarlo.

sábado, 12 de julio de 2014

BC 23: VELKLIR


"Poco tiempo después de que Zenón nos hubiese informado de su breve conversación con Marius, el auxpex de la barcaza de carga detectó la presencia de dos intrusos aéreos procedentes de Surgub. Desde el principio quedó claro que nuestro transporte no podría dejarlos atrás ni tampoco tenía armamento alguno para repelerlos, por lo que nos vimos obligados a tomar tierra rápidamente en un páramo polvoriento y pedregoso.
Tras apagar todos los sistemas de la barcaza, abandonamos a su suerte la nave y su valiosa carga para dispersarnos por el terreno, ocultándonos junto a cualquier roca o resquicio natural que pudiese protegernos de nuestros implacables perseguidores. Mordekay llegó incluso a ordenarnos que apagásemos nuestras servoarmaduras, consciente de que cualquier señal energética, por pequeña que fuese, nos delataría fácilmente.
No me enorgullece reconocer que fui el primero en divisar la amenaza en los cambiantes cielos de Q'Sal: dos constructos con forma de reptil alado que sobrevolaban las alturas impulsados por poderosos cohetes. Realmente no fue un hecho meritorio. Esas cosas hedían a la brujería demoníaca por la que eran tan célebres los hechiceros tecnócratas de Surgub. Sin embargo, ahora la suerte estaba echada. Éramos muy conscientes de que el polvo levantado durante el aterrizaje ayudaría a camuflar la barcaza, desde luego, como también lo haría el hecho de que hubiesen apagado todos los sistemas de la nave, pero si esos constructos infernales disponían de auxpex precisos, nuestras posibilidades de supervivencia se reducirían considerablemente.
El primer constructo siguió de largo pasando sobre nuestras cabezas y aumentando su velocidad inicial hasta perderse en los cielos del horizonte en poco tiempo. El segundo también nos sobrevoló, pero en lugar de seguir a su compañero, viró hacia babor y luego dibujó un amplio círculo sobre su posición, dejando a su paso una estela negra y maloliente. De algún modo, la inteligencia demoníaca que gobernaba aquella máquina debió sospechar nuestro ardid, por lo que, en silencio, preparamos nuestras armas para el combate.
Cuando hubo terminado el círculo de rastreo, el constructo de placas doradas y azules amplió todavía más su radio de acción, haciendo una segunda pasada. El rugido de los motores quebraba el silencio con un ruido terrible, claramente sobrenatural. Los segundos pasaron despacio, muy despacio, hasta que finalmente el demonio se cansó de volar en círculos y se fue a máxima velocidad en la misma dirección que había seguido su compañero hasta perderse, él también, en la lejanía."

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Usando sus mejores argumentos, Zenón se vio obligado a templar los ánimos de los Astartes, aconsejándoles prudentemente esperar un par de horas más en su posición actual, para evitar cualquier posible emboscada enemiga. Afortunadamente, aquellos impulsivos guerreros sobrehumanos estuvieron de acuerdo con él; por tanto, aguardaron inmóviles en sus escondrijos, soportando el calor inclemente que reinaba en aquel pedregal sin nombre. Y aunque sus precauciones parecían infundadas durante la larga espera, ya que ningún enemigo sobrevoló su posición, volvieron a la barcaza superando grandes recelos y reanudaron de nuevo su viaje al amparo del atardecer.

Veinte minutos más tarde, por fin habían llegado a su destino. Zenón sonrió de alegría al percibir a simple vista la gran cadena montañosa que se alzaba desafiante frente a él. Según sus cálculos, Velklir debía estar situaba en su extremo meridional. El renegado imperial hizo que la pesada barcaza volase a baja altura, ya que aquellos inmensos picos bloqueaban las tormentas eléctricas en los niveles bajos, mas no así en las alturas, donde podían descargar sin clemencia toda su terrible furia.

Pronto descubrió asombrado que los flancos de las montañas junto a las principales carreteras y viaductos de la ciudad estaban tallados directamente en el basalto cristalino con rostros pétreos de mirada severa. Al contemplar esos misteriosos monumentos, el renegado imperial sintió asombrado una gran curiosidad por la historia de Veklir, sus gentes... y sus gobernantes.


Desde su puesto privilegiado en la cabina, no tardó en divisar una gran llanura envuelta en las primeras sombras de la noche, donde se localizaba una masa caótica de torres, considerablemente más pequeñas que las altas agujas de Surgub, observatorios astronómicos y edificios que guardaban cierta semejanza con misteriosos talleres. Más extraño aun, Zenón se sorprendió al descubrir que las torres a menudo estaban rodeadas con estructuras circulares de cristal verde, cuyo propósito no podía ni tan siquiera adivinar. En lo alto de la llanura, también pudo discernir incontables telescopios y otras máquinas de adivinación locales, así como una torre que se alzaba como un gigante por encima de sus pares menores. Todo parecía indicar que los habitantes de Velklir estaban obsesionados con la observación de la bóveda celeste y Zenón estaba seguro de que podía apostar su vida a que en ese edificio encontraría los órganos de gobierno locales. Más allá de la llanura sobre la que se asentaba la ciudad, los picos más pequeños contenían observatorios más singulares así como extraños invernaderos que debían ocultar cultivos hidropónicos y hermosos jardines exclusivos para las élites gobernantes de la ciudad.

-Bienvenida, Sombra Huidiza-, exclamó una voz por el canal de vox.

-¿Eres tú, Fuego Dorado?-, preguntó aturdido Zenón sin salir de su asombro. -¿Estás en Velklir?

-En efecto, amigo mío. Tenemos muchos asuntos de los que hablar, pero primero tienes que posar la barcaza en la plataforma de aterrizaje situada al este. Ya deberías poder ver las balizas de señalización.

-Las acaban de encender ahora mismo. Gracias, Fuego Dorado. Fin de transmisión.

Zenón informó a los Astartes mientras hacía virar la barcaza e iniciaba la maniobra de aproximación. Con una lentitud exasperante, el transporte pesado fue descendiendo de altitud lentamente hasta que su tren de aterrizaje tocó el pavimento de rocacemento de la plataforma de aterrizaje. "Misión cumplida", pensó Zenón con satisfacción respirando aliviado. "Lo hemos conseguido."

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Mordekay hizo un gesto a Orick para accionase la runa que hiciese descender la trampilla de carga. Para su satisfacción, el hombre obedeció su orden inmediatamente. Como Astartes, el sargento calibanita sabía muy bien que su portentoso físico y su equipo de combate infundían el miedo en los humanos normales y estaba dispuesto a aprovecharse de ello para dejar una fuerte impresión en los habitantes de Velklir, ya que intuía que eso le sería útil en las inevitables negociaciones que iban a realizarse.

Por ello, decidió ser el primero en salir al exterior. Gracias a su oscura servoarmadura, ahora mellada en varios puntos debido a los intensos combates en la Forja de Plata del difunto Kharulan el Artífice, apenas notó el impacto del frío viento de las montañas. Uno a uno, sus compañeros Astartes le siguieron, formando una perfecta cuña de combate. Finalmente, Orick y Zenón bajaron los últimos, trayendo consigo al prisionero maniatado que había capturado el sargento calibanita en los muelles de Surgub.

La plataforma de aterrizaje estaba rodeada por un muro sólido de piedra con una única entrada metálica, cuya puerta se abrió para permitir el acceso de su comité de bienvenida. Eran cinco hombres en total. Tres de ellos estaban engalanados con ricos ropajes, bordados con motivos geométricos y signos astrales, además de adornos forjados con metales nobles, coloridas plumas de grandes aves e intrincadas máscaras doradas que ocultaban sus rostros. Los otros dos sólo eran guardias armados con lanzas ceremoniales. Sus cuerpos estaban protegidos con armaduras de mallas doradas y lucían yelmos abiertos rematados en altos penachos.

-¡Menudos fantoches!-, exclamó Lambo divertido a través del canal de vox de la escuadra.

-Sed bienvenidos a nuestra gloriosa ciudad, nobles guerreros-, comenzó a decir uno de los tres enmascarados, adelantándose a sus compañeros. -El gran Tirano de Velklir os ofrece su hospitalidad durante vuestra estancia en sus dominios.

-Nos sentimos agradecidos y honrados por su ofrecimiento-, asintió Mordekay tras quitarse el yelmo para mostrar una pequeña deferencia a esos dignatorios insignificantes.

-Si tenéis la amabilidad de seguirme, os guiaré hasta el palacio que ha sido elegido para daros descanso y protección. No os preocupéis por el artefacto que traéis en la nave; los esclavos de Marius lo llevarán a su nuevo destino. Seguidme por aquí, por favor.

El hombre enmascarado hizo una pequeña reverencia y regresó sobre sus pasos, seguido de cerca por su séquito. Mordekay avanzó tras ellos, con pasos pequeños que permitiesen a sus anfitriones mantener la falsa seguridad de encabezar la marcha. En su mente, una sola preocupación martilleaba machacona sobre el resto de sus pensamientos: ¿dónde estaba el mismo Marius?

Al otro lado del muro, había un laberinto de calles pavimentadas con gastadas losas de piedra y rodeadas por pequeños edificios, con muros de tosco sillarejo, que albergaban toda clase de almacenes o talleres. Pequeñas jaulas forjadas con hierro negro protegían las antorchas que iluminaban las calles con siniestros fuegos cuyo color variaba del azul translúcido al rosa aguado. Las mismas calles estaban vacías, como si hubiesen dispersado a las personas para evitar cualquier contacto indeseado... o para tenderles una peligrosa emboscada en cualquier momento.

La pequeña comitiva de la que formaban parte siguió avanzando sin cruzarse con ningún otro habitante de la ciudad en aquel laberinto de callejas y edificios de piedra. De vez en cuando, llegaban a alguna plazoleta dominada por una pequeña fuente o alguna estatua inhumana en sus desgastadas formas pétreas y la abandonaban para internarse en otra sombría calleja.

Después de unos largos minutos, llegaron al final de su recorrido: una casa apartada en uno de los bordes de la llanura. A pesar de todo el tiempo que habían estado caminando, debían encontrarse relativamente cerca de la plataforma donde habían aterrizado, lo que quería decir que sus anfitriones habían tratado de desorientarlos intencionadamente. Desde la calle, sin embargo, la casa no se distinguía mucho de las otras viviendas cercanas, cuyas fachadas estaban trabajadas con toscos sillares de piedra y adornadas con pequeños ventanucos dispuestos en extraños lugares. Con curiosidad, su mirada también se percató de que los edificios no estaban rematados por tejados ni cubiertas similares, sino por techos planos.

-Pasad y poneros cómodos, nobles guerreros. Nuestros esclavos os traerán pronto toda la comida y la bebida que necesitéis. Descansad hoy, pues mañana habrá suficiente tiempo para hablar de negocios. A cambio de nuestra generosidad, tan sólo se os pide una condición.

-¿Cuál?-, preguntó Lambo amenazador.

-No debéis abandonar este palacio sin permiso, a no ser que os acompañemos uno de mis socios o yo mismo-, replicó la figura enmascarada con toda la calma y neutralidad que fue capaz de reunir.

-Hecho-, respondió rápidamente Mordekay para tranquilizar al burócrata. Dicho lo cual, el sargento calibanita caminó hacia la puerta y la abrió con toda la delicadeza que pudo reunir.

A pesar de que la entrada era alta, no había sido construida pensando en el tamaño de un Astartes, por lo que tuvo que inclinarse para acceder a un corto pasillo que lo condujo a su vez a un patio central descubierto. Sin perder el tiempo, tanto él como sus hermanos inspeccionaron todas las cámaras y habitaciones, buscando cualquier indicio de amenaza, pero en lugar de encontrar asesinos armados o trampas explosivas, descubrieron muebles lujosos, ricos tapices que combinaban todo tipo de signos astrológicos y espaciosas salas que desmentían el anodino aspecto exterior del edificio. En la parte trasera, incluso descubrieron un hermoso jardín de una sencillez apabullante. Después de tomar las precauciones oportunas, se reunieron de nuevo en el patio central.

-La casa es segura-, sentenció Lambo, -pero no me fío. ¿Por qué no hemos visto a ninguna persona de camino a este lugar? ¿Y por qué nos han prohibido salir sin permiso?

-Tal vez sea una costumbre local-, propuso Zenón pensativo, -o quizás haya toque de queda por la noche.

-En cualquier caso-, intervino Mordekay, -está claro que, aunque nos temen, quieren agasajarnos. Una ventaja que nos vendrá muy bien para ganar influencia entre los gobernantes del planeta.

-Aun así, la ciudad no es completamente segura-, afirmó Nodius con voz neutra.

-¿A qué te refieres?-, preguntó Lambo. -¿Has sentido algo extraño?

-Así es. Puedo percibir el Inmaterium más allá de la realidad, rugiendo como un mar embravecido... y hay algo más: siento algún tipo de barrera mística... conteniendo esa fuerza para mantenerla bajo control.

-Las brujerías de los hechiceros locales no interferirán en nuestros deberes, hermanos-, respondió Mordekay confiado. -Haremos turnos de guardia durante la noche para garantizar nuestra seguridad y mañana procederemos a revisar nuestro equipo. Algunas servoarmaduras necesitan reparaciones urgentes y debemos conseguir más munición para las armas.

-¿Y crees que nuestros... anfitriones nos darán todo eso si lo pedimos amablemente?-, quiso saber Nodius. Con él siempre era difícil discernir si estaba siendo irónico o tan sólo neutral en su elección de palabras.

-No veo por qué no. Hemos demostrado nuestra utilidad y les conviene tenernos contentos si no quieren que desencadenemos en su ciudad la misma violencia que puso fin a las vidas de Renkard Copax y Kharulan el Artífice.

-¿Y qué haremos los que no somos Astartes?-, quiso saber Zenón.

-Orick nos ayudará mañana con las reparaciones. Tú descansa, te lo has ganado, pero no te relajes del todo. Tal vez necesitaremos un buen piloto para huir precipitadamente de la ciudad.

-Entiendo-, respondió el renegado imperial con un deje satisfecho en su voz que ninguno de los presentes percibió.

-¿Y que hay de él, hermano?-, preguntó Nodius mientras señalaba al prisionero de Mordekay, que yacía en el suelo indefenso y maniatado, tumbado bocabajo contra su voluntad.

-Ah, nuestro prisionero... es cierto... Por ahora, permanecerá cautivo. Encerradle en alguna sala.

-Todavía no entiendo por qué lo has traído con nosotros-, murmuró Lambo mientras observaba cómo Orick y Zenón se llevaban a rastras al desgraciado, cuyos lamentos, patéticos y resignados, resonaron por todo el edificio.

-Toda Legión Astartes necesita siervos que se ocupen de las tareas mundanas. Cuando hayamos conseguido nuestros objetivos aquí, le daremos la oportunidad de unirse a nosotros o seguir su propio camino.

-Los fieles de Tzeentch lo sacrificarán a su dios cuando vean en su piel la marca de Nurgle-, añadió Karakos adivinando el razonamiento del sargento calibanita.

-Yo no me preocuparía por él-, asintió Mordekay con una sonrisa sombría en su severo rostro. -Estoy seguro de que, llegado el momento, tomará la decisión correcta.

miércoles, 9 de julio de 2014

BC 22: EL BUEN PILOTO


-¡Por el Trono Dorado!-, exclamó involuntariamente Zenón muy a su pesar.

Desde el aire tenía una visión privilegiada de lo que estaba sucediendo en esos momentos. Los Astartes estaban desembarcando rápidamente del barco que acaban de embarrancar en las marismas, mientras se esforzaban al mismo tiempo por hacer descender el artefacto metálico que les había descrito Marius. A unos treinta o cuarenta metros de su posición, un proyectil enemigo levantó una gran columna de agua y espuma cuando erró en el blanco. Sin embargo, el navío de guerra que había realizado el disparo continuó avanzando a toda máquina hacia la costa, haciendo que los Astartes quedasen dentro del alcance de sus armas.

-¡No lo conseguirán!-, gritó Orick a su lado.

-¡LO HARÁN!-, respondió a su vez Zenón mientras forzaba los mandos para realizar el descenso.

La barcaza de carga respondió con rudeza, realizando un torpe giro mientras reducía su velocidad. El renegado imperial cambió de posición dos relés y contuvo la respiración al sentir el tirón provocado por la desaceleración cuando se activaron los propulsores de emergencia. Una sirena aulló en el interior de la cabina. Zenón la desactivó sin miramientos.

-¿Qué era esa alarma?

-No tiene importancia-, gruñó el renegado imperial.

"No será un aterrizaje elegante, pero la nave lo soportará. Sólo espero que el suelo no se hunda por nuestro peso", pensó con frialdad en los pocos segundos que les quedaban para comprobar de primera mano el resultado de sus cálculos improvisados.

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-¡Fuego enemigo!-, gritó Lambo sin necesidad.

El gemido provocado por el proyectil se incrementó considerablemente, como si fuese un aullido proferido por una de las grandes bestias que aterrorizaron en el pasado a las gentes de Calibán. Afortunadamente, pasó por encima de sus cabezas envuelto en un manto de llamas y se estrelló violentamente contra las aguas estancadas de la marisma.

La explosión resultante arrojó agua y algas en todas las direcciones en medio de una columna de humo negro. Formas etéreas y borrosas brotaron de la humareda, riéndose con una alegría febril y demente antes de desaparecer en medio de pequeñas explosiones de luces y llamas. Su naturaleza demoníaca era evidente incluso para los Astartes que carecían de facultades psíquicas.

-¡Seguid avanzando! ¡Vamos!-, gritó Mordekay mientras empujaba con todas sus fuerzas el artefacto.

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Una barcaza de carga no era una lanzadera tan aerodinámica como una cañonera Aquila, sino que más bien podría compararse a una pesada caja cuadrada equipada con motores. La mayoría de los pilotos imperiales, tanto civiles como militares, odiaban ser destinados a estos transportes porque, en situaciones de combate, las barcazas eran extremadamente difíciles de pilotar sin que importase en modo alguno la pericia del hombre que estuviese a los mandos.

Hacía mucho tiempo que Zenón no pilotaba una de esas "tumbas voladoras", como las llamaban en la academia de Escintilla, pero el tiempo pasado no había mermado sus capacidades naturales para pilotar cualquier cosa que pudiese volar. Con suma determinación y frialdad, forzó a la barcaza a tomar tierra en una franja aparentemente libre de lodos.

Las patas de la pesada lanzadera de transporte aplastaron hierbas de aspecto enfermizo y se hundieron más de lo debido en el suelo. Durante unos tensos segundos, la barcaza tembló un par de veces como un animal asustado y se escoró unos pocos grados hacia estribor.

-¡Vete a abrir la trampilla!

Orick obedeció sin rechistar, saltando prácticamente de su asiento cuando se hubo liberado de los arneses de seguridad que lo inmovilizaban. Su rostro estaba blanco como la nieve, imaginándose sin duda las escasas probabilidades que habían tenido de que hubiese salido salido bien parados de un aterrizaje tan poco ortodoxo.

"¡Vamos, vamos!", animó en silencio los Astartes que se acercaban.

-.-

Al darse cuenta de sus intenciones, los artilleros del barco enemigo apuntaron sus cañones hacia la barcaza de carga. Al fin y al cabo, era más fácil disparar a un objetivo inmóvil que a unas figuras en movimiento.

El primer proyectil pasó peligrosamente cerca de su posición, llenando la superficie metálica de la barcaza con restos calientes de barro y algas. El artillero de Surgub lanzó una maldición y amenazó a los esclavos para que se diesen prisa en cargar el cañón. Si los extranjeros conseguían escapar, los Catorce Factores no mostrarían ninguna piedad. Sus subordinados obedecieron rápidamente. Todos sabían que la muerte era un destino mil veces preferible a cualquier castigo que pudiesen imaginar los enloquecidos gobernantes de Surgub.

-.-

Nodius fue el primero en alzarse sobre la parte superior de la rampa, ayudando a sus compañeros a subir el artefacto de Marius. Luego lo hicieron Karakos y Lambo y, finalmente, Mordekay. Mientras Orick apretaba la runa que cerraría la trampilla, Zenón despertó de nuevo los motores y alzó verticalmente los mandos. La barcaza se separó lentamente del suelo con una lentitud angustiosa.

-¡Sácanos de aquí!-, gritó Mordekay. -¡Ahora!

El buque de guerra de Surgub disparó un nuevo proyectil dorado, que cruzó raudo el cielo buscando con avidez a su objetivo. Zenón lo vio acercarse a toda velocidad gracias a los limitados auspex de la barcaza de carga, pero no pudo hacer otra cosa que maldecir en silencio. Tenía los dedos agarrotados sobre los mandos, a pesar de que era perfectamente consciente de que la lanzadera no incrementaría su velocidad por ello. Impotente, observó cómo el proyectil enemigo estaba más y más cerca.

La barcaza de carga comenzó a ascender, escorada todavía hacia estribor. Las ráfagas de aire caliente sacudían violentamente el lodo bajo su lomo. "Puedes hacerlo, puedes hacerlo", se repitió el renegado imperial mientras al mismo tiempo se preparaba inconscientemente para el impacto. Dos segundos y medio más tarde, el proyectil cayó sobre ellos, errando de nuevo el blanco por una distancia insignificante. Hubo una fuerte explosión. Los mandos de la barcaza amenazaron con rebelarse, pero Zenón no los soltó en ningún momento de modo que, en lugar de estrellarse contra el suelo, la lanzadera de carga consiguió ganar altitud y alejarse lentamente de los dominios de aquella ciudad maldita.

-¿Cuál es ahora nuestro destino?-, quiso saber Mordekay sin ofrecer ningún tipo de gratitud al piloto por haberles sacado con vida de una muerte segura.

-Tarnor-, respondió Zenón en voz baja mientras intentaba normalizar su respiración. -Marius... me dijo que regresásemos a allí.

Mordekay asintió levemente con la cabeza y regresó a la sección de carga de la barcaza para comprobar el estado de la carga y de sus compañeros, mientras su mente daba vueltas a la ayuda que podría proporcionarles Marius cuando llegasen a su destino.

-.-

-Sombra Huidiza. Sombra Huidiza. ¿Me recibes?-, preguntó una voz por el sistema de vox. -Aquí Fuego Dorado. ¿Me recibes Sombra Huidiza?

-Te recibo alto y claro, Fuego Dorado. Hemos conseguido nuestros objetivos y nos dirigimos al punto de reunión acordado.

-¿Alguna baja?

-Negativo. Estamos al cien por cien de nuestra capacidad operativa.

-Excelente, excelente... Tengo que comunicarte un cambio de planes, Sombra Huidiza. La situación en Tarnor se ha vuelto peligrosamente volátil. No vengáis aquí. Repito, no vengáis aquí. ¿Lo has entendido?

-¿Cuál es nuestro nuevo destino entonces?-, preguntó Zenón con un estoicismo que desmentía su creciente preocupación.

-Velklir... ¿Podrás conseguirlo?

-Sí, desde luego. Tengo suficiente combustible para llegar allí, aunque tendré que rehacer por completo los cálculos de vuelo.

-Confío en que sabrás ocuparte de esos pequeños detalles, pero todavía me queda un último consejo que darte.

-¿Cuál?-, preguntó Zenón desviando su mirada del exterior para observar con recelo el pequeño altavoz del sistema de comunicaciones integrado en la barcaza.

-Sigue volando en dirección a Tarnor todo el tiempo que puedas antes de corregir tu rumbo.

-Entendido Fuego Dorado. Fin de transmisión.

El renegado imperial suspiró para sus adentros durante unos largos segundos. ¿Qué estaría sucediendo en Tarnor para que Marius cambiase sus planes en el último momento? ¿Es que esperaba problemas en el espaciopuerto? ¿O había algo más en juego al margen de lo que les habían contado? Zenón hizo un silencioso recuento de las opciones que aún tenía y finalmente se decidió por abrir el canal de vox interno de la barcaza.

-Hay un cambio de planes-, empezó a decir antes de explicar a los Astartes la conversación que acababa de tener con Marius.

viernes, 4 de julio de 2014

UN CLÁSICO QUE NUNCA MUERE


Gracias a internet vivimos en una aldea global, donde si uno se molesta en buscar un poco, podemos encontrar todo tipo de personas interesantes y descubrir ilusionados una comunidad friki mucho más numerosa y heterogénea de lo que jamás hubiésemos creído.

Por ejemplo, esta misma mañana he descubierto un correo electrónico de una compañera llamada Berbena Van Hoidjoo. Nuestra nueva amiga acaba de empezar su propia andadura en el mundillo de los blogs con uno muy especial dedicado al juego de... ¡¡¡Heroquest!!!


Para los que no lo conozcáis, y espero que seáis realmente muy pocos, este maravilloso juego de tablero se anunció en las pantallas de nuestros televisores españoles a principios de la década de los 90. Sus jugadores tenían que escoger una miniatura entre cuatro personajes (bárbaro, brujo, elfo y enano) para adentrarse en una mazmorra repleta de trampas y monstruos. La caja también contenía todo tipo de accesorios: miniaturas enemigas, puertas, muebles, cartas, dados, la clásica pantalla de reglas...


... aunque tal vez el siguiente vídeo publicitario os refresque mejor la memoria.

Asediado por la nostalgia, me dirigí rápidamente al blog de Berbena. Desde el principio, salta a la vista que nos encontramos ante un blog bien cuidado, muy respetuoso con el espíritu de Heroquest y lleno de noticias e imágenes actuales de las nuevas miniaturas del juego, que está celebrando en estos momentos su vigésimo quinta edición.



Desde la Ciudad de las Máscaras queremos dar nuestra más sincera enhorabuena a esta iniciativa y desearles mucha suerte a Berbena y sus hijos en sus futuras partidas de HQ.